Se pegó un tiro | Por David Toscana

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El escritor Aleksandr Fadeyev ha sido descrito por sus contemporáneos y estudiosos como un hombre noble y como un elogiador de Stalin. ¿Por qué se suicidó?

Alexander Fadeyev, escritor y cofundador de la Unión de Escritores Soviéticos, se suicidó en 1956. (Especial)
David Toscana
Ciudad de México /

Sin duda el elogio más descabellado de la historia se lo dedicó el escritor Aleksandr Fadeyev a Stalin. Le llamó “el más grande humanista que ha conocido el mundo”. En esa admiración que sintió por su líder desde que subió al trono, había glotonería de privilegios y temor. Fadeyev dejó de ser un escritor para volverse un propagandista. Como presidente de la Unión de Escritores Soviéticos, boicoteó los intentos de autores polacos por hermanarse con los de Occidente, y como si la vida del dictador fuese eterna, se dedicó a traicionar a muchos de sus amigos y colegas; aunque también ayudó a otros. Censuró obras, acusó a intelectuales, y colaboró para que algunos de ellos fueran ejecutados o pararan en un gúlag.

A Vasili Grossman le hizo la vida cansada, dándole largas para publicar una novela, queriéndole cambiar cada detalle que pudiese disgustar al líder.

Orlando Figes cuenta en Los que susurran que a Ilia Ehrenburg lo atacó por “proceder de ese círculo de la intelligentsia que entiende el internacionalismo en un sentido cosmopolita vulgar, y que no logra superar su servil admiración hacia todo lo extranjero”. Bautizó a ese grupo como “los cosmopolitas” y los sumisos del régimen arremetieron contra ellos. Los verdaderos soviéticos contra los cosmopolitas.

Al morir Stalin, Nikita Khrushchev marcó su distancia con el estalinismo, y Fadeyev no tuvo modo de borrar sus lisonjas y trapacerías. Menos aún cuando Khrushchev había liberado a muchos prisioneros de los gúlags y varios de ellos buscaban encararse con Fadeyev.

Pese a todas esas grietas, muchos colegas lo consideraban un hombre noble y antes les inspiraba lástima que rencor.

Figes nos dice que: “Fadeyev había sido un hombre decente, pero había quedado reducido al estado de un alcohólico tembloroso por las concesiones morales que se había visto obligado a hacer”.

Se pegó un tiro.

Aunque en su libro de 2011 The Victims Return, Stephen F. Cohen dice que “continúa sin saberse por qué Fadeyev se suicidó”, allá en 1956, cuando ocurrieron los hechos, a Ilia Ehrenburg no le cabía la menor duda: “Le asediaba el retorno de los prisioneros y sus esposas”. Figes asegura que lo destruyó “el conflicto entre ser un buen comunista y ser un buen ser humano”.

Él dejó su carta del adiós: “Como escritor, mi vida ha perdido todo sentido, y la abandono con alegría, con un sentimiento de liberación de esta vil existencia, en la que el alma está aplastada por la malignidad, las mentiras y la calumnia”.

Los testimonios de quienes lo conocieron son inequívocos: Fadeyev amaba intensamente la literatura. La literatura da y exige; hay que estar a la altura.

​AQ

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