Los objetos de Romero Britto están en tiendas de regalos, la gente lo ve más como una marca que como un artista, es “el de las maletas”. Sus vendedores dicen que es “el artista más coleccionado del mundo”, estamos en la época en que los artistas y la crítica confunden la trascendencia con el ranking. Hirst dice que su calavera de falsos diamantes es la obra “más cara del mundo”, y él la cotizó y la compró. Koons se autocompra sus obras en subasta, y dice que sus exposiciones son las más visitadas, título que también anuncia Kusama. Obviamente si ellos mienten, ¿por qué no lo iba hacer Britto? Lo importante es el ranking. Si cada corbata, sombrero, taza o botella con sus imágenes las llaman “obras”, no tiliches, entonces dice que es el más coleccionado y el más vendido. Sin embargo, si vamos a romper récords, el merchandising licenciado de Disney, en 2022, vendió 61.7 billones de dólares, por encima de Pokémon, que vendió 11.6 billones. Las cifras de Britto ni de lejos llegan a eso.
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Dicen que es más coleccionado que Picasso. La obra de Picasso más cara hasta la fecha es la pintura las Mujeres de Argel, que se vendió en 179 millones de dólares. Las pinturas más caras de Britto están en 35 mil y las otras en 11 mil. El punto es que vender maletas y tazas no es vender obras de arte, y si vende merchandising tampoco está entre los gigantes de ese negocio.
Es una estrategia muy elemental: elige una iconografía simple, de formas sencillas. Contenido sin implicaciones sociales, políticas o sensibles. Colores primarios que tampoco exigen dificultad de reconocimiento. Deben ser planas sin profundidad, eso remite a la infancia y pide menos esfuerzo de análisis visual. Cuando refriteas una imagen, es decir sus adaptaciones, las reduce al nivel de su obra. Sus obras están más cerca de los emojis que del arte.
Se supone que es una mezcla de cultura pop y cubismo. Ninguna de las dos. El cubismo fue un movimiento muy complejo, que nada tiene que ver con una obra simplona y sin composición. Revisé todas las pinturas de su tienda y, cuando imita a Picasso, es evidente que no comprende el desarrollo del cubismo. Sobre el pop está equivocado, que haga cosas con estética de campañas de publicidad no implica ser Pop. Las obras de Roy Lichtenstein sobre los comic books o la de Peter Max con referencias al hinduismo son propuestas mucho más complejas. Britto busca agradar, ser complaciente, como un producto de comida rápida. Los precios lo atestiguan, porque de Britto sólo se habla de marketing y de dinero, no de arte. Con lo que cuesta una obra de Warhol o Lichtenstein compras la tienda completa de Britto, incluyendo las tazas y las maletas. El eslogan “arte de la felicidad” o Art of Happiness le da un toque de autoayuda, ligar sus objetos simples y sin complicaciones con la felicidad es muy de predicador latinoamericano. Casi de secta. Ser feliz comprando a Britto habla de una felicidad muy mediocre.
AQ