Mi vecina puso la música a todo volumen. Como si no bastaran los alaridos de la cantante, ella le hacía segunda voz: “No sé si te das cuenta con la estúpida que estás…”. Al escuchar eso no pude sino pensar lo contento que estaría el hombre tras abandonar a esa mujer tan mal sosegada.
Imagino cuán ordinaria sería la novela de Tolstói si en vez del conflicto ético, amoroso, profesional, social, religioso, paternal y de honra, Karenin le hubiese dicho a Ana: “Mentirosa, traicionera, y yo que daba por ti la vida entera, mentirosa, embustera, basta ya de tanto ruido, este cuento se acabó”.
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De hecho, la novela comienza con otra infidelidad, la de Oblonsky, que tiene una relación con la institutriz francesa. Dolly. Su mujer, triste y despechada, sólo le comunica que no pueden seguir viviendo juntos, pero no se pone a enumerar insultos: “Rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho, infrahumano, espectro del infierno, maldita sabandija, alimaña, culebra ponzoñosa, deshecho de la vida, rata de dos patas”, porque entonces cualquiera estará mejor con la institutriz francesa que con mujer de lengua tan viperina. Al final, las cosas se arreglan por intercesión de Karenina sin necesidad de un vulgar intercambio de escarnios y excusas al estilo Pimpinela. “Que recoja tu mesa, que lave tu ropa y todas tus miserias”.
Charles Bovary es un hombre que ama a su mujer, trabaja para darle lo que puede, es fiel; pero también aburrido. Por eso a Emma “la mediocridad doméstica la impulsaba a fantasías lujosas, la ternura matrimonial, a deseos adúlteros”. Charles no le hace reclamos al estilo de Sandro: “¿No viste con qué ganas que yo trabajaba luchando sin descanso para darte mi abrigo?”. Más bien hace esfuerzos por creer en la lealtad de su mujer, hasta que ya no puede engañarse a sí mismo. Al final, no le guarda rencor ni a ella ni al amante, y termina culpando a la fatalidad. Por supuesto, no le pregunta al amante a qué dedica el tiempo libre.
Karenin y Bovary se sienten derrotados. No hay rencores de macho herido contra la pareja. Ellos conocen sus propias flaquezas. No dicen como José José “pero lo dudo, conmigo te mecías en el aire” ni como Roberto Carlos “mas yo dudo, yo dudo que él tenga tanto amor”, ni mucho menos como Juan Gabriel “para eso a él le falta lo que yo tengo de más”.
Si Karenin o Bovary visitaran una cantina mexicana, pedirían a los músicos que tocaran ésa de “pero cómo le explico a mi corazón mi vergüenza de verte con otro amor que te dio lo que ya no te diera yo, que fallé como amante”.
ÁSS