Rafael Cauduro: el tacto de lo mortal | Por Avelina Lésper

Casta diva | Opinión

A veces, la vida se le acaba al artista antes que las obras.

Rafael Cauduro, 1950-2022. (Foto: Jesús Quintanar | MILENIO)
Ciudad de México /

Dejaste la vida en los materiales, en la experimentación dentro de ese infinito espacio que es el lienzo. Mezclaste la pintura y la escultura, la realidad y la ficción, para inventar un estilo que fuera como un pedazo de una narración, de una novela que ibas contando por capítulos. Para lograrlo conquistaste la figura humana. Cada músculo, hueso, rasgo para ti, Rafael, eran importantes, y eso debía estar en un escenario que nos evocara la vida, con sus erosiones, su decadencia. Conseguiste el tacto de lo mortal para inmortalizarlo.

La vida se le acaba al artista antes que las obras, es la tragedia. Cuando aún tienen cientos de trabajos por hacer, ideas para plasmar, la paciencia del tiempo se extingue, y se van, con la cabeza saturada y el cuerpo cansado. Rafael, te vimos partir antes de morir, contemplé tu obra esperando que un conjuro te trajera de regreso. No fue así. El arte te cobró caro tu empeño, tu obsesión, la decisión irrevocable de ser libre y pintar como te diera la gana.

Altares, grandes formatos murales, denunciaste injusticias, exhibiste erotismo, te engolosinaste con el cuerpo femenino, evocaste a los clásicos, jamás pintaste lo que se esperaba de ti, pintabas lo que tú imaginabas, lo que esa mente quería desahogar. Rafael, impusiste un estilo que únicamente fue tuyo, inimitable, y en eso te encerraste, en una torre sin acceso, sin ventanas, sin puertas. Ahí viviste el resto de tu vida, respirando materiales tóxicos que minaron tu salud, mientras lograbas que esas obras llevaran tu nombre en cada milímetro. Sólo tú y tú tan solo.

Te has ido, tu despedida fue larga, y tu obra queda como el gran mural de tu existencia. En la Suprema Corte de Justicia, lo que llamaste “La Historia de la Justicia en México” es el laberinto kafkiano de la injusticia, la cadena interminable que se prolonga de una víctima en otra. “Los Siete Pecados Capitales más otro”, estos murales son un espejo gigantesco en el que se contempla el monstruo. Con tu estilo más allá del realismo haces de esa pesadilla una habitación que trasciende el edificio. La tortura delictiva y la tortura burocrática, homicidio, las cárceles, los secuestros, los describiste con una veracidad táctil, testimonial y metafórica. La denuncia es más impactante por la maestría de una técnica que inventaste para formar tu lenguaje. La textura y vejez del recinto se suman al contenido del mural y es difícil separar lo recreado de lo original. Eso buscabas, confundir para seducir.

Entre cajas de archivos muertos, se asoman tus ojos y escribes: “Aquí estoy para ser juzgado”, la posteridad dará el veredicto, de todos tus murales, pintura, piezas escultóricas, dibujos, de ese universo que condensaste en tu casa-museo. Cuando decidiste seguir tu propio camino en el arte, lejos de las modas, fuiste juez y parte, tu veredicto fue pintar desde la enorme capacidad de tu talento.

AQ

  • Avelina Lésper

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