—Pero mááááááá, ¡Yo no quiero ir a Tamayo!
—¡No me hagas esto, Cayetano!, me quedé de ver con mis amigas allá, y ¡van a estar los socios de tu papá! Además, ¿Qué no ibas a alcanzar a Mica ahí?
Cuando escuché el inicio de esa “demoledora” discusión, le hacía compañía a una amiga. Estábamos sentados afuera de los baños de la feria de arte Material de este año. Tuvimos que ponerle pausa a nuestro safari artsy porque ella tenía que hacerle una entrevista telefónica con Kader Aitta, un francés cuya exposición, Un descenso al Paraíso, está exhibida ahorita el MUAC.
Estaba agotado. Pasé la mayor parte del día en Material y antes en Salón ACME, al cual fui por error, pues en mi fritez pensé que era Material y no me di cuenta de que andaba perdido, hasta que ya llevaba como media hora ahí, después de ver con atención las playeras de la gente del staff... y el nombre grande y rojo del evento en medio de las escaleras.
Breve resumen de lo que vi ACME: La pintura la japonesa Anri Okada le dio una vibe fresca y selvática al espacio donde lo pusieron, pues, además de que las paredes estaban pintadas de verde, hacía un divertido juego (o dialogaba, como diría el gremio) con la flor inflable de Laura Garduño. Fue una instalación cursi y linda. Cannon Bernáldez nunca decepciona y esta vez presentó unas interesantes fotos monocromáticas del paisaje de Veracruz. Me pareció una elección muy random que las piezas que recibían al público fueran el suéter rojo enorme y el calcetín de alien, pero bueno, yo no soy curador, so...
Volviendo al relato inicial: no me quedaban energías para seguir recorriendo los inquietantes booths de la feria, por lo que me puse a doomscrollear en TikTok, mientras mi compacheca terminaba su charla, en la que ella y su interlocutor campechaneaban entre el francés y español. Esto hacía voltear a todos los que pasaban por ahí. Incluso, una joven muy amablemente me ayudó con el tripié que se me cayó, pues seguramente pensó que éramos franceses. No la decepcioné y le agradecí con un merci que le sacó una sonrisa… las ventajas de ser mulato “internacional”.
Mientras saltaba entre videos de coreografías de k-pop, tutoriales de cómo hacer enojar a DeepSeek e influencers reciclando los mismos chistes insípidos, escuché el inicio de aquel conflicto… una muestra de los verdaderos y únicos problemas en la vida de ese uno por ciento de la población mexicana, aquel que se ultraproduce para ir a eventos como la Semana del Arte y que cuando pregunta cuánto cuesta una pieza, la pide envuelta pa’ regalo sin pensarlo.
Cuando alcé la mirada, vi a una dama a la que le calculé unos 50 años. Usaba un vestido corto plateado de brillos, era blanca, pero muy bronceada y tenía una melena rubia con un corte que no sabría definir más allá de “peinado de señora de las lomas” con aires retro.
Al igual que yo, la dama estaba cansada, pero de soportar el berrinche de su bendición de máximo 30 años, quien prefería ir a un after (a las seis de la tarde), en vez de cumplir con los rituales sociales de su gente y estirpe. La pelea se pausó unos minutos en lo que iban al sanitario y siguió, nada discreta, mientras se adentraban en el lobby donde estaba el bar.
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Acudir a las ferias de arte es como ir a un safari inverso: mientras la gente blanca y privilegiada paga grandes sumas para darse el rol en sitios como Tepito para sentirse “de barrio” y seguir perpetuando la pornomiseria, la plebada va a ese tipo de eventos de “élite fifí” para aparentar y hacer alarde de su trip. Por otro lado, un random como yo se divierte observando el comportamiento particular que adoptan sus congéneres y el de aquellos grupos de individuos bajados de las lomas, pero de Chapultepec… un suceso que no es posible contemplar todos los días.
Durante el paseo en Material, mi amiga y yo llegamos a la conclusión de que absolutamente todas las personas que atendían los booths iban como “uniformadas”: tanto extranjeras como mexicanas (el 80 por ciento eran mujeres) poseían un mismo fenotipo: cabello oscuro, piel blanca lechosa, rostro hermoso, pero “estándar”, sin parecer de alcurnia. Obviamente, por ahí se colaba alguna rubia o alguien racializado.
