Eras una adolescente de 16 años que se identificó con un ladrón ruso, ¿dónde se había visto eso? ¿Será que sentiste compasión por su sufrimiento y arrepentimiento? Tú estabas sola al igual que él. Vivías en una ciudad muy alejada de tus padres y hermanos, las circunstancias te dejaron ahí. En ese entonces viajar en avión era costoso, no existían los celulares y jamás traías dinero para hacer llamadas. Normalmente caminabas a la escuela, lo cual era cansado y maravilloso al mismo tiempo, así llegaste a ver amaneceres de un naranja intenso que pintaban tu cuerpo por dentro y por fuera.
¿Recuerdas cuando hablaste por teléfono con tu padre para pedirle permiso para ir a un convivio? Él solo te expresó que tú ya eras grande, que sabías lo que estaba bien o mal para tomar una decisión y que no le volvieras a preguntar esas cosas. Entendiste, pero te pesó demasiado hacerte cargo de ti misma. Todo era nuevo para ti, la vida independiente en esa casa de asistencia con chicas de universidad mucho mayores que tú. Así que tu encuentro con ese libro que te presentó el maestro de Literatura de la secundaria y conocer a Raskolnikov te vino como anillo al dedo, te hacía compañía. Tú también te sentías en un país lejano y te aislaste para pertenecer a una sociedad distinta, la rusa.
Ibas desfasada en la educación conforme a tu edad, pero eso no te importaba, eras feliz en ese colegio con esos maestros, compañeros y alumnas —dabas clases a las niñas del internado para ganarte la beca para pagar la colegiatura—, y ahora con esa lectura que te envolvía y acompañaba durante el día.
El libro lo leías de la biblioteca, puesto que no tenías los medios para comprarlo y no había préstamos fuera de la institución. Cuando lo tenías en tus manos acariciabas las hojas, leías a destajo y con interés; al final, lo dejabas en el carrito con cuidado. Lo sentías abandonado, un poco como tu alma libre. A la hora del recreo te apresurabas a comer algo, entrabas a la biblioteca, buscabas un lugar alejado —aunque casi no había personas—, te sentabas, leías, pensabas, te rodaban las lágrimas, las secabas rápidamente, salías al patio reflexionando en lo que había sucedido en cada línea de tu libro Crimen y castigo, a Raskolnikov como personaje principal, veías a tu alrededor y te acordabas de que nadie había escogido ese libro, solo tú, y te preguntabas: “Sofía, ¿acaso nadie ve algo en él?”. En cambio, tú conectaste con él inmediatamente cuando te leyeron la breve contraportada. Sentiste en tu corazón que este muchacho era mucho más; que de verdad sufría y lo sentía en su cuerpo, mente y alma. Cuando dijiste al profesor que tú querías ese título él sonrió, ¿recuerdas?, él sabía que tú podrías vivirlo de otra manera por tu situación de vida, por tu edad. También lo confirmó porque te vio salir de la biblioteca con los ojos hinchados, pensativa, amable con los demás.
Sofía, más chica solo habías leído cuentos del puesto de revistas que te compraban cada domingo, algunas novelas ligeras como Lolita, las cuales no te marcaron. También habías hojeado la enciclopedia de tu casa. Jamás habías leído una novela que no quisieras dejar, una que te hiciera reflexionar, una que provocara que tus lágrimas rodaran y que moviera tus sentimientos.
Al final terminaste la lectura, entregaste un informe y te sentiste triste, quizá era porque te despedías de Raskolnikov. Sabías que así debía ser y que el libro Crimen y castigo debía quedarse en el estante de la biblioteca.
Un día por la mañana entraste a tu salón, ya estaban todos tus compañeros ahí en silencio, eso no era normal. Fuiste a tu lugar hasta el fondo a la derecha, en tu mesabanco había un regalo, volteaste a ver a todos y la mayoría te sonrió, otros te alentaron a que lo abrieras. Tiraste de las cintas poco a poco, leíste la tarjeta, “De tu profesor de Literatura y compañeros, con mucho cariño”. Con cuidado quitaste la cinta adhesiva del papel. Se asomaba una portada conocida, Crimen y castigo. No podías creerlo, pronto tus ojos se llenaron de lágrimas. Algunos compañeros se pararon a abrazarte. Todos estaban contentos por ti. Ese día y ese regalo siguen en ti, acompañándote. Desde ese entonces han pasado muchas cosas en tu vida. Mucho se ha perdido, pero el libro Crimen y castigo y Raskolnikov te han acompañado hasta el día de hoy, treinta y dos años después. El libro ya no tiene portada, las hojas blancas ya son amarillentas, se les nota el paso del tiempo. Tú también has cambiado, en tu cabello hay canas, en tu cara se asoman las arrugas y necesitas lentes para ver de lejos. Las cosas a tu alrededor han cambiado, quien sigue intacto es Raskolnikov, porque la literatura y sus personajes son inmortales.
Texto tomado del libro 'Marca de fuego. Experiencias de escritores en torno a la lectura' (Universidad de Guadalajara, 2022), coordinado por Jorge Souza Jauffred y Godofredo Olivares. Publicado con autorización de sus editores.
AQ