“No fumes”, me lo han dicho mis abuelas, mi padre, y hasta un ex novio que se atrevió a ponerlo como condición para estar juntos. Una declaración de guerra transformada en bomba cronometrada. Fumar me gusta, lo disfruto (casi siempre); reconozco que a veces se convierte en un reflejo de mi cuerpo, una acción automática, similar a respirar.
Me gusta estar sola, después de un rato necesito encontrarme. Cada cajetilla se compone de 20 compañeros, 20 cómplices silenciosos que con su muerte abren una salida de emergencia hacia los minutos de mi contemplación. Un pretexto perfecto para esta persona que suele sentirse extraña. Lo pienso, y si no fuera fumadora mi escape sería injustificado; así que también son 20 oportunidades de desaparecerme por un rato sin que nadie pregunte por qué, porque la excusa está en una necesidad “fisiológica”.
Soy una serpiente hipnotizada por el humo que sale de su tráquea.
Mis neuronas bailan ante el estímulo de una sustancia de la misma manera que las de un soldado. En las dos guerras mundiales el tabaco era de suministro libre como una forma de subir la moral de los combatientes. Fue, sin embargo, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) el primero en lanzar campañas antitabaco.
Nunca me he tomado en serio las consecuencias que puede arrastrar mi adicción; tal vez nunca me he tomado el futuro de forma seria.
Crear figuras efímeras dentro del presente es mi consuelo.
Cargo con la máscara de la adicción sin disimulo, aunque eso me llene de cuestionamientos ajenos, me convierta en mal ejemplo para los niños; y me haga alejarme, porque soy adicta pero considerada. Jung decía que la fórmula perfecta para contrarrestar una adicción es trabajando el espíritu “Spiritus contra spiritum” porque depender de una sustancia hace evidente la falta de un ente supremo en la vida de las personas, la falta de conexión con la niña interior.
El viento es el arma mortal de mi espíritu.
Simone Weil relaciona la adicción con la belleza en su libro A la Espera de dios, donde dice que todos los vicios son un medio para hacerla patente en el mundo. Fumar nubla mi instante, llena mis ojos de borrosidad para evadir aquello que no me place; la nube dentro de mis pensamientos. Pero también tiene la cualidad de esclarecerlos en momentos de oscilación.
El humo es la cortina donde me escondo.
Me gusta estar sola, es el lugar donde puedo ser introvertida y extrovertida, probarme todas las máscaras, convertir un monólogo en un diálogo. Eso me da el cigarro, el abrazo de una conversación abierta donde no importa el contexto de la situación. Una pareja incondicional que no le importan los rastros de un papel consumido o si me voy a hacer daño con sus sustancias, a la que puedo recurrir de forma silenciosa en las madrugadas para contemplar como poco a poco nos convertirnos en cenizas.
AQ