En tiempos de guerra o de paz, de pandemia o de salud, la literatura siempre nos propone la misma aventura radical. Nos propone ser otros, para volver a ser nosotros mismos. No hay excepciones porque incluso las mentes más planas y aburridas sueñan. La única ilusión es cruzar fronteras. Imaginar es tan natural como respirar y comer.
En la colección de ensayos Con total libertad (Salamandra), publicada el año pasado, la escritora inglesa Zadie Smith afirma: "Para mí, la ficción es una manera de preguntar: “¿Y si las cosas fuesen de otra manera?”, lo que inevitablemente lleva a plantearse otra pregunta: “¿Y si yo fuese otra?”
Al leer estas frases uno recuerda la historia de la autora, que saltó a la fama con su novela Dientes Blancos, hace poco más de veinte años. Smith es hija de una inmigrante jamaiquina, Ivonne Bailey, que se estableció en Londres precisamente buscando ser otra. Fue allí donde se casó con un inglés, treinta años mayor que ella. De niña, Zadie también jugó con la idea de ser bailarina, percusionista y cantante de jazz antes de dedicarse a la literatura. Sin embargo, la música sigue siendo parte de su obra y de su vida. Las fronteras están hechas para cruzarse. A sus cuarenta y seis años, Zadie ha vivido en Roma y en Nueva York, junto a su marido, el escritor irlandés Nick Laird, antes de volver a Londres.
Leyendo este pasaje, recuerdo que la mayor parte de los escritores son también aficionados a los viajes. Viajar es entrar en un sueño. Irse a otro lugar es hacer caso de la promesa de ser otro en un lugar distinto, algo parecido a leer una novela.
Es por eso que los libros de viajes abundan entre los escritores desde Las Historias de Heródoto que en el siglo V antes de Cristo relata las Guerras Médicas y se detiene en regiones como Egipto. Joseph Conrad hizo de sus travesías la materia prima de su ficción. Lo mismo puede decirse de los expatriados de Henry James y de tantos escritores de todos los tiempos. Viajes, ficciones, revelaciones. Aprendemos de nosotros mismos cuando leemos un libro y cuando viajamos. Ambos forman parte del sueño donde la realidad y la ficción se funden. Un viaje es una ficción que se vuelve realidad.
En otro pasaje Zadie Smith agrega: “La literatura, para mí, es precisamente el espacio ambiguo donde las identidades imposibles se hacen posibles tanto para los autores como para los personajes”.
Esta idea de la identidad imposible como verdadera es crucial para entender lo que ocurre en una novela. Ser lo suficientemente concreto en las palabras para crear la ambigüedad es el sueño de cualquier libro. No se trata de huir de la vida sino poder volver a ella con las revelaciones que nos ha dado el espejo extraño de la ficción. El libro de Zadie Smith se concentra en el requisito de todo ello: la libertad, un músculo de la imaginación. Ese músculo hoy amenazado que sin embargo resistirá los tiempos oscuros de invasiones y autocracias en los que nos adentramos.
AQ