Como género, el horror tiene su público cautivo. Los amantes del horror verán todas las películas clasificadas así. Buenas o malas. Justo por eso vale la pena advertir una obra como Salvando almas porque, a pesar del género, resulta muy buena. Escrito y dirigido por Rose Glass (es su ópera prima), este filme británico sigue a dos mujeres que se encuentran frente a la muerte. Amanda es una bailarina experimental que está desahuciada y vive sus últimos días segura de que Dios no existe. Cree también que para despedirse basta una noche de fiesta con mucho alcohol. Por su parte, Maud, la enfermera de Amanda, ha comenzado a escuchar voces. Pero además está convencida de que dichas voces vienen de Dios.
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El horror aparece, primero, en este “escuchar voces”. Si creyéramos, como Maud, que Dios le está hablando, sería entonces un ente malévolo que exige sacrificios absurdos y no permite distinguir de ningún modo el bien del mal. Sería como el de Lars von Trier en Rompiendo las olas; uno que, más que amar a sus creaturas, desea probarlas y “por amor” sería capaz de sugerirles toda clase de crímenes. Entonces, ¿las voces de Maud no serán, al interior de la ficción, las voces del diablo? Puede ser. Después de todo, no parece haber nada más alejado de la divinidad que la vida de esta enfermera que busca sexo rápido en bares de quinta, horrorizada de su pasado en un rincón del departamento de clase baja en que come junto a las cucarachas y en donde reza a un dios que responde en galés. ¿En galés? Ni más ni menos. Este detalle conduce a pensar que tal vez Maud está escuchando su propia voz. O más específicamente, el inconsciente de los psicoanalistas. También puede ser.
Salvando almas sería entonces congruente con aquella idea de que lo demoniaco es lo irracional dentro de nosotros mismos. Cualquiera de estas respuestas sugiere, de cualquier modo, que todo el horror puede reducirse a esta pregunta: ¿existe Dios? La inteligencia del guión de Rose Glass estriba en que exhibe muy pocas pruebas para intuir lo que piensa al respecto. Pero hay algo claro: la película no se limita a introducirnos en la mente de una esquizofrénica ni tampoco a asustarnos con el dios de Lars von Trier: ese “dios del mal”. Puede, en efecto, que Maud sea una suerte de Santa Teresa un poco subida de tono que ama a su dios hasta el orgasmo y que quiere salvar a su paciente. Pero puede que, en efecto, el diablo exista al interior de esta película y ella, Maud, sea un regalo, una suerte de ofrenda a la mujer moribunda que no sabe bien a bien cómo decir adiós. Como en todas las magníficas películas, Salvando almas es una obra abierta que nos deja llenos de interrogantes. Aquí, enfrentándonos con el único horror que todos, cotidianamente, podemos percibir: la muerte. Porque, claro, resulta fácil decir que morir debe ser tan natural como vivir, pero hay que ver lo que siente Amanda: no debe ser sencillo haber vivido en el cuerpo de una bailarina clásica y ahora estar perdiendo el cabello y la razón.
Como aquel otro género de público cautivo, la ciencia ficción, el buen cine de horror plantea esta paradoja de la que habla Arthur C. Clarke: “Existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo o que no lo estemos. Ambas son igual de terroríficas”. Puede que dios no exista, como piensa la bailarina, o que dios nos ponga pruebas como las de Maud. En ello está el horror.
Salvando almas puede verse a través de Amazon Prime Video.
AQ