Recomenzar: una nueva vida en Saint Andrews, Escocia

Viajar sola

En el viejo edificio de una institución histórica, la autora reflexiona sobre su futuro mientras realiza los trámites para establecerse en su nueva residencia.

Café North Point, St. Andrews. (Foto: Liliana Chávez)
Liliana Chávez
Saint Andrews /

Me lo advirtieron, pero ya era demasiado tarde para cambiar mi vuelo. La fecha que elegí para mudarme de Berlín a Saint Andrews coincidía con el gran evento del año para esa pequeña ciudad escocesa a una hora en tren de Edimburgo: la 150 edición de “The Open”, el campeonato de golf más importante del mundo. Cada cinco años este campeonato vuelve a tener sede aquí, debido a que el deporte se empezó a jugar públicamente en los verdes campos de St. Andrews desde 1552, cuando sus habitantes obtuvieron permiso real para criar conejos, jugar al futbol y al golf. Su Old Course es el quinto campo de juego más antiguo de Escocia y considerada la cuna mundial del golf.

En todo caso, los deportes no son lo mío; lo anterior tuve que investigarlo en confiables fuentes de internet para ustedes y para mí después de compartir avión y algunas conversaciones amables (por fin en un idioma que puedo entender) con jugadores de todo el mundo que en el aeropuerto de Edimburgo esperaban su equipo de golf mientras yo esperaba mis igualmente pesadas maletas (trasladar la vida siempre pesa). Lo que me atrajo a mí a St. Andrews es la otra razón por la que es mundialmente famoso este pueblo (viniendo de Berlín y antes de CdMx comprenderán que no me nace decirle “ciudad” a un lugar de aproximadamente 18 mil habitantes): su universidad.

Las razones por las que l@s no-golfistas venimos a St. Andrews son más que legítimas, aunque no incluyan glamping o cenas en restaurantes con estrellas Michelín. De hecho, la universidad es un poco más antigua que los campos de golf: ya existía como centro de enseñanza desde 1410 y fue oficialmente reconocida en 1413 por Bula Papal de Benedicto XIII. La Universidad de St. Andrews es la más antigua de Escocia y la tercera más antigua en el mundo de habla inglesa después de Oxford y Cambridge, a las que este año les arrancó el primer lugar como mejor universidad en Reino Unido (me pregunto qué pasaría con estos rankings si “nos” separamos del reino).

Entre las distinguidas personalidades que han pasado por aquí están John Stuart Mill, Rudyard Kipling y Benjamin Franklin (curioso que el website oficial no enlista mujeres, aún). Y heme ahora aquí, porque después de una competencia feroz y una exhaustiva evaluación admirablemente justa de mi trabajo, por decreto de un grupo de académicos soy desde el 1 de agosto catedrática permanente de la Facultad de Lenguas Modernas. Debido a ello es que puedo escribir esto que ustedes leen desde el North Point Café, otro famoso lugar de St. Andrews, pero por una razón más prosaica, aunque no menos real: este pequeño y atestado café al final de North Street, cercano a las ruinas de un castillo, era el punto cotidiano de encuentro entre el Príncipe William y su actual esposa, Kate Middleton, cuando ambos eran estudiantes acá (dadas las últimas royal news quizá les haría bien regresar y evocar viejos tiempos… aunque sospecho que entonces sí yo no encontraría una mesa para escribir esto).

Turistas en la calle Golf Place en St. Andrews. (Foto: Liliana Chávez)

Mientras bebo un capuchino y saboreo un delicioso carrot cake (el lugar debería ser más famoso por su pastel) me pregunto qué tantos miembros de la nobleza estarán interesados en tomar mis clases de literatura latinoamericana o a quién conoceré en estas mesas alguna vez. Por ahora, solo estoy aquí para documentar las primeras impresiones de este lugar al que de acuerdo con Recursos Humanos llegué para siempre: las llaves de mi oficina me fueron entregadas en una pequeña bolsa ziploc con la enfática leyenda “01/08/2022 for life”. Y es por ello que en los primeros quince días de mi recomenzar en la isla (no era tan ajena, estudié en Cambridge) me he dedicado a asegurar la legalidad de mi estadía apelando a la bien ganada fama de la practicidad británica (todo lo que sigue me tomó más de tres meses en Alemania): recogí mi permiso biométrico de residencia, me reincorporé al NHS (el sistema de salud británico), abrí cuenta bancaria, obtuve número de celular local, me inscribí en el sistema de arrendamiento escocés y, necesidad tan básica como las anteriores, reactivé mi cuenta Sparks de M&S.

Aunque para una nómada siempre es difícil asumir que un lugar podría ser “tu lugar”, apenas abrí la puerta de mi oficina en el ala este del antiguo Saint Salvator’s Quadrangle, y mientras el asistente administrativo dejaba mi nueva Mac sobre un escritorio de madera seguramente más antigua que la ciudad donde nací, me dediqué a observar las altas paredes cubiertas de estanterías de libros aún por llenar e iluminadas por vitrales que dan al mar, y entonces supe que sí, quizá este será mi lugar. Claro está que no se puede pretender empezar en tabula rasa al ocupar un edificio del siglo XV (aunque cuando escucho ruidos en los pasillos solitarios prefiero pensar que solo es el ruido del viento colándose por un ventanal mal cerrado); es en este espacio tan previamente habitado con historias de otr@s donde mi propia historia está por escribirse.

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