La exposición Visión de Anáhuac. Alfonso Reyes, que se exhibe en el Museo Nacional de Antropología, no necesita pretextos ni para ser visitada ni para “justificar” su origen; no fue creada para encajar con el 500 aniversario del encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma. Se trata de una original propuesta de los historiadores Cora Falero y Arturo López Rodríguez que invita a transitar visualmente por una de las obras maestras —y claves en la identidad mexicana— de este escritor.
La exposición, integrada por 176 piezas y dividida en cuatro ejes temáticos, es una travesía y, al igual que el texto de Reyes, una crónica-ensayo-poema visual sobre la representación del Valle de Anáhuac a través de la historia del arte mexicano; asimismo, es un viaje visual añorado por el también diplomático durante su exilio.
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La primera parte está dedicada a Alfonso Reyes y su generación. Si bien es una biografía comentada visualmente (destaca el retrato de David Alfaro Siqueiros), esta sección sirve para transformar al espectador en ese viajero al que Reyes guía por el Valle de México al que dibuja intelectualmente. Poco a poco el viajero entra a la búsqueda del “alma nacional”, y de la mano del guion curatorial va descubriendo las fuentes historiográficas de Reyes, códices y el arte prehispánico. Entre las piezas exhibidas sobresalen el Octecómatl, procedente del Museo de Sitio de Tecoaque, el Pez del Museo Arqueológico de Xochimilco que, junto con otras, como el biombo de diez hojas de finales del siglo XVII, evocan el paisaje de la Gran Tenochtitlan al tiempo que le dan gravedad a la nostalgia.
El espectador-viajero entra a la región más transparente a través de obras que exhiben la belleza de un valle casi de fantasía donde la vegetación es tan exótica como la urbanización, y tan diversa como la creada por José María Velasco (La caza), Gerardo Murillo (La vista de los volcanes desde el camino a Cuernavaca) o Saturnino Herrán (Coatlicue, tablero central para el proyecto —no realizado— Nuestros dioses), entre otros.
Esta muestra tienta al espectador a sentir la nostalgia de Reyes y asumir la propia: recorre esta sala como si se inmiscuyera en la mente del autor. Así navega por las imágenes añoradas que van construyendo palabra a palabra un relato intenso, amoroso, complejo, cuya influencia reverberó en la literatura y las artes del México del siglo XX. Es el eco de la elegancia del tiempo, explorada por Reyes, en el siglo XXI.
RP | ÁSS