Raúl Zurita: “La humanidad debe ser remecida por cada muerte violenta”

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A manera de monólogo, el poeta chileno, quien participará en la FIL de Guadalajara el 5 de diciembre de 2020, traza su autobiografía literaria.

El poeta chileno Raúl Zurita. (Ilustración: Ángel Boligán)
Enrique Mendoza
Ciudad de México /

Referente de la poesía hispanoamericana, el gran poeta chileno Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) recibió en septiembre el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2020, uno de los reconocimientos literarios más importantes de la lengua española. El Premio le fue concedido “como reconocimiento a su obra, a su ejemplo poético de sobreponerse al dolor con versos, con palabras comprometidas con la vida, con la libertad y con la naturaleza”.

Raúl Zurita es autor, entre otros poemarios, de Purgatorio (Editorial Universitaria, 1979), Anteparaíso (Editores Asociados, 1982), Canto a su amor desaparecido (Editorial Universitaria, 1985), Poemas militantes (Dolmen Ediciones, 2000) e INRI (Fondo de Cultura Económica, 2003). En México, Editorial Matadero publicó en 2018 una antología de su obra poética titulada Mi mejilla es el cielo estrellado.

En un diálogo vía Zoom, Raúl Zurita reflexiona en torno al dolor y la esperanza que habitan en su poesía, la influencia de la Divina Comedia, el paisaje chileno y los muertos y desaparecidos durante la dictadura militar de Augusto Pinochet.

El río de la poesía chilena

Cuando se es joven, uno tiende a creer en la soledad de lo que está haciendo, pero pronto te das cuenta de que no, de que realmente lo que uno hace es un río mucho más largo y mucho más ancho que el lugar donde a uno le toca en ese río. Yo me siento bien en el río de la poesía chilena, no porque sea mejor o peor que otras, simplemente somos una corriente de esa lengua impuesta que es el castellano. Por otra parte, no creo que haya poesías nacionales como no hay poesía ajena a un pueblo ni ajena a un territorio.

Paisajes como espejos

Creo que la gran poesía chilena, con Gonzalo Rojas, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Gonzalo Millán, es una gran poesía de paisaje. Yo no he hecho sino recoger algo que ya estaba allí, muy profundamente, desde la poesía. Ahora, ¿dónde comienzas tú y dónde comienza la montaña que estás mirando, exactamente en qué punto? Pienso que los paisajes que estuvieron en blanco uno los va llenando con la pasión de vida. Los paisajes son espejos donde se ven las pasiones humanas, los fracasos humanos.

No hay nada más increíble que los desiertos, en el desierto están todos los colores del rostro humano; todos los colores humanamente imaginables están representados en el desierto; por otro lado, uno ve las rompientes azotándose contra las rocas, es una imagen también de las pasiones humanas: se rompen, se hacen trizas, se hacen pedazos.

En lo que a mí me ha tocado hacer, mis paisajes no son estáticos, sino que se mueven permanentemente: el azul del Pacífico cae sobre las cordilleras, las cordilleras marchan; los paisajes no son un canto, más bien son la relación de los paisajes con la intimidad y el alma humana, con su truculencia, con su sequedad, con su aridez, con sus actos, a veces, de heroísmo. Todo eso está en el paisaje, al menos en el paisaje que yo veo.

Al principio no sabía por qué se metieron los paisajes en lo que yo hacía; después lo entendí un poco más. En nuestros países en general —en Chile, en México—, tantos y tantos desaparecidos no han encontrado más compasión que la de los paisajes que han recogido sus cuerpos.

(Durante la dictadura militar en Chile) los cuerpos los arrojaron al mar. El mar, o el desierto o los cráteres de los volcanes, los recogieron y los desaparecidos transforman el paisaje chileno en un gran memorial, en un gran cementerio.

Tú ves ahora todas estas inmigraciones del Mediterráneo, toda la gente que migra, los refugiados que quieren salir de Siria o de Irak y van llegando al Mediterráneo y se ahogan. Entonces, estamos transformando la tierra entera, todos los paisajes, en un memorial de todos los que han muerto violentamente: ahogados, descuartizados, torturados por el narco, por los ejércitos.

