‘Retrato de una mujer en llamas’ trasciende los lugares comunes del cine gay

Cine

La guionista y directora Céline Sciamma se inspira en Orfeo y Eurídice para decir: mirar a la amada es traicionarla, pero también inmortalizarla.

Noémie Merlant y Adèle Haenel en 'Retrato de una mujer en llamas'. (Cortesía: Lilies Films)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Por su trabajo en Retrato de una mujer en llamas, Céline Sciamma fue nominada en el 2019 a la Palma de oro en Cannes. No ganó. Obtuvo en cambio el premio a mejor guión y una presea relativamente nueva, la Palma Queer.

Con Retrato, Sciamma trasciende los lugares comunes del cine gay y con un innegable talento construye su propia visión; una visión femenina en torno a la homosexualidad. Y es que, aceptémoslo, algunas de las mejores películas con el tema de la homosexualidad femenina tienen, sin embargo, un aire de machismo. La vida de Adèle, por ejemplo. A pesar de su asombrosa belleza termina por ser de un erotismo casi pornográfico. El director Abdellatif Kechiche retrata a las dos chicas con un ojo innegablemente masculino y heterosexual.

Pero en Retrato de una mujer en llamas, la directora trasciende, además, las constricciones de la sexualidad como un todo y ofrece una mirada propia. La de Sciamma, esta artista que siente deseo por otras mujeres y que desde dicha subjetividad da cuenta del fenómeno del amor. Para dicha empresa vuelve a los griegos. A sus mitos. Retrato de una mujer en llamas es, según constata ella misma en las entrevistas que filmó para la distribuidora The Criterion Collection, una reinterpretación del mito de Orfeo.

La trama de la película es ésta: en una apartada isla de Bretaña, en Francia, una mujer pintora es contratada para hacer el retrato de boda de una joven y misteriosa mujer que no se quiere casar. Puesta así la historia de esta obra no parece ofrecer nada que no hayamos visto en otros filmes igualmente valiosos que giran en torno al tópico del pintor y su modelo y que incluye películas tan bien acabadas como La bella mentirosa de Jacques Rivette o la famosísima obra de Peter Webber, La joven con el arete de perla. Es, sin embargo, la mirada artística, el ojo de Orfeo lo que ofrece la novedad en Retrato de una mujer en llamas. La relación con el mito no resulta tan evidente. Como se sabe, la historia de Orfeo y Eurídice trata de un músico enamorado que desciende al lugar de los muertos para rescatar a su amada. Gracias a sus artes musicales, Orfeo consigue compadecer al dios Hades quien le permite a Eurídice emerger hacia el mundo de los vivos con la condición de que el amante no debe verla hasta que esté completamente bañada por la luz del sol.

¿En dónde está la relación entre ambas historias? En la mirada justamente. Y en el hecho de que la amante es un artista. Así, tanto el mito como la película tratan de cómo la visión del poeta transforma a lo amado. Porque, en efecto, la belleza está en el ojo de quien la mira, pero, además, como enseñan Orfeo y Retrato de una mujer en llamas, la mirada transforma a la amada. En cierto sentido le ofrece esta extraordinaria paradoja: le da la inmortalidad, sí, pero también la muerte. Muerte en el plano físico, se entiende. Mirar a la amada (retratarla en este caso) implica también traicionarla. Sin embargo, pintarla le da también la inmortalidad en el plano estético.

Con esta película, Céline Sciamma ha conseguido a un tiempo reinterpretar el mito griego y ofrecer al espectador la poética privada de una artista que explora líricamente las particularidades de su sensibilidad homosexual. Cuando Marianne pinta a Héloise, está transformándose para ella en una suerte de divinidad. Como escribió Cernuda: “así mira un dios lo que ha creado.”

Retrato de una mujer en llamas puede verse en Amazon Prime Video, YouTube o Google Play.

AQ

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