Entrevista inédita a Ricardo Garibay: “Se echa uno a escribir como el nadador en el naufragio”

Entrevista

Realizada en 1997 en la casa del autor de ‘Fiera infancia’, en Cuernavaca, esta entrevista aparece en el volumen ‘Sendas de Garibay’. Es la primera vez que se publica en un medio; en ella, habla de la vejez, la escritura y los jóvenes escritores.

Ricardo Garibay, escritor y periodista. (Archivo)
Ricardo Venegas
Ciudad de México /

—Decía Leonardo Da Vinci que el artista tiene distintas facetas más que una evolución, ¿ha cambiado con el paso del tiempo?

Sí, probablemente sí. Hay una almendra que no se mueve que es la original, uno siempre es ese que comenzó a escribir hace cincuenta años, pero hay una evolución sobre todo en el manejo del diccionario de que uno dispone, el estilo se presenta desde las primeras páginas, pero se viene depurando, alzando, limpiando, conforme pasan los años. De tal manera, puede parecer en algún momento que uno ha evolucionado tanto, que ya no es el mismo comparado con el que comenzó. Se es el mismo, pero hay una incesante evolución en la escritura, en la tarea de la literatura. Hay un cuento que Borges imagina y que no logra. Él dice que está sentado en un jardín de la Universidad de Oxford, creo, en una banca, tomando el sol, esperando que dé comienzo su clase para presentarse en el salón, pero de repente ve, en el otro extremo de la banca, sentado a un joven y resulta que ese joven es Borges de veinte años y en este extremo está el Borges de setenta. Entonces comienzan a hablar. Borges busca ver la distancia, la diferencia abismal, este de veinte y este de setenta; y se ponen a hablar de autores, de corrientes literarias y de libros. Hay que llevar una vida tan desarrapada como la que llevó Borges para encontrarse con uno que fue hace cincuenta años y hablar de eso.

Acabo de terminar un libro, lo escribí en septiembre, acabo de entregarlo a la imprenta porque no me atrevía a entregarlo, donde cuento una historia de amor vivida a los dieciocho años, voy entreverando un capítulo con otro de una especie de diario de lo que soy hoy día; acá está el muchacho que vivió el canto de amor y acá está el hombre, que ya va hacia la vejez, que vive como vive, como vivo; el contraste es brutalísimo, parecería que yo no soy aquél que vivió la historia de amor, pero es indudable que soy. Parecería que esto que describo actualmente, de modo muy pesaroso, no puede ser lo que fue hace cincuenta años. Yo quise mezclar también la extrema juventud con la extrema madurez, que es donde estoy viviendo (el comienzo de la vejez) y creo que lo he logrado. Hay mucha mayor ambición en mi propósito que en el de Borges. No me estoy comparando con Borges, ¡ni quiero, ni lo necesito!, pero estoy haciendo ver esto que puede ilustrar bien lo que usted me dice. En lo que he escrito sí se advierte una bárbara evolución, violentísima, de un personaje a otro que es el mismo, en lo de Borges no, porque discuten sobre corrientes literarias y éstas, querido amigo, son pendejadas.

—¿Cómo se siente ahora don Ricardo?

No muy bien, escribo, ya sé escribir por fin, sí. Pero también entiendo que estoy cerca del fin. Me han diagnosticado cáncer, de modo que padezco cáncer, esto no es divertido. He dejado de ser inmortal como lo era cuando tenía dieciocho o veinte años. El joven es inmortal como un animal, pero el hombre que ya ve cerca el fin por la edad que cumple ya no es inmortal; ya tiene la profunda certeza de que se va a acabar y pronto. Este también es uno de los indicios que uno debe tomar para ver la distancia o la evolución que ha habido. Allá no sabía escribir, acá sí, pero allá sabía vivir y acá no.

—La poeta Wislawa Zimborszka dice que “escribir es la venganza de una mano mortal”.

Tal vez; es buena poetisa la vieja, es buena, tiene mi edad, pero ya consiguió el Nobel, ¡qué coño!, no es poca cosa... y un poco sí es poca cosa, porque esto de andar ganando premios, del Nobel al más humilde, no significa nada; no añade un codo a la estatura de un escritor.

—Se han dicho muchas cosas sobre lo que escucha y reproduce en su obra y, creo, es un acercamiento a una realidad inmediata.

Está bien visto así, así es exactamente. El habla popular, Ricardo, llega, viene, allí está, se tiene orejas: se oye y se reproduce. Esto es lo de menos; lo que esa habla llamada popular busca es la entraña del personaje, el alma, la vida y ¿qué vida?, pues la inmediata. No va usted a tratar la vida del más allá con el lenguaje del pueblo, ¡ya!

—¿Existe un arte mayor en la narrativa?

Supongo que sí, el que logra la gran literatura, no sé cómo se logra. Y el que logra la literatura modesta, bueno, tampoco sé cómo se logra pero resulta modesta. No hay géneros ni dimensiones. Se echa uno a escribir como el nadador en el naufragio que se echa al mar y a lo mejor, nada muy mal y se muere, pero ni modo. Esto es lo que tiene que hacer: echarse porque se va a hundir el méndigo barco. Un poco esto es escribir. Arte mayor o menor, quién sabe qué sea eso; estas son cosas profesorales. Ya Borges, para citarlo de nuevo, dice: ―no se apure por los profesores, “son los que explican la literatura y son los únicos que no la entienden”, esto lo dice Borges, no yo (Garibay ironiza con una risa que no disimula).

—Baudelaire dijo que el viajero auténtico es el que parte por partir, sin esperar nada del viaje, ¿qué le aconsejaría a un escritor joven?

Que escriba sobre él, que escriba un diario, desnudo, totalmente veraz, sin esconder nada. Lo único que el joven conoce es su propia persona, es decir, sus propias experiencias, que escriba sobre eso. Que no me sorprenda con cuentos mafufos más o menos imaginarios, no sabe de eso. De lo único que sabe es de él, de lo que goza y de lo que le duele, que de eso escriba.

AQ

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