Raúl Zurita a las puertas de su casa. (Foto: Elvis González | EFE)


Arte y herida

Pienso que sin herida no hay arte, no hay creación; la herida es un tajo que permite que la poesía salga. Pero es tonto buscar el sufrimiento para crear arte. Uno ve cómo alguna gente se entrampa creyendo que tal vez si sufre eso va a ser un motor para su creación. No es así, uno no planifica ni el dolor ni la esperanza, son cosas que nos suceden. Y cuando uno ha traspasado cierta situación política y social (como la dictadura de Augusto Pinochet), puedes sentirte ajeno a ella o profundamente comprometido. Yo me sentí las dos cosas: me sentí ajeno y comprometido al mismo tiempo. Ajeno porque en circunstancias oscuras, la sobrevivencia es un asunto muy feroz, muy tremendo.

En una dictadura siempre se habla del terror, del miedo, nunca se habla de la pobreza. Esos años (en Chile) fueron de una miseria, de una pobreza terrible. No quería escribir poesía, no me interesaba escribir poesía, lo único que yo quería era conseguir un trabajo de algo, porque tenía hijos. Pero como no lo encontraba, volvía a escribir y volvía a escribir y volvía a escribir, aunque no era lo que yo quería hacer.

Había estudiado ingeniería en la Universidad Santa María. Ahí estaba ese 11 de septiembre de 1973, día del golpe de Estado en Chile, cuando me llevaron preso. Salí (de la cárcel) bastante mal y necesitaba trabajar como fuera. Hice muchas cosas para sobrevivir, sin embargo, la poesía se me impuso a la fuerza. Ese mismo dolor, esa misma carencia, por otra parte, te hace sentir que solo nunca vas encontrar la salida. La única forma de cruzar esa noche, esa oscuridad, era abrazado con los demás, y bien abrazado. Lo comprendí y entonces me sentí partícipe de algo que tiene que ver con ese día que se manifestaba a través de libros, de poemas que nunca planee.

Escribí, escribí y escribí con una idea, eso tenía que sacarlo como un vislumbro, un vislumbro y un sueño, y la felicidad, que posiblemente nunca sea una felicidad completa, por lo menos alcanzas a verla, aunque es tremendo porque siempre está lejos. Pero así fueron saliendo las cosas, fue saliendo primero el libro Purgatorio y luego Anteparaíso.

Nunca me puse límites respecto a los medios (económicos), yo no tenía un cinco, no tenía ni para la guagua y, sin embargo, lo hice: escribí un poema en el cielo. Así fueron armándose mis libros; andaba totalmente desesperado, era un asunto inconsciente, un trabajo con la voluntad y con el querer ir hacia una parte que se me aparecía muy borrosa, pero que presentía y persistí en ella.


La Divina Comedia

Mi madre y mi abuela son inmigrantes italianas. Mi abuela tenía una enorme nostalgia por su país al que no volvió nunca. Siempre vi que la forma de satisfacer su nostalgia era hablando todo el día de Italia, en el que aparecía a cada rato Dante Alighieri con la Divina Comedia. Cuando éramos niños, nos contaba cuentos con personajes de la Divina Comedia.

Cuando empecé a escribir tenía ese libro encima, pero no como una cosa intelectual, sino que me daba la imagen de mi abuela. Por eso fui a Italia cuando ella se murió, para cumplir, por así decirlo, con la deuda de su nostalgia, y por eso tengo siempre presente la Divina Comedia.

A eso le puedo agregar ahora otras cosas, son conclusiones tardías: la estructura de la Divina Comedia me parece perfecta, está marcada en el inconsciente: Infierno, Purgatorio y Paraíso, son tres cosas que están insertas en la mente, y por eso a mí me cuesta pensar si no es de tres. Mi libro Zurita, que se publicó en México con mi amigo Gerardo González, está dividido en tres partes. La vida nueva también está dividido en tres partes (“Los ríos arrojados”, “Los ríos cruzan el mar” y “Los ríos vuelven al cielo”); es un libro con una herencia dantesca.

La Divina Comedia me fascina porque es el colmo de la soledad, es lo más grande que se ha escrito sobre la soledad humana, es un monólogo impresionante, y te das cuenta que toda obra es un monólogo. Una obra puede tener miles de personajes, como Guerra y paz de Tolstói, como Cien años de soledad de Gabriel García Márquez o 2666 de Bolaño; sin embargo, finalmente, toda obra es siempre un monólogo.

