“Yo sí estuve ahí”: la pugna de Pablo Reinah por su credibilidad tras el caso Cassez-Vallarta

Perfil

Un retrato del periodista que cubrió en directo los acontecimientos del 9 de diciembre de 2005 en el rancho Las Chinitas, cuando la extinta AFI realizó un operativo contra el secuestro que más tarde se revelaría un montaje.

El periodista Pablo Reinah. (Sáshenka Gutiérrez | EFE)
Ángel Soto
Ciudad de México /

En la oscuridad de una madrugada decembrina, a Pablo Reinah lo despertó el sonido de su teléfono celular. Escuchó, somnoliento aún, la voz austera de un hombre que le ofrecía una primicia. Se trata, dijo la voz del auricular, de “un duro golpe contra el secuestro”. El olfato del reportero se encendió para demandar más datos, pero al otro lado de la línea su interlocutor conservó un tono exiguo, aunque suficientemente enigmático para azuzar la curiosidad del reportero.

El hombre al habla era Luis Cárdenas Palomino. En 2005 fungía como director general de Investigación de la Agencia Federal de Investigación (AFI). Era, también, el hombre de confianza de Genaro García Luna, titular de la corporación.

Al periodista no lo desconcertó la llamada. Esa clase de comunicaciones con autoridades eran habituales. No obstante, en ese momento Reinah no alcanzó a percibir la trascendencia de ese telefonazo matutino. Lo que ocurriría en las horas posteriores de aquel 9 de diciembre trastocaría su vida íntima, pero más profundamente su carrera periodística.

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Hay dos elementos infalibles en el atuendo cotidiano de Pablo Reinah: los sacos y las mancuernillas. Para los primeros prefiere los colores fríos —en su armario hay una vasta gama de azules y grises—, aunque cada tanto se permite algún tinte más escandaloso. De las segundas tiene una colección envidiable que incluye toda clase de objetos en miniatura: flores, paletas de ping-pong, piezas de Lego, calzado deportivo, obras de arte, instrumentos musicales… La lista podría extenderse varios párrafos.

Cuando se instala ante las cámaras de UnoTv luce siempre sereno —los ojos pequeños detrás de un par de cristales desnudos y un armazón liviano— con el gesto afable que conserva desde sus días de reportero en Televisa. El peinado impecable, cuidadosamente acicalado hacia la izquierda, revela cierto grado de perfeccionismo. Frente a ese escritorio habla lo mismo de la pandemia de covid-19 que de la actualidad internacional o de los asuntos de la política mexicana.

Reinah pasa buena parte de su día en el estudio o en la redacción, pero es un apasionado de los viajes, aunque la pandemia, naturalmente, redujo la frecuencia de sus travesías. Se ha paseado por las ciudades más importantes del mundo, a veces por trabajo, a veces por placer. Y en medio de todo ese ajetreo, encontró tiempo para escribir un libro.

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En 2005, Pablo Reinah era una estrella de la pantalla chica. Su propensión a la ubicuidad y su habilidad de palabra frente a las cámaras catapultaron su labor periodística y le confirieron una popularidad inusitada. En pocos años se convirtió en un rostro asiduo de la señal de Televisa. Era tan célebre que excedió las fronteras informativas de la compañía. Fue invitado a colaborar en transmisiones de desfiles y programas especiales de fin de año. Incluso apareció como un personaje incidental en La Familia P.Luche, una de las producciones más populares del actor y comediante Eugenio Derbez. El summum de su notoriedad quedó manifiesto cuando la televisora de la dinastía Azcárraga hizo una cobertura especial de su boda y, años después, del nacimiento de su hija.

Para entonces, el reportero se había convertido en una pieza inamovible en el tablero informativo de Televisa. Por eso cuando la empresa anunció el relanzamiento de Primero Noticias con Carlos Loret de Mola como titular, después de varios cambios en la programación matutina, fue Pablo Reinah el encargado de realizar los enlaces en vivo. Informar desde el terreno en tiempo real era su pasión diaria —lo había descubierto en sus primeros meses de trabajo en la empresa—, la única tarea capaz de hacerle sentir un flujo de adrenalina en el cuerpo.

El 9 de diciembre de 2005, luego de la llamada con Cárdenas Palomino, Reinah sintió una vez más esa pulsión eléctrica. Inmediatamente después de hablar con el agente de la AFI, se comunicó a la redacción del noticiero. Le informó a Loret de Mola sobre el pitazo y, una vez autorizada la cobertura, emprendió la marcha. Se encaminó primero hacia Televisa Chapultepec y después hacia el kilómetro 29.5 de la carretera libre México-Cuernavaca. Esa era la ubicación del rancho Las Chinitas, donde un supuesto operativo de la Agencia Federal estaba por culminar en la captura de una banda de secuestradores conocida como Los Zodiaco. Una de sus integrantes, le habían dicho a Reinah, era una ciudadana francesa.

Lo que ocurrió en el rancho es de sobra conocido. No es arriesgado decir que todo el país vio en directo, o en alguna de las incontables retransmisiones, la captura de la presunta pareja de secuestradores.

