Era el 8 de junio de 2012. El embajador de México en Varsovia nos invitó a su residencia, conocida como La Ponderosa, a algunos amigos de aquí y de allá para ver el primer partido de la Eurocopa: Polonia contra Grecia. Apenas pitó el árbitro el inicio del juego, se escuchó un trueno y comenzó a llover. De inmediato se cortó la imagen en la televisión y apareció un par de palabras: Brak sygnału. Sin señal. “¿Qué pasó?”, preguntamos los mexicanos entre la ira y la ansiedad. Los polacos respondieron con suma tranquilidad: “Está lloviendo”.
Con la misma resignación aceptábamos en décadas pasadas que los coches dejaran de funcionar en los chubascos porque se les mojaba el distribuidor. Los caséts se apretaban y había que aporrearlos en la palma de la mano o rebobinarlos con una pluma Bic. Para grabar, había que oprimir REC y PLAY al mismo tiempo. Los discos se rayaban. Hacía falta buen pulso y buena vista para saltarse “Within You Without You” y bajar la aguja justo antes de “When I’m Sixty-Four”.
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Los relojes se encordaban. Las cintas de las máquinas de escribir se atoraban. Las baterías se sulfataban y se les chorreaba el líquido. Los focos se fundían a cada rato.
Se esperaban meses a que Telmex instalara una línea. Al instalador había que darle una buena propina.
Alguna vez, jugando de portero bajo un aguacero, me rompí el radio del brazo por detener un trallazo de esos balones de cuero que, una vez caído el esmalte, eran esponjas que podían pesar cuatro kilos. Se perdía parte de la cabellera al peinar un balón descascarado que llevara efecto. Todo eso era normal, hasta que aparecieron los balones Estrella de vinil. Sí, de “vinil”, aunque la RAE no acepte esa palabra, sino “vinilo”.
Dentro de lo normal estaba descongelar el refrigerador. Al teléfono se le podía modular el volumen del timbre, pero no silenciarlo. En cada visita a la gasolinería se checaba el aceite, así como el agua del radiador y de la batería. La presión de las llantas a veintiocho libras. La gasolina era roja, verde o amarilla. A veces tenía basura y se tapaba el carburador.
Ahora estoy pasando el verano en Cracovia, y no sé si se trate de una herencia del comunismo, pero ayer comenzó a llover y de inmediato la pantalla del televisor anunció su conocido brak sygnału.
Hay cosas más frágiles que una televisión bajo la lluvia. En esos doce años desde aquella Eurocopa, Polonia se echó encima un gobierno autoritario que destruyó instituciones y succionó el sistema judicial para matar la democracia. Un gobierno que predicaba la moral y se cebaba en la corrupción. Los polacos aprovecharon los últimos vestigios de libertad en las urnas para cambiar su suerte. Polonia volvió a ser un país libre con instituciones que se van fortaleciendo.
Las sedes de aquella Eurocopa fueron Polonia y Ucrania. En el Kremlin hubo quien se crispó al ver a Ucrania con el prefijo Euro.
AQ