El poeta chileno participará en la FIL de Guadalajara 2020.. (Foto: Elvis González |EFE)


Lo que la escritura dicta

Cuando empecé Purgatorio apareció una voz femenina. Lo siento como la búsqueda de una identidad desesperada. Ahora, me he dado cuenta de que no soy hombre ni mujer, lo digo bien en serio, yo soy lo que mi escritura dicta que sea, ahí está lo que soy, por así decirlo, en su sentido más completo.

Esto tiene que ver con la vida: no hay nada más parecido a una vida que el relato de esa vida, y no hay nada más distinto a una vida que el relato de esa vida.

A mí no me gusta la poesía que asume caretas, máscaras. Yo prefiero los escenarios donde se despliegan múltiples personalidades que confluyen. Tampoco las cosas de Pessoa, que era un genio; tenía múltiples heterónimos. Dentro de tu misma voz van emergiendo voces femeninas, masculinas, creo que esa es la forma en que nos relacionamos con el mundo.

Uno se sitúa en el mundo de acuerdo con lo que le va pasando, lo que le va sucediendo; en mi caso, lo que va sucediendo en la escritura, lo que va apareciendo.


El olvido

El olvido tiene tantas formas; a veces uno quisiera olvidarse realmente, pero nadie se olvida. Un pariente de alguien que sufrió, es el recuerdo vivo de esa persona y se lo transmitirá a otro. Cuando se mata a un ser humano no se lo mata una vez, se lo mata infinitas veces, se lo mata en cada instante en que no está; se lo mata no en un lugar, sino en todas partes donde él ya no va a estar.

Lo principal para el sistema económico es invisibilizar la muerte; entonces, visibilizar a la muerte es una tarea de sobrevivencia, vida o muerte para el capitalismo. Y pienso que nuestra tarea como creadores es precisamente hacerla presente, no por sadismo, sino porque simple y llanamente cada muerte es atroz y porque somos seres humanos.

¿Qué es ser seres humanos? Ser parte de una humanidad y esto nos hace responsables, no solo por los crímenes que cometiste tú (que probablemente no has cometido ninguno), sino por los crímenes que han cometido otros, no solo en tu presente sino también de tu pasado. Toda la humanidad debe ser remecida por cada persona muerta en manos de otro hombre, por cada muerte violenta.

La Ilíada es el gran recordatorio de los muertos de la Guerra de Troya, y la Odisea, el gran monumento a esa sucesión de muerte. Todo lo que leemos es en cierto sentido un recordatorio de los crímenes que se han cometido, y eso da esperanza.

Elogio del olvido (David Rieff) es un libro muy bello porque nos pone en una dimensión de este problema: hay veces que olvidar y no puedes olvidar, pero quisieras olvidar. Tu alivio sería olvidar, pero no puedes. Entonces, estamos condenados al recuerdo y estamos condenados a la memoria y estamos condenados al presente y a los recuerdos para que un día tengamos el sagrado derecho al olvido.


Compromiso y creación

En teoría, la sociedad delega en los escritores, artistas, creadores, toda su libertad. Cada creador tiene la más extrema libertad de tomar una cosa como él sienta que tiene que tomarla. Ahora, a mí lo que me importa es una poesía que esté situada en el mundo, que sea capaz de pararse dentro de las rompientes del Pacífico, si es necesario. Entiendo que haya otras construcciones y que haya otra manera de verlo. La tarea del poeta es el compromiso, pero puedo entender que para otro no sea eso.


La muerte silenciosa

La pandemia es un asunto increíble y la muerte silenciosa va invadiendo por todos lados; son muertes sin despedida, sin un ritual, sin un adiós, y eso nos va cambiar radicalmente la idea que tenemos de la muerte. Cómo nos imaginamos nuestra muerte, eso es lo importante: ahora sí nos vamos a morir solos.

He estado escribiendo algo que venía de antes, me he demorado muchísimo, son más de 150 páginas, estoy terminando ahora. Por fortuna, estoy bien, con mi mujer Paulina, pero no deja uno de sentirse impotente por lo mal que están los que están mal, porque los que están mal están demasiado mal.

Zurita recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2020. (Foto: Elvis González | EFE)

AQ | ÁSS​

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