Prólogo fuera de lugar | Por José de la Colina

La mar en medio

El autor pretende explicarse a sí mismo el motivo de su libro de memorias, “para ti una empresa aún más difícil que la de cualquier libro de invención”.

José de la Colina. (Foto: Paola García | MILENIO)
José de la Colina
Ciudad de México /

Mobilis in mobile, móvil en lo móvil, la divisa presente en cada lugar o en cada utensilio de la nave submarina del capitán Nemo, siempre te hará mágicamente volver a las Veinte mil leguas de viaje submarino, ese vertiginoso poema en prosa disfrazado por Verne de novela de aventuras y de manual de fauna y flora del mar (la primera novela, el primer libro de más cien páginas que leíste, tal vez a los nueve años, en tres mañanas seguidas en la época de vacaciones y metido en un tinaco seco de la azotea de la casa vecindad de José María Izazaga 52, tinaco que te amparaba en sombra, te permitía la ilusión de estar en el interior de un Nautilus, y el libro te seguiría fascinando hasta la enésima relectura no solo por sus aventuras y por el capitán Nemo, tu primer héroe moral, el hombre cuya mirada abarcaba todo un cuarto de circular horizonte, sino sobre todo por la poesía de aquellos nombres de peces y plantas y minerales que enriquecían las vastas descripciones de vastos espacios subacuáticos), porque lo móvil en lo móvil es nuestra vida en la vida, lo limitado en lo ilimitado, lo pequeño desplazándose en lo sin medida, y si la escritura es movimiento fijo que la mirada del lector vuelva a poner en acción, sabes que siendo en principio un hecho temporal resulta a la vez un método siempre fallido de reproducir el tiempo, el tiempo que a la vez es uno y muchos tiempos, como aquel agua que Arthur Gordon Pym halla en una de las inquietantes islas de su viaje alucinado por los mares polares y por el calculado delirio de Poe: agua llevando en su sola corriente una variedad de vetas distintas de su espesor, de sus color, de trasparencia u opacidad; así que en estas memorias y desmemorias copiarás un poco la naturaleza de esas aguas, su materia, sus vetas fluviales simultáneas o diacrónicas, y las escribirás repentizando, lanzándolas sin plan ni propósito, en el orden o sea el desorden en que los recuerdos, los pensamientos, las imágenes asociadas o disociadas, confluyan hacia ti: las escribirás o rescribirás “dejándote ir”, según el consejo de Let yourself go que te daba Fred Astaire, gris, negro, blanco, grácil, bailando Top Hat o Continental, e inútilmente tratando de enseñarte a bailar desde su aérea imagen en la pantalla, él también mobilis in mobile, y no te preocuparás mucho por la escritura, tratarás de deslizarte con las palabras en los tiempos no siempre sucesivos de una memoria que en la circunstancia es la tuya, para luego quizá darles una continuidad, una composición, no por mero artificio, si bien una porción de artificio de cualquier manera es inevitable, sino porque tú mismo serás tu primer lector y tratarás de encontrarte, de reconocerte en la maraña de tiempos y de textos laterales o subterráneos, por ejemplo algunos de los textos que has escrito en otras ocasiones como retratos de personas conocidas, o nada más tratadas, o siquiera por unos instantes vistas al pasar, o las voces de seres familiares o amigos o solo cercanas en algún momento, o como los ambientes y las fugaces fechas en los cuales vivieron y viviste, pues también son tu vida como las distintas aguas en la aventura ¿soñada? de Gordon Pym, también son tu aventura mobilis in mobile como en la nave submarina de Nemo.

Entonces este es un libro de memorias, para ti una empresa aún más difícil que la de cualquier libro de invención, porque a la fluidez y versatilidad de cualquier vida se añaden las del olvido y la falsa memoria, y porque recordar voluntaria y conscientemente es una empresa como la que intentaste una vez en la infancia, en un lugar de Pachuca, México: copiar, siguiéndola con un trozo de carbón, la silueta de un árbol proyectada por una luz de tarde contra la cal de un muro, qué empeño quimérico y difícil y finalmente imposible, no solo por el número de ramas y de hojas del árbol, sino además por el desplazamiento descendente del sol en el horizonte, que causaba el escurrirse de la luz y de la sombra y el constante deslizamiento de la silueta del ramaje en el muro, de modo que aquello fue una lucha ya desde niño perdida contra el tiempo y la inminente noche, un episodio triste como el que frecuentemente sufre Charlie Brown solo en la loma del pitcher, sabiendo malogrados todos sus lanzamientos, sintiéndose ya perdedor, mientras la oscuridad, o la niebla, o la lluvia, o las tres cosas juntas, y sobre todo más soledad y fracaso, lo cercan inexorablemente.

Pero estás con la espalda contra la pared, ya es hora de que comiences por fin a escribir eso que antes que a nadie a ti mismo has prometido, y no hay escape, es necesario que por fin hables de todo ello, que des una primera forma a todos esos murmullos que continúan y que continuarán sin duda hasta el final de tus días pidiéndote la palabra, exigiéndote que los escribas y al escribirlos trates de leerlos, de encontrar en ellos acaso un sentido o por lo menos una imagen, un gesto, una voz.

¿Cuál sería la frase del incipit?

Acaso:

Fui del exilio como se es de un país.

Pero el tema lo tocarás más tarde, porque antes de eso hubiste de cumplir con el requisito para ti esencial de nacer en la ciudad de Santander, provincia de Santander, región de Cantabria y Castilla la Vieja, España...

ÁSS

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