Apenas en febrero pasado se publicó el primer “intento de biografía” de Robert Aickman a cargo de R. B. Russell, quien junto con su colega Rosalie Parker se ocupa del sello Tartarus Press. Ambos escribieron, filmaron y editaron Robert Aickman: Author of Strange Tales (2015), breve pero sustancioso documental dedicado a la vida y obra de este deslumbrante autor británico que con sigilo planteó una revolución dentro del género de terror, particularmente en el campo del cuento de fantasmas.
Hijo único de una pareja no solo dispareja sino disfuncional que añoraba una hija, Aickman (1914-1981) experimentó una niñez atravesada por las extravagancias autoritarias de su padre, el arquitecto William Arthur Aickman, y el abandono de su madre, Mabel Violet, hija del eminente narrador victoriano Richard Marsh, autor de El escarabajo (1897), novela que rivalizó en popularidad con Drácula de Bram Stoker, que vio la luz el mismo año. En el ADN cultural de Aickman se mezclaron así pues la arquitectura y la ficción gótica para dar como resultado una pasión por construcciones literarias sobrecogedoras que comenzaron a cimentarse en We Are for the Dark (1951), volumen de seis relatos escritos a cuatro manos con Elizabeth Jane Howard: el primero de los ocho libros —editados algunos con portadas del extraordinario Edward Gorey— que a lo largo de treinta y cuatro años incluirían los cuarenta y ocho textos que conforman buena parte de la trayectoria tan sobresaliente como enigmática de Aickman y que se adelantaron a la corriente o género que hoy día se ha establecido como weird fiction.
Apasionado también del ballet, la ópera, el teatro y sobre todo los canales ingleses, a cuya conservación y recuperación consagró grandes esfuerzos luego de fundar la Inland Waterways Association al lado de su esposa Edith Ray Gregorson y su amigo L. T. C. Rolt, Aickman decidió mudarse del cuento de fantasmas a lo que él llamó “cuento extraño” a partir de Sub Rosa (1968), su tercer libro, creando así una nueva etiqueta que llevó a un nivel muy alto de excelencia estilística. Miembro de la Society for Psychical Research y convencido de que la ciencia podría desentrañar en algún momento las apariciones sobrenaturales, Aickman condensó sus principios artísticos en una frase notable: “Demasiadas explicaciones solo redundan en una verdad para consuelo de los tímidos”. Sus relatos, prueba de una fe inamovible en la importancia del inconsciente humano y sus mecanismos espectrales, siguen y seguirán seduciendo gracias a esas atmósferas intensas en las que reinan lo enfermizo, lo grotesco y lo inquietante.
El primer volumen de relatos de Aickman en solitario se titula Dark Entries. Aparecido en 1964, es decir diez años después de que el autor colaborara en We Are for the Dark con Elizabeth Jane Howard, la amante que le fue arrebatada por Kingsley Amis, lo que desató entre ambos escritores una animadversión de por vida, este tomo reúne seis de los cuarenta y ocho cuentos extraños que Aickman publicaría como ya se dijo en ocho colecciones —una de ellas póstuma— y que lo ratifican a mi juicio como el representante más destacado de la weird fiction en la segunda mitad del siglo veinte, por encima del estadunidense Thomas Ligotti y otros practicantes valiosos pero sobre todo más publicitados de este género. No soy el primero en señalarlo: a diferencia de gran parte de la literatura de terror, que tiene raíces claramente asentadas y perfectamente identificables, los relatos de Aickman parecen carecer de un asidero o si se prefiere de una influencia evidente a primera vista.
Su profunda originalidad, su capacidad asombrosa de perturbar hasta la médula, su manera de colarse bajo la piel como si su lenguaje rico y distinguido constituyera una infección furtiva de la que el lector se percata hasta que ya se halla contagiado sin remedio, hacen pensar en una especie de magma a la que el escritor tuvo acceso al descender a las cavernas del inconsciente humano, que fue sin duda uno de sus intereses principales. Los estremecimientos que provocan, por ejemplo, el embarazo maligno de “The School Friend”, el inexplicable ritual sonoro de “Ringing the Changes” —uno de los textos más celebrados de Aickman—, la siniestra metamorfosis paisajística de “The View” —uno de mis predilectos— y la orgía de criaturas infrahumanas de “Bind Your Hair” —un cuento que se debe leer a la luz del día— no tienen parangón en el panorama del género fundado entre otros por Edgar Allan Poe. Maestro poco reconocido entre alumnos menores, Aickman espera que se le descubra como merece entre las sombras que destila su escritura portentosa. Allí acechan sus mujeres enigmáticas y siempre bien vestidas, que constituyeron una de sus mayores obsesiones.
