Rumorosas noches suaves

Literatura

A cien años de su publicación, una de las novelas más personales de F. Scott Fitzgerald es un testimonio del fin del sueño americano y de un mundo que se precipita a una nueva contienda.

Francis Scott Fitzgerald, 1896-1940. (Especial)
Adrián Curiel Rivera
Ciudad de México /

Muchas veces el éxito internacional de una obra literaria, su encumbramiento a clásico que trasciende y se amplifica en distintas generaciones, obedece a factores tan caprichosos que ni los mejores agoreros de la crítica pueden prever.

Miguel de Cervantes murió sin saber que con El Quijote (1605, 1615) había fundado la novela moderna. Para Herman Melville, Moby Dick (1851) sólo alcanzó la fama póstumamente, pues los contemporáneos del escritor estadunidense le prodigaron una gélida recepción cuando fue publicada. Si Max Brod, íntimo de Franz Kafka, no hubiera desobedecido la última voluntad de su amigo, que era quemar toda su obra, nadie habría podido leer El proceso (1925). Precisamente ese mismo año, a mediados de los 20 del siglo pasado, la casa editorial Charles Scribner’s Sons sacó a la luz una novela de Francis Scott Fitzgerald, El gran Gatsby, que en un principio fue saludada con tibio entusiasmo y que a la muerte de su autor cobró la notoria celebridad de la que goza hasta nuestros días, como corrobora la versión cinematográfica dirigida por Baz Luhrmann en 2013, con Leonardo DiCaprio en el papel estelar de Jay Gatsby. Y aunque tan pronto como 1926 se realizaron adaptaciones para teatro y una película muda, Fitzgerald se fue de este mundo, alcoholizado y sumido en problemas económicos, distanciado de Harold Ober, su agente literario, convencido de que Gatsby había sido un fracaso en comparación con A este lado del paraíso (1920), la novela que lo catapultó a la fama; o con Hermosos y malditos (1922) y los relatos que escribía con sentido artístico, como le confesó a Ernest Hemingway, para luego modificarlos y hacerlos comercialmente atractivos —y rentables— para revistas como Saturday Evening Post o Esquire.

Algo similar pasó con su penúltima novela, Tender is the Night (1934), la postrera que Fitzgerald publicaría en vida, cuyo título, traducido al español como Suave es la noche, tomó de un poema de John Keats. Estructurada en tres libros, con una secuencia de capítulos en flashback en el segundo de ellos, su primera edición desconcertó a la crítica, al grado de que en 1951 una versión revisada por Malcolm Cowley invirtió el orden de las escenas, haciéndole perder su frescura. Sin embargo, a pesar de la masiva prevalencia de El gran Gatsby sobre el resto del corpus narrativo de Fitzgerald, pienso que Suave es la noche, en su composición original, es su mejor trabajo novelístico.

En París era una fiesta (1964), Hemingway traza un entrañable retrato de Fitzgerald y de la amistad que sostuvieron durante años, y homenajea a la generación perdida, como bautizaría Gertrude Stein a aquellos artistas que eran jóvenes al acaecer la primera guerra mundial. En sus páginas, Fitzgerald aparece como un neurótico déspota que exige a Ernest acompañarlo a la campiña francesa a recoger un auto averiado. Como la esposa de Scott, la célebre Zelda Fitzgerald (Sayre, cuando era soltera), obligó a su marido a quitarle la capota al vehículo, tienen que detenerse a mitad de camino cuando salen del mecánico y les cae un chaparrón. Se alojan en un hostal, empapados. Francis demanda de Hemingway un termómetro para cerciorarse de que no ha pescado neumonía, y como es imposible conseguir uno, Hemingway lo engaña colocándole bajo la axila un armatoste para medir la temperatura exterior.

En otra escena memorable, Francis le pide a Hemingway que vayan al baño y le confirme si su pene tiene un tamaño normal, pues Zelda asegura que es diminuto. Ernest no oculta su animadversión hacia ella, a quien acusa de alcoholizar a Scott para que este no pueda trabajar y vaya a su vez a molestar a Hemingway. Todo esto viene a colación porque una de las primeras lecturas de Suave es la noche, negativa, fue que era un mero trasunto de los problemas familiares de Francis y Zelda, de la esquizofrenia que ella padecía desde joven y del proceso de autodestrucción alcohólica del propio Francis.

A diferencia de Gatsby, en donde un personaje externo, Nick Carraway, narra el idilio entre el misterioso magnate Jay y la frívola Daisy, en Suave es la noche es el propio protagonista, Dick Diver, quien asume mayormente la primera persona para contarnos la historia de amor con su esposa Nicole y la posterior hecatombe de la pareja. En apariencia, la vida de lujo que el matrimonio lleva en la Riviera francesa y Suiza es perfecta. Dick, que está dotado de una personalidad abrumadoramente seductora, departe con el jet set con gran despliegue de ostentación y encantadora mundanidad. Es un reconocido médico que ha dedicado su carrera a la elaboración de Psicología para psiquiatras, una obra de referencia internacional. Luego se asocia con un colega y administran una clínica para enfermos mentales. Él y Nicole son padres de dos hijos, cada cosa que emprenden es un suceso extraordinario. Pero Rosemary Hoyt, una jovencita actriz de Hollywood que se enamora de Dick, y a quien Dick corresponde primero con platónica indulgencia y luego con feroz carnalidad, trastoca el orden y destapa la cloaca. Nicole no puede controlar sus arranques esquizoides. De hecho, antes de ser su mujer fue paciente de Dick. Él no es rico, la familia de ella lo mantiene. Una violencia soterrada, que es también la violencia de la época, aflora y destruye la relación. Después de un choque intencionado que casi los mata cuando ella conducía, Nicole termina yéndose con Tommy Barban, un amigo común y excombatiente franco americano. Dick pierde no solo una pelea contra taxistas estafadores en Roma sino la guerra contra el alcohol.

La era del jazz, con las rumorosas noches suaves que sucedían a las fiestas interminables, se convierte en la Gran Depresión del 29 y la ruina moral. Suave es la noche es un gran fresco de los años 20, un testimonio del fin del sueño americano y de un mundo que se precipita a una nueva contienda. Decía Fitzgerald que El gran Gatsby fue un tour de force, pero que Suave es la noche constituía una confesión de fe. No podría estar más de acuerdo.

AQ

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