Rodolfo Zanabria: un maestro olvidado

Arte

En la Galería López Quiroga se presenta una muestra del pintor mexicano, fallecido en 2004, que formó parte de la Ruptura y quien, pese a su gran calidad y fortuna crítica, es poco conocido en nuestros días.

‘Porcelana China con flores’, 1993 (izq.); y ‘Mapa para perderse’, 1996 (der.). (Cortesía)
Sylvia Navarrete
Ciudad de México /

Cantidad de exposiciones interesantes se presentan actualmente en el circuito no museal de la Ciudad de México: la colectiva de dibujo curada por Álvaro Verduzco en El Palmar, Roberto Turnbull y Agustín González en la SAPS, Olivier Dautais en La Casa Vacía, Boris Viskin en Acapulco 62, Aníbal Delgado en la GAM, Arnaldo Coen en el Seminario de Cultura Mexicana… Una de ellas nos ofrece descubrir un raro talento, así sea de manera póstuma: el de Rodolfo Zanabria (1927-2004), miembro semiolvidado de la generación de Ruptura, inhábil en la autopromoción, quien en vida expuso poco y de modo algo errático pero siempre gozó de buena fortuna crítica. Más aún, lo han atesorado coleccionistas tan exigentes como Ramón López Quiroga, quien le dedica hasta mediados de noviembre las salas de su galería de Polanco.

Ya en 1995, el Museo Carrillo Gil anunciaba la individual “Correteando la tortilla (Cosmicidad mexica)” como la de un autor poco conocido ⎯y así permaneció: fue la última muestra de Zanabria en un museo mexicano. Un cuarto de siglo después, solo los entendidos lo estiman a su justo valor; por su parte, los artistas profesionales de cierta edad lo respetan como a un maestro consecuente con su oficio, pese a la adversidad que nubló su carrera.

Dotado de becas de estudios (la Guggenheim, entre otras), Zanabria pasó temporadas intermitentes fuera de México, sobre todo en Francia, donde este egresado de La Esmeralda consolidó su oficio de grabador en el Atelier 17 de Hayter. Fue esencialmente pintor, pero produjo también collage, objeto, instalación, video, e incluso cuento, teatro y poesía, como consta en el libro Ciudad Nezahualcóyotl hoy NEZA (1998) que emula el habla chilanga. Los títulos de sus cuadros se impregnan de un sentido del humor no desprovisto de ironía o de melancolía: “Genios desempleados”, “El número de frijolito”, “Caricias a la gota”, “Señorita mi corazón”, “Mapa para perderse”… En los años 1960 lo acogió la Galería Antonio Souza, en la década siguiente transitó por la Arvil, luego circuló en espacios menores hasta que lo adoptó tardíamente la López Quiroga. Murió en la precariedad de un estudio prestado en que se enfrentaba diario al lienzo y al papel, rodeado de desechos que pepenaba en la calle y flanqueado de la cama individual que le servía de único mueble.

Rodolfo Zanabria, 'Cometa del 97', 1997. (Cortesía)

En ocasión de una colectiva en que López Quiroga incluyó a Zanabria en 1993, Teresa del Conde se desvivió en elogios ante la fineza de las acuarelas y dibujos al pastel en que “no falta ni sobra nada”: “Son como ráfagas delicadísimas que dejan improntas y sin quererlo ⎯sin que sea propositivo⎯ delatan una enorme sabiduría, parece que apenas han sido tocadas por el pincel, el lápiz o la barra de color”. Hasta la firma del pintor ⎯subraya la reseña⎯, formando un círculo que encierra una estrella, se integra a la composición como si se tratara de un elemento plástico más. El instante fugaz, la caligrafía oriental, los ritmos sutiles y el ánimo contemplativo se coligen en las obras de Zanabria en un elegante expresionismo de aspecto inacabado. Jaime Moreno Villarreal, quien precisó que el pintor trabajaba asiendo varios pinceles a la vez en las dos manos, tuvo la mejor fórmula respecto de sus trazos vibrantes y espontáneos: “En Zanabria hay una pobreza de medios que es plenitud”.

A aquella abstracción lírica pautada por signos diáfanos, además del uso del pincel japonés y el papel de arroz, el movimiento gestual de las formas y la suma vivaz de colores primarios contrastados con el negro, podríamos encontrarle un parentesco con Aníbal Delgado, pero sobre todo con su contemporáneo Guillermo Zapfe (1933-1992), también asimilado a la Ruptura y, como Zanabria, precursor de los pintores no figurativos que emergieron desde los años 1970 y que siguen considerando clásicos a ambos. El don del puro deslumbramiento lo comparten Zanabria y Zapfe. Sin embargo, como lo destacó Juan García Ponce, quien lo protegió, “la violencia, la dulzura, la aparente sencillez de las creaciones de Zanabria están marcadas por la dificultad de lo que se hace auténtico por su misma evidencia”. Esta dificultad interior que se traduce en hálito de gracia es la que habita los 40 óleos y acrílicos de finales de la década de 1990 que muestra hoy la Galería López Quiroga, en un nuevo intento de reivindicar el talento ignorado de Rodolfo Zanabria.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.