La famosa lámpara

Toscanadas

El 8 de agosto de 1974, los periódicos anunciaron el accidente que cobró la vida de Rosario Castellanos, en medio de la discusión pública sobre su labor diplomática.

Rosario Castellanos, autora de 'Balún Canán' y otros títulos capitales de la literatura mexicana. (Fototeca MILENIO)
David Toscana
Madrid /

“Cuando abro los periódicos” escribió Rosario Castellanos en un poema, “es para leer mi nombre escrito en ellos”. Su nombre apareció en todos los del ocho de agosto de 1974, pero ella ya no los vio. La noticia relevante era la inminente renuncia de Richard M. Nixon a la presidencia de los Estados Unidos, mas comoquiera los diarios se dieron espacio para informar sobre el accidente mortal en Tel Aviv. Algunos medios decían que Rosario Castellanos había muerto en la sede de la embajada; otros que en su casa ubicada en Herzila, población contigua a Tel Aviv. Había sido el chofer quien la separó de esa famosa lámpara metálica que le dio la descarga mortal. Aún con vida, fue enviada a un hospital, pero murió en el trayecto a bordo de la ambulancia.

Dos días después, era enterrada en la Rotonda de los Hombres Ilustres. “La ceremonia luctuosa, efectuada bajo fuerte aguacero, que en ningún momento restó solemnidad al acto, fue presidida por el Presidente Echeverría”.

Supongo que electrocutada en casa, no habría tenido los honores de un entierro oficial y difícilmente habría llegado a la rotonda, pese a que su grandeza la alcanzó como escritora y apenas fue una regular embajadora.

Sí, se dedicó a promover la cultura mexicana y daba clases en la universidad local, pero su nombramiento había causado que más de una ceja se alzara, pues Israel era un sitio de vivo conflicto, sumido en crisis militares. De hecho, el día de su muerte Israel había comenzado un bombardeo sobre Líbano y faltaba un mes para que terroristas palestinos mataran a once deportistas olímpicos en Múnich.

La consigna dada por Echeverría a los diplomáticos fue que impulsaran los productos mexicanos en sus países. “O exportamos o moriremos”, había expresado el líder de los industriales de México ante el grupo de recién nombrados embajadores.

Los comentarios no se hicieron esperar. “¿Qué vamos a exportar a Israel”, decía un articulista, “¿poemas?” Mas otros celebraban el nombramiento diciendo que continuaría la excelsa tradición de otros escritores diplomáticos como Altamirano, Riva Palacio, Reyes, Nervo, Torres Bodet o Gorostiza. La misma Rosario Castellanos escribió sobre el principio de Peter tras su nombramiento: “Todo puesto será ocupado por un individuo incapaz de asumir la responsabilidad”.

Tiempo después, cuando desde las embajadas se publicaron las oportunidades de exportación para productos mexicanos, se enlistaban alimentos, acero, materias primas, maquinaria o textiles; pero sólo un producto desde la embajada de Israel: guitarras.

Y sin embargo eso está bien. El producto más noble y duradero que ha exportado México es su cultura. Y así debe seguir siendo.

Instantánea del funeral de Rosario Castellanos, el 9 de agosto de 1974. (Fototeca MILENIO)

ÁSS​

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