Recuerdos de doña Inés

Crónica

“Las niñas siempre sufren los golpes más brutales de la vida”, dice la protagonista de esta crónica, una anciana que recuerda su infancia y juventud en Oaxaca.

Las calles de Oaxaca en las primeras décadas del siglo XX. (Archivo)
Perla Muñoz
Oaxaca de Juárez, Oax. /

La hora del desayuno

Ella masticaba un totopito salpicado de miel mientras el olor de la canela se esparcía con ternura hacia nosotras. Me preguntó si quería un poco de café, “es de los cafetales viejos. Este año vieras qué bonito dieron, tupiditos que daba gusto verlos… Ahh, pero sin azúcar… Yo solo le pongo miel”, dijo. Su voz era tersa, pausada, en sintonía con su cuerpo reducido por el tiempo. Tiene cabello corto y viste un pantalón morado con una blusa blanca. Otra vez iba a llover. Los adoquines estaban húmedos tapizados de las florecitas del granadal. A ella no le gusta el agua pura, siempre tiene que beber agua de sabor. Sobre la mesa, a medio día, ya está lista una jarra tapada con un plato de plástico para que los mosquitos no le caigan encima. Esa tarde sería nada más de limón porque ya estaba cansada. Doña Inés ha sido reservada la mayor parte de su vida. “Hay cosas que uno solo las deja ir”, dice. Ella se llama Inés. Su nombre le parece muy bonito, aunque confiesa: “Inés sonaba a esa otra vida que no tuve…yo sufrí, fuimos pobres, todavía lo somos”.

Casi medio día

“Las fotos ya no me gustan. Ni ver esas carotas en el teléfono. Muy de vez en cuando, casi nunca, me miro en el espejo. Solo cuando me acabo de bañar y eso cuando no me da flojera. Ya a mi edad eso no es importante. Cuando estaba jovencita iba corriendo, ligerita ligerita, guapa yo, al río a acarrear agua, ahí en el pueblo, en el Atotonilco de San Juan. No había día que no me bañara, aunque de joven sufrí pues… Uno quería verse guapa y mi mamá nunca me compró ningún vestido, nada más el de la escuela y otros remendados y con hoyos para estar en la casa. Entonces por eso corriendo me iba al río. Pero ya luego murió el abuelo, ¡uuuy, patitas de perro!, anduve de aquí para allá, disfrutando. Me fui a la ciudad a conocer ese impresionante sol y la luna, conocí el mar, me compré un perfume, me di mis gustitos, porque estando aquí con el abuelo, qué consuelo…anduve de aquí para allá, haciendo la comida, llevando trastes, limpiando, y eso nunca se acababa. Qué va a pensar uno en salidas, eso también era dinero... El abuelo me dejaba amarradito los pocos billetitos y si pensaba en comprar carne, ya no había pa’ la fruta, menos para andar saliendo. Nada más salí a la central (de abasto) para que me robaran y asustaran y hasta me perdí un día. Como perro regresé a decirle al abuelo que me habían quitado el dinero. En vez de consolarme me regañó, me gritó, pero entonces él comenzó a ir y traer la carne. Ya para ese entonces, Jaime, el mediano, mi hijo, lo comenzó a acompañar... Esos días qué iba a pensar en volver a salir. Encerradita me quedé nomás. A veces el abuelo era muy salvaje, pero nunca nos dejó sin comer…él nos construyó esto. Humilde, chueco si quieres, pero nuestro”. Eso me contó mientras sus dedos, el índice derecho y el índice izquierdo se acariciaban el uno al otro. Miramos hacia afuera.

Es una casa grande con mayores virtudes que defectos, pero a doña Inesita, como suelen decirle los vecinos de la Colonia del Maestro, un lugar periférico de la ciudad de Oaxaca, no le gusta estar rodeada de la mala hierba que crece debajo de los árboles. Se le olvidan ya muchas cosas. No le agrada beber su chocolate en las tazas típicas de barro rojo, sino en tazas blancas de cerámica, “aunque sean corrientitas, pero yo de barro negro, verde o rojo, las tiro a la basura”. En septiembre suele adornar su jardín con rehiletes de colores. Le emociona verlos girar con el viento. Ella ríe. Ríe de solo recordarlo. A veces escucha la radio. A las cinco se sienta a mirar las telenovelas y apaga el televisor cuando empiezan las noticias. Otras, prefiere música clásica, “música bonita, tranquila”. Ella dice que no entiende. Ella la escucha y ya, y así se siente feliz.

6:15 de la tarde

“Trato de recordar, pero quién sabe si sea verdad o yo me lo invento. Cuando apenas nos venimos a vivir acá, Yola de jovencita metió el hueso de uno de los aguacates que trajo el abuelo de los Mixes, a una lata vieja, y allí creció y ni quien lo detuviera. Al igual que los otros árboles, creció salvajemente. Todo esto era tierra, se hacía lodo de tanta lluvia. Alrededor terrenos baldíos, lotes muertos, ni barda había y veíamos todo el monte de allá afuera. Solitos estábamos. Poco a poco, otros maestros fueron construyendo también sus casitas. Puro maestro, pues, como el abuelo. Así él cuando llegaba de su trabajo, de pueblos lejísimos, se iba derechito a tomarse una copita, luego otra, pretexto para hacer planes de la gestión de la colonia, de las escuelas que él dirigió. Ahí se entretenían y ahí tomaban. Ya llegaba y exigía furioso su cena… ¡Morenote, brilloso!, él me gritaba. ¡Celoso se ponía cuando salía…Yo guapa pues, pero sonsa, ¡qué iba a estar por ahí de loca! Aunque quisiera, ¡puro morenote, malaclase y a la bebida nomás pensaban! Así no. Pero el abuelo fue buena gente, generoso hasta de donde no tenía. Yo creo que eso sacaron mis hijos…un día tuvimos pozo, tuvimos barda, hechas con puño y fuerza de mis hijos. Medio que recuerdo que ahí en el arroyo, me llevé a Cheli a lavar la ropa. Chiquita ella casi se me muere. Cayó al agua y yo ni en cuenta. ¡Ay virgen santísima! Dios nos tuvo en su gracia”.

Doña Inés ya no tiene su cabello largo ni sus trenzas con listones que mantuvo durante más de cincuenta años, ni usa esos vestidos naranjas con florecitas y parches, metida siempre en casa. Ella ya no es la de 1933. Ella que lloró cuando sus hijas nacieron porque: “las niñas siempre sufren los golpes más brutales de la vida”.

Texto escrito en el Taller de Crónica: teoría y práctica, organizado por Hacedores de Palabras 2021.

ÁSS

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