Roald Dahl 'bowdlerizado'

Los paisajes invisibles | Nuestros columnistas

Modificar el lenguaje o suprimir pasajes de una obra ajena es lo más pérfido de la censura. Significa violentar un universo en el que el bien y el mal conviven por naturaleza.

Roald Dahl fue un autor británico famoso por sus obras infantiles. (Especial)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

Casi veinte años antes de que Victoria ocupara el trono del Reino Unido, un paladín de la moral decidió meter mano a ciertas obras, para mantener a salvo el pensamiento y la imaginación de las almas pías.

El médico Thomas Bowdler expurgó a William Shakespeare, y en 1818 publicó The Family Shakespeare, in Ten Volumes; in which nothing is added to the original text; but those words and expressions are omitted which cannot with propriety be read aloud in family (Shakespeare para toda la familia en diez volúmenes; en el que no se añade nada al texto original sino que se omiten palabras y expresiones que no deben leerse en voz alta en familia). Con ese kilométrico título, Bowdler advierte que no agregó ni alteró escenas, tramas o desenlaces, pero hay evidencias de que no se ocupó únicamente de suprimir los vocablos que, a su juicio, fomentaban el vicio y las malas costumbres, pues sí cambió expresiones y recortó los parlamentos y la presencia de algunos personajes (quizá, el encabezado fue un truco para distinguirse de otros mojigatos que ya le habían metido mano a Shakespeare, trocando desenlaces, deformando el elenco o sintetizándolo con pocas referencias al texto original).

De cualquier modo, el éxito comercial de sus versiones fue de tal trascendencia, que su labor acuñó un verbo en la lengua inglesa: To bowdlerize, que significa “eliminar palabras o partes de un libro, obra de teatro o película que se consideren inadecuadas u ofensivas” (Cambridge Dictionary).

Tal vez, Thomas Bowdler nunca imaginó que su cruzada perduraría hasta el siglo XXI, y tampoco que sería más enérgica y osada. Pero en el mundo actual de policías del pensamiento, de corrección política y de lenguajes inclusivos, sus discípulos ya no se conforman con amputar sustantivos o adjetivos, se adjudican el derecho a reemplazarlos por palabras o fórmulas verbales sin potencial corruptor.

Roald Dahl decía que “solo un tonto decide ser escritor. Su única compensación es la libertad absoluta”, así que su producción se concentró, principalmente, en relatos para niños. Fábulas donde los adultos son tiránicos, malignos, perversos; aventuras en que los infantes afrontan múltiples retos y peligros para sobrevivir. La prosa de Dahl, igual que sus historias, ejerció esa libertad total. Usaba las palabras como le venían en gana (Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate, Los Cretinos o Las brujas), donde lo repugnante posee un matiz superlativo. “Todo escritor debe recurrir a personajes que tengan algo interesante, mucho más en los libros infantiles. Descubrí que la única manera en que los míos fueran atractivos para los niños era exagerando sus características, buenas o malas, así que si alguien era repugnante, malo o cruel, debía ser muy malo, muy repugnante, muy cruel. Si son feos, tienes que hacerlos extremadamente feos. Creo que eso resulta divertido e impactante”, le dijo a Todd McCormack en una entrevista en 1988. La idea tiene sentido. Los niños miran el mundo con una lupa perceptiva que se pierde con la edad, pero Dahl no contaba que, a casi 33 años de su muerte, sus editores sustituirán o eliminarían las expresiones peyorativas de su obra (gordo por enorme; fea y bestial solo por lo segundo), con el bowdleriano y buen propósito de corregir su horrible lenguaje.

Dahl no fue un dechado de virtudes. Al contrario. Fue un hombre que deploraba las mordazas. Catalogado de antisemita y prejuicioso a su manera (acusó que, por vender libros, Rushdie se merecía la fatwa), pero en mi humilde punto de vista, modificar el lenguaje o suprimir pasajes de una obra ajena es lo más pérfido de la censura. Significa violentar un universo en el que el bien y el mal conviven por naturaleza. Constituye limitar la imaginación de autor y lector con la hipócrita intención de encubrir el lado oscuro de la condición humana. Algo a lo que las buenas conciencias no pueden meterle mano, borradores ni tijeras.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.