Asombrados ante el imaginario del cine comercial, los latinos exploran poco dentro de sí mismos, en las historias que ofrece, a todos en la región, pertenencia. Los reyes del mundo (disponible en Netflix) fue dirigida por la colombiana Laura Mora Ortega. La escribió junto a María Camila Arias quien, con Pájaros de verano, nos regaló una historia épica en el sentido más amplio del término. Sucedía en Colombia y la comentamos aquí.
- Te recomendamos El limbo rural Laberinto
En Los reyes del mundo, la directora y su guionista convalecen de la moda del boom y se permiten usar un viejo esquema. Pero es como si los personajes urbanos de Roberto Bolaño se encontrasen de pronto en Macondo o, mejor, en Comala, donde los murmullos son más de rencor. Cinco amigos de Medellín viajan al campo, pues el nuevo gobierno está devolviendo sus tierras a los desplazados por la guerra civil. El esquema pudo habernos devuelto una obra aburridísima, con tres actos y personajes cuyos arcos dramáticos hemos visto en toda clase de comedias de situación. Pero a Laura Mora y a Camila Arias la sinopsis les sirve más como un tópico renacentista que como una máquina de producir historias.
Me explico. En el renacimiento, los pintores usaban los tópicos que imponían sus benefactores (una Sagrada Familia, un niño durmiendo o una Madonna) como medios para explorar sus propios intereses, estudiar expresiones y, en última instancia ofrecer una interpretación con respecto a la maternidad, el amor, el mundo. Esto es justo lo que hacen las autoras de Los reyes del mundo. Con base en un esquema expuesto hasta el cansancio, construyen personajes entrañables, hechos de carne y hueso que, además, se interpretan a sí mismos.
En efecto, con la sabiduría del neorrealismo, los muchachos de Los reyes del mundo son chicos de Medellín que se introducen con el equipo de producción en un país que apenas despierta de lo que ha sido una pesadilla. Con una cultura visual propia del indio Satyajit Ray (y su hermosísima trilogía de Apu) las autoras no necesitan ni efectos especiales ni chistes prefabricados. Necesitan solo, como pedía el genial Zavattini, un ojo abierto a la relación entre realidad y fantasía; privilegiando la primera a través de una mediación original con la segunda. Los pobres, dice Zavattini (y aquí se cumple al pie de la letra) son los simples del cristianismo, los que, próximos a San Francisco, sirven para denunciar un sistema que oprime y explota. Y no solo a la gente de Colombia, claro. A todo mundo, en la ciudad y en este campo en el que estos cinco muchachos están internándose con ganas de ser, como anuncia el título, los reyes del mundo. ¿Y en qué consiste ser eso? ¿Acaso se trata, como en película yanqui, de ganar un millón de dólares y besar a la rubia? No. Así como los colonizadores fueron llegando en oleadas a la América Latina desde el siglo XVI, Rá y los suyos buscan un sitio en el que no sean humillados, un lugar en el que puedan vivir en paz. Un sitio en el que (para ponerlo en mexicano) dejen de ser “los nacos”.
Lo que encuentran está más cerca de Comala que de Macondo. Una de las muchas interpretaciones que se puede dar a las peripecias que van viviendo estos adorables personajes es que se han convertido en fantasmas de una guerra de explotación que se repite, nuevamente, desde el siglo XVI. Llena de un onirismo que, en el cine, parece tomado de Herzog, Laura Mora ha conseguido una obra hecha de murmullos, rencor y gusto por todo aquello que nos hace ser latinoamericanos.
Los reyes del mundo
Laura Mora Ortega | Colombia | 2022
AQ