En el nuevo thriller de Eloy Urroz no un hay misterio por resolver. De hecho, desde la primera página descubrimos que el Fernando asesinó a Irene. Lo que sigue es la inmersión en las pulsiones y resortes del protagonista. Bajo esa tela se sostiene Nudo de alacranes (Alfaguara), una novela que en paralelo recupera el paso de D. H. Lawrence por Oaxaca. Ambas vertientes, dan por resultado un libro que más que conmover apuesta a la provocación.
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—¿Por qué recuperar la figura de D.H. Lawrence?
En realidad, no me propuse recuperar su figura. Es un autor que me acompaña desde los 17 o 18 años. Me enamoré de sus ideas, de su forma de escribir, de su condición trashumante e iconoclasta. Siempre buscó un lugar mejor para vivir porque odiaba el puritanismo inglés. Exploró muchos lugares del mundo, estuvo en Australia, Sri Lanka, Italia, Nuevo México. En México recorrió Guadalajara y Oaxaca. Por todo eso me gustó como motor de Nudo de alacranes.
—Otro elemento empático entre los dos es la intención trasgresora.
Tienes razón, siempre he querido que mis novelas sean trasgresoras, pero no de manera gratuita y sí con una propuesta moral y filosófica. Desde la adolescencia he sido un transgresor, pero a esa edad fui un rebelde sin causa, a lo pendejo. Después te cultivas, lees, entiendes, aprendes y encauzas todo eso en una visión del mundo que, al menos en mi caso, no suele estar en la misma corriente de lo que opina la mayoría.
—En el libro vemos sobre todo una transgresión moral que va de lo familiar a lo sexual.
Cierto, el protagonista deja todo para irse con sus amigos en busca de una utopía a Oaxaca, el estado que más me gusta del país independientemente de que cautivó a Lawrence.
—Que Irene, la mujer de la cual se enamora Fernando, sea una prostituta también le da una dimensión simbólica, ¿no es así?
Si hay simbolismo en mi literatura no es porque lo busque, incluso es algo que evado. Los símbolos surgen a pesar de uno mismo. Están en el inconsciente y forman parte de la atmósfera.
—Si no te gusta el simbolismo, al menos hay un carácter metafórico.
Cuando escribo mis novelas no estoy tan consciente de las posibles lecturas. Prefiero que sea el lector quien las descubra.
—Tanto en Demencia como en Nudo de alacranes hay recursos del thriller y el policiaco. ¿Por qué explorar estos géneros?
Es verdad, pero prefiero ver ambas novelas como falsos policiacos. Ni siquiera soy un buen lector de este género, me aburre. Me parece que tiene un problema esquemático porque todo se reduce a un caso por resolver. Para los fines del policiaco lo que siente el personaje es irrelevante. En las novelas que me interesan todo significa algo, hasta el vaso con agua.
—Aunque en estos libros hay asesinatos e investigación… Piglia decía, en este sentido, que lo mejor del policiaco comenzaba cuando se descubría el crimen.
No conocía el planteamiento de Piglia, pero lo suscribo. En mi novela desde la primera línea sabes quién cometió el crimen. Fernando mató a Irene, la prostituta, eso está claro desde el principio. Lo que sigue es la comprensión del personaje, sus motivaciones, sus perturbaciones psicológicas, su relación con D.H. Lawrence y con sus amigos.
—Estos elementos se tejen con un cuestionamiento moral, ¿es importante hacer este tipo planteamientos en una época donde predomina lo políticamente correcto?
Me gusta pensar que todas mis novelas son profundamente morales. Cuando empecé a ser buen lector, a mediados de los ochenta, el objetivo era ser un autor flaubertiano, es decir promotor de la novela amoral. Otra vertiente es la del escritor joyciano, la objetividad absoluta, la novela de estilo y la cero interferencia del autor en el texto. Frente a esto existe la posición de autores como D.H. Lawrence para quienes todo es moral, no moralino, pero sí con una carga humana inevitable. Estos son los libros que más me gustan. Aquí hago un cuestionamiento a la sexualidad porque creo que el sexo es profundamente moral. Incluso creo que la forma de la novela es esencialmente moral dado que la escribe un ser moral. Sade o Gide lo son, te puede gustar su percepción o no, pero lo son. Lawrence habla de metafísica y no de moral, aunque en realidad son lo mismo. Él sabía que, si la forma se supedita a la metafísica, la novela fracasa. Lo importante es hacerlo a la inversa.
—Hoy estamos en un momento de sacudimiento moral, ¿no te parece?
Cuando Pedro Ángel Palou leyó el manuscrito me hizo ver que Nudo de alacranes era una novela políticamente incorrecta. Me hizo ver que podía ser misógina y machista porque una bola de cabrones mata a la mujer. Por supuesto, su comentario me animó aún más. Lo curioso es que yo me considero feminista. Después, pensando más seriamente su comentario lo vi de otra manera, porque Irene finalmente hace lo que sale de los ovarios.
—Aunque la matan y eso se puede leer como un castigo…
Sí, pero también puede representar al feminismo. En el fondo de la novela hay un guiño al cuento “La intrusa”, de Borges, donde dos hermanos viven felices hasta que llevan a una mujer. Borges resuelve el relato de la manera más misógina: los hermanos la matan.
—¿Le preocupa esa lectura misógina?
No, me encanta. Al contrario, me gustaría que las feministas la leyeran y la despedazaran porque en el fondo es exactamente lo que le pasó a Lawrence. A pesar de que fue un profundo feminista hoy es visto como todo lo contrario.
ÁSS