En 2018, el sello New York Review Books lanzó una formidable antología de quince relatos de Aickman preparada y prologada por la escritora estadunidense Victoria Nelson. Desde que me topé con este libro, mi admiración y fascinación por Aickman han ido creciendo con cada nuevo dato biográfico del que me entero y con cada nuevo cuento extraño que le leo. ¿Cómo no sucumbir al encanto de un hombre que encontró en el arte y especialmente en la literatura un refugio contra lo que llamaba la realidad desesperada de la existencia; que fue objetor de conciencia durante la Segunda Guerra Mundial al negarse a luchar por su país en una contienda que le parecía execrable; que jugó un papel activo en la pesquisa en torno de los sucesos sobrenaturales acaecidos en Borley Rectory, una construcción erigida en 1862 y demolida en 1944 que llegó a ser considerada por el investigador psíquico Harry Price como la casa más embrujada de Inglaterra; que pese a no tener un atractivo físico destacado logró seducir a varias mujeres que lo quisieron —una de ellas, la ya mencionada Elizabeth Jane Howard, diría en su autobiografía que Aickman le “hacía el amor verbalmente”— y que se conocerían hasta su funeral al cabo de que él fuera vencido por el cáncer de estómago por rehusarse a seguir un tratamiento tradicional? ¿Cómo no dejarse hechizar por un autor que redefinió el relato de fantasmas a partir de ciertos postulados del psicoanálisis y el surrealismo, influencias decisivas en su pensamiento, y que otorgó un sentido inédito a la noción freudiana de lo siniestro en cuentos y novelas breves magistrales como “Hand in Glove”, “Marriage”, “No Time Is Passing”, “Residents Only”, “Wood”, “The Strangers”, “The Coffin House” y “Letters to the Postman”, esta última toda una proeza del arte narrativo en cualquier idioma? Dice Victoria Nelson que entrar en el mundo enrarecido y ominoso de Aickman no es una experiencia cómoda, y le doy toda la razón. Leerlo es un acto de atrevimiento, ese que nos empuja a asomarnos a las ventanas sucias de una casa abandonada para averiguar el origen del insólito fulgor que de golpe atrae nuestra atención.
En lo que toca a la lengua española, la editorial Atalanta ha emprendido una encomiable labor de difusión de la obra de Aickman. Hace poco más de diez años, en 2011, el sello comandado por Jacobo Siruela publicó una antología traducida con soltura por Arturo Peral Santamaría, prologada por Andrés Ibáñez y titulada sencillamente Cuentos de lo extraño. Dice Ibáñez: “Ya que en los relatos de Aickman lo sobrenatural es a menudo una intuición, una sombra apenas esbozada, todo está tamizado y maravillosamente ambientado y el fantasma […] puede o bien ser algo que cree verse, una fantasía de los ojos cansados, o bien […] una mera sensación, ese escalofrío que sentimos algunas veces cuando presentimos que hay alguien detrás de nosotros, alguien que no está, que no puede estar allí. ¿Relatos misteriosos, fantásticos, sobrenaturales, metafísicos, simbolistas, simbólicos…? Lo que verdaderamente importa es la enorme calidad literaria de Aickman, el interés de estas piezas como objetos artísticos”.
Resulta difícil decidir cuál de los seis textos perfectos —lo he dicho bien: perfectos— incluidos en este volumen es mi favorito: “El vinoso ponto”, con su bella e inquietante recuperación de la mitología griega en un contexto moderno; “Los trenes”, con su puesta en escena de un erotismo de bordes surrealistas y mórbidos; “Che gelida manina”, con su potente descenso al infierno de la paranoia telefónica y el contacto con el más allá; “La habitación interior”, con su magnífica exploración de la arquitectura maligna que remite a uno de los mecanismos principales de Hereditary (2018), la película de Ari Aster; “Nunca vayas a Venecia”, con su prodigiosa exhibición de la fantasmagoría que reviste a la ciudad insular por antonomasia, o “En las entrañas del bosque”, con su inusual propuesta del insomnio como vehículo idóneo para acceder a un conocimiento esotérico en un hotel-sanatorio perdido en las montañas de Suecia. Por eso mejor me quedo con los seis para extender una recomendación perentoria a todo lector que guste de los escalofríos inteligentes: hay que leer y releer al genial, al insuperable, al tremendo Robert Aickman, que se ha convertido en uno de mis autores de cabecera.
AQ