Como suele suceder con Xavier Dolan, Sólo el fin del mundo (disponible en Mubi) está construida con primeros planos. No se trata de una elección cualquiera. Dolan narra visualmente como quien escribe en primera persona. Este hecho permite intuir que el autor toca temas que le incumben realmente, que es un artista que ha llegado a la fama porque dice cosas que necesita decir. Duelan o no.
- Te recomendamos Muriel Ricard: la otra joya de los Laboriel Laberinto
Prácticamente todo el cine que ha hecho famoso a Xavier Dolan está disponible en streaming. Matthias & Maxime, del 2019, también. Y eso que se estrenó efímeramente en territorio nacional, pero, como sucede con la cartelera presencial, con pocas copias y en horarios inaccesibles. Por eso, si hubiese todavía alguien que desconoce el sabor agridulce que dejan las películas de Dolan, recomiendo ver Sólo el fin del mundo. Y es que, además de la primera persona de la que hablaba antes, esta obra contiene todos los temas que incumben a su autor. Louis vuelve a casa para anunciar a los suyos que está por morir. Contar a su familia que está muy enfermo ofrece a Louis la ilusión de ser su propio amo, de que hay en la vida un modo tan sustancial de adueñarse de ella que es posible incluso, atreverse a vivir la muerte.
En torno al clásico “un héroe regresa a casa”, el director nos introduce en esa familia disfuncional que su cine retrata tan bien. La madre y el padre lanzan extensos discursos en los que se adivina el odio soterrado que sienten por aquellos que, paradójicamente, más aman. Es la clase de amor y odio que siente el protagonista de Mommy por su madre; es una violencia que no está exenta de luminosos estallidos de amor. En ello estriba la fascinante ambigüedad de Dolan: sus personajes están, como la mayoría de los humanos, sometidos por una libertad tan tajante que el fenómeno erótico resulta, a un tiempo, liberador y esclavizante. Así sucede justamente en Matthias & Maxime, estos amigos que un día descubren que siempre se han deseado y justamente por ello comienzan a evadirse. A odiarse, tal vez. Así sucede con la más celebrada de sus películas, Tom en la granja, del 2013: que Tom cae rendido de amor y deseo por Francis, un hombre sádico y peligroso.
El amor de los personajes de Dolan parece enraizado en la incapacidad que sus personajes han tenido para relacionarse con la madre en la primera infancia. Hay un miedo al abandono que resulta patente. Y patético. Y sí, todas sus películas están bien actuadas y fotografiadas, pero hay, además, en todas ellas, una relación muy especial con lo sonoro. En Sólo el fin del mundo dicha relación es tan evidente que pareciera que sólo la música es clara, los diálogos resultan complejos y hasta carentes de sentido, pero la música no. Finalmente, uno descubre que estos discursos están construidos como en el gran teatro. Como en Chejov. Como en Tío Vania.
No resulta extraño ahora que Sólo el fin del mundo esté basada en una obra teatral de Jean-Luc Lagarce, este autor canadiense que falleció en 1995, antes de cumplir cuarenta años. Dolan hace suya la historia de este hombre que sabe que va a morir y quiere anunciarlo. La hace suya cuando notamos que el director se entretiene en el modo en que la luz se descompone bajo la lluvia, a través del humo del cigarro y, sobre todo, en el erotismo de los ojos de todos estos extraordinarios actores que ponen en escena diálogos llenos de una violencia contenida que tarde o temprano va a explotar en un beso que puede ser de amor, pero también de despecho.
Sólo el fin del mundo
Xavier Dolan | Canadá, Francia | 2016
AQ