Pablo Reinah, el primer reportero que llegó a la escena, describió a la audiencia de Primero Noticias el plató que lo rodeaba: un extenso terreno atestado de policías que se aprestaban para ingresar a una pequeña construcción. Ahí dentro, el periodista mostró a la cámara los bártulos del crimen. “Son las armas con las que ellos secuestraron a sus víctimas”, aseguró con un dejo vacilante. Las imágenes mostraron a un hombre sometido en el suelo y a una mujer, Florence Cassez, cubierta por una gran manta blanca. Reinah se dirigió primero a ella: “¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?”, inquirió. “¿Sabe que aquí hay tres personas secuestradas al lado de usted?”. Cassez respondió negativamente a todos sus cuestionamientos. Entonces Reinah apuntó su micrófono rojiazul a los labios del otro detenido. Se identificó como Israel Vallarta. Tenía el gesto desencajado, la palabra titubeante, la piel herida. Luis Cárdenas Palomino, cuyo rostro jamás apareció a cuadro en la transmisión de Televisa, lo sujetaba con fuerza por el cuello.

Durante las siguientes tres horas, Pablo Reinah realizó varios enlaces para el noticiero. Mostró aspectos del rancho y vehículos presumiblemente utilizados en los crímenes. Habló de nuevo con Florence e Israel y entrevistó al director de Operaciones Especiales de la AFI.

Este episodio —que pronto se revelaría un montaje— sería apenas la primera hebra de un voluminoso entramado repleto de inconsistencias, contradicciones jurídicas, pleitos diplomáticos y daños irreparables. Para Pablo Reinah significó también el fin de una trayectoria de 10 años en Televisa y el inicio de una dilatada pugna legal. La empresa hizo recaer sobre él la responsabilidad del operativo ficticio que se había transmitido en vivo y en cadena nacional.

Un año y medio después de su despido, la PGR reconoció —con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos como intermediaria— que la AFI había ocultado información y había manipulado los hechos.


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El periodista ha decidido contar su versión de la historia. En 2021 publicó El caso Florence Cassez. Mi testimonio. Se trata de un recuento en primera persona de su participación en el caso y del devenir de los acontecimientos. Narra también las reyertas germinadas en las entrañas de Televisa a raíz del montaje. 

Esta mañana ha dejado el saco y las mancuernillas. Tampoco usa el par de lentes que lo acompañan en cada transmisión, pero conserva el cabello acendrado. Con el mismo cuidado elige sus palabras. Habla con la inflexión de quien dialoga a diario con las cámaras de televisión. La cautela parece ser uno de sus atributos cardinales.

          —En el libro eres muy cuidadoso de no implicar a Televisa en el montaje.

          —Porque no creo que haya ocurrido así —responde tajante—. Yo dudo que alguien en la empresa se haya prestado a una manipulación como la que hizo la Agencia Federal de Investigación. Yo no hubiera trabajado, ni trabajaría, en ningún lugar que se prestara a manipular la realidad.

          —¿Le arrogas toda la responsabilidad a la AFI?

          —Sí, creo que la autoridad intentó utilizar a los medios de comunicación, específicamente a las televisoras. Pero todos los medios de aquel entonces estuvieron ahí, y nadie reportó un montaje; todos reportamos un operativo.

          —Sin embargo, Televisa te señaló como responsable.

Hace una pausa antes de continuar:

          —Me sorprende que pensaran que yo me pude haber prestado a algo así. Me sorprende también que yo me haya enterado del montaje en la propia empresa.

          —¿Existió comunicación entre las autoridades y la empresa?

          —Lo desconozco, nunca tuve acceso a esa información.

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Ricardo Piglia concebía a la sociedad como una red de narraciones. “No sólo es una red de intercambios económicos o sentimentales, sino también una trama de relatos”, declaró el escritor argentino. Reinah asumió esa lección con determinación estoica. Aprendió que no basta con replicar la historia, es necesario conocer sus profundidades. “Tenemos que ser muy cuidadosos, indagar en dónde y con quién nos informamos”, proclama con voz grave. “Tenemos que cuidar —hoy lo sé mejor que nunca— el prestigio como periodistas. Debemos buscar que lo que decimos e informamos esté totalmente respaldado y confirmado”.

Cuando rememora los días posteriores al 9 de diciembre de 2005, adopta el tono reflexivo de quien ha domeñado las adversidades:

“No he querido hacer de este caso una bandera, no he querido que esta historia sea mi carrera, porque mi trayectoria es de más de 25 años. Pero un día entendí que es parte de mi carrera y que así será siempre. He querido contar esta historia porque yo sí estuve ahí”, afirma Reinah 16 años después de los eventos ocurridos en Las Chinitas. “Otros ya han hablado a lo largo de los años y ya no quiero que nadie más lo haga a mi nombre. Es importante que yo cuente esta historia porque fue una injusticia. Pero no se trata de mí, se trata de que no se repita. Como periodista tengo la obligación de levantar la voz”.

​ÁSS

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