Snoopy o el escritor

Personerío

El personaje creado por Charles M. Schulz escribe y reescribe heroicamente castigándose el trasero a caballo sobre el filo central del techo de su caseta.

Snoopy en su infatigable máquina de escribir. (Ilustración: Charles M. Schulz)
José de la Colina
Ciudad de México /

En 1979 Italo Calvino publicó, bajo el bello título de Si una noche de invierno un viajero, un libro propuesto como novela pero que en realidad es (a lo largo de 270 páginas de la edición española de Bruguera, con la fiel traducción de Esther Benítez) un global íncipit hecho de íncipits un poco a la manera de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne, obra precursora, vanguardista, ¡escrita en el siglo XVIII!, que una y otra vez comienza y recomienza sin querer llegar a su final... que es el nacimiento del personaje “autobiografiado”.

En su propio libro, Calvino convocó a quien, gracias al historietista norteamericano Charles Monroe Schulz, ha sido en la segunda mitad del siglo XX el animal (dibujado) más célebre del mundo: el perrito Snoopy, que desde el techo de su caseta ejercía una heroica vocación de escritor tecleando en una maquinita de escribir las solas, las invariables, las convencionales, las trilladas y a la vez incitantes palabras con las que se iniciaría una novela de misterio: Se una notte d’inverno un viaggiatore (saboreemos otra vez ese afortunadísimo título, ahora en su lengua original).

Ese párrafo snoopiano, “Era una noche oscura y tormentosa”, da el sentido, la razón de ser, la teoría de la bella aventura literaria que es la novela de Calvino (la novela como una tela de Penélope perpetuamente tejida, destejida y retejida), y a la vez retrata a Snoopy, el perro que se sueña escritor y que por tanto se desea humano, en cuanto es un soñador irremediable, “un ser de lejanías”, como (creo que después de Heidegger) decía Ortega y Gasset.

Snoopy, que heroicamente escribe castigándose el trasero a caballo sobre el filo central del techo de su caseta, resulta así el icono emblemático de todos los escritores que en el mundo han sido, son y serán. En su siempre reiniciado intento de hacer vivir, mediante las palabras, a seres, actos, gestos, historias mentales e imaginadas, el perrito vive en ese momento el drama del novelista, del dramaturgo, del poeta, del creador literario siempre en actitud de recomenzar su “tela de Penélope” en la que pretende dar a leer y a ver, el reverso del tapiz de la realidad.

Schulz tomó esas palabras que Snoopy escribe y reescribe del muy folletinesco novelón Los últimos días de Pompeya, realmente escrito y publicado por un autor realmente existente: Edward George Bulwer-Lytton (1803-1873), quien, igual que si fuese un grande de las letras (que no lo es), habrá conocido el drama del atrevimiento al íncipit, de la vacilación ante la primera frase dictada por la imaginación. Es un drama que el poeta y novelista Louis Aragon, en su libro Nunca aprendí a escribir, o los íncipit (1969), supo narrar y describir: “Para mí, la frase surgida (¿dictada?) de la que parto hacia algo que será la novela, en el sentido ilimitado de la palabra, tiene ese carácter de encrucijada, si no entre el vicio y la virtud, al menos entre callarse y decir, entre la vida y la muerte, entre la creación y la esterilidad”.

Así, Snoopy está por siempre comenzando a escribir la novela implícita en el íncipit, intentando inscribir una pequeña historia en el reverso de la gran tela de la Historia.

ÁSS​



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