Lo importante de esto es que, tras observar con detenimiento, llegamos a la conclusión de que poca gente se acercaba a hablar con ellos… y realmente no se antojaba. Mi amiga me dijo: “no se ven interesantes, son secas”. En contraste, Charly James, de Los Ángeles, tenía en su equipo a unas chicanas, con ceja alzada y todo, y eran la sensación. Además, sus piezas eran divertidas, aunque muy clichés.
A mi parecer, uno de los proyectos más llamativos, y cuestionables, de Material fue el de La Galería Rebelde, de Guatemala, la cual montó un “tianguis” de paca de colores pastel muy aesthetic, al que hasta le pusieron unas mantas de la virgen de Guadalupe y una cobija de tigre. Era divertido y triste ver cómo los güeros jugaban a mirar qué gangas encontraban en la ropa de segunda mano, mientras nuevamente exotizaban la vida diaria de muchos de nosotros. Seguro que cada una de esas prendas costaba lo mismo que un iPhone.
Otro proyecto que definiría como sacado de Etsy a sobreprecio fue el de una galería de Guadalajara (no anoté el nombre), la cual vendía objetos utilitarios de cerámica, como ceniceros en forma de Crocs y pipas para tabaco que eran mini réplicas de la Fuente de Duchamp. He visto lo mismo en la Lagunilla a una décima parte del precio en el que las ofrecían… pero bueno, yo no era cliente target. Mención honorífica al espacio que puso una sala de espera con sillas del IMSS, una ouija y al fantasma de Scream.
El ambiente en Material fue distinto al de Maco por dos grandes razones: la peda era mucho más íntima y descarada en la primera (además de que era un horno), mientras que en la segunda los asistentes procuraron producirse mucho más. El común denominador en ambas eran los gringos del tipo nómada digital gentrificador, que se esforzaban por jalar las miradas, caminando de forma altanera y haciendo que sus pláticas se escucharan en ese océano de murmullos y risas, pero al final no eran más que NPCs en aquella realidad artística de temporada.
En Maco me topé con uno que otro influencer del arte y “jóvenes promesas” de la plástica contemporánea nacional. No sé si sepan quién soy (y me tiene sin cuidado), pero ya hemos cruzado caminos y miradas muchas veces en el pasado. Fue hilarante ver cómo entraron a la feria con una actitud arrogante y hasta cuadrándose con la gente, haciéndose los importantes. Pero, a la media hora, ya traían la mirada agachada y la fama de las redes entre las patas, porque sólo en sus casas les topan. Diría un valedor experiodista: se sienten soñados en los cinco minutos que les dura su vida prestada. Por eso el travesti Minni les tira cábula (que no soportan) en Insta.
Es curioso presenciar las conductas de “posona” que las personas no pertenecientes a los altos estratos adoptan en estos eventos con tal de aparentar estatus y tratar de llamar la atención de los ricos, quienes andan en su rollo viendo qué escultura poco práctica, como el vocho hecho bola, se vería mejor en el patio de su casa de Valle de Bravo.
Ese aspiracionismo “quedabien” les impide ser críticos de un sistema e industria muy cerrada, que muy rara vez (o quizás nunca) les abrirá las puertas. No digo esto con el afán de hacerme el crítico, sino porque da cringe que le aplaudan cualquier cosa a un galerista o artista para tratar de ganarse su favor (les hablo a ustedes, manzana con cuchillo y ladrillos sobre ladrillos... no es que sea yo un experto en arte contemporáneo, pero pónganle voluntad, caray).
El deseo de aparentar de la gente que Karla Sofía Gascón llamaría “de bien” y que padece el “Síndrome de Doña Florinda” no pasa desapercibido entre la gente verdaderamente rica. Incontables veces los vi barrerlos con la mirada y remarcarles con ésta que no existen para ellos. Con el puro lenguaje corporal les recuerdan que ellos no van a Maco a tomarse fotos en el booth de peluche naranja (La Bibi Galería) o con los osos de feria (Galería Palma), sino a cerrar negocios millonarios mientras comen nueces y beben mojitos
Shout out a la 193 Gallery, que presentó unas fotos increíbles de Thandiwe Muriu, y a Patricia Conde por llevar obra de David LaChapelle. Y hasta aquí el reporte de un discípulo culturoso de Pati Chapoy.
AQ