Sueño | Por José de la Colina

La mar en medio

El narrador sobrevuela la ciudad a bordo de un planeador, animado por su padre que le grita: “¡Sube, sube, pero sube!”, mientras él, un niño del exilio español reconoce calles y personas y piensa en su lejano país.

La Ciudad de México vista desde las alturas. (Foto: Jorge Carballo | MILENIO)
José de la Colina
Ciudad de México /

¡Sube, sube, pero sube!, dice tu padre atrás de ti, palmoteándote un hombro, porque ha montado contigo tanto en el sueño como en el aparato, y aunque el soñador, tú mismo pero otro, te dice esto es solo un sueño, decides que debes actuar y tiras de la palanca de mando del planeador y éste se empeña en descender, es un armatoste de madera y alambres recubierto de tela de sábana, lo has construido con ayuda de tu hermano Raúl en la casavecindad de Izazaga 52 y no sabes cómo has logrado alzar el vuelo, tal vez confiándote a un golpe de viento, y ha quedado allá abajo Raúl porque tu padre le ha dicho tú te quedas con mamá, y ahora el planeador sobrevuela el ajedrez de azoteas de la Ciudad de México que aún no es la Ciudad de Smógico, y con cuánta libertad se flota en las alturas de la clara tarde amplísima, al azar del viento, pero el planeador pierde altura, también el sueño está perdiendo impulso te alerta el soñador ¡sube, sube!, y alzas un poco el aparato, logrando solo hacerlo volar torpemente, como pajarraco blanco, borracho o herido, incierto de horizontes, rasando otros tendederos, otras azoteas, aleteando tan bajo que puedes oír las radios de las casas, esas músicas, esas canciones que el soñador, astuto, queriendo falsearte la cronología, va metiendo en el sueño para fechar este tranco de lo soñado, situarlo en los años cuarenta, Con el apagón qué cosa sucede, Mujer si puedes tú con dios amar, Yo ya me despedí de los muchachos porque mañana voy para la guerra, y las grandes alas de sábana rozan y rompen ventanas y vitrinas y tragaluces de las calles de Isabel la Católica y Bolívar y López, que son esas calles pero son otras, y algunos transeúntes se sienten ofendidos por ese soplo del paso del aparato sobre sus cabezas, esos también son refugachos dice tu padre, están todos calvos, y los calvos levantan hacia el planeador rostros indignados que reconoces a pesar de la altura del vuelo, todos son conocidos, todos están muertos pero todos lo disimulan lo mejor que pueden, y te vuelves un momento a decir eso a tu padre y lo ves enteramente calvo, entonces también está muerto, y te parece muy poco digno de un muerto (pues ¿acaso no es la muerte cosa tan seria y aún más que el exilio?, ¿no es el exilio absoluto?) estar volando en planeadores improvisados, como si fuera un chiquillo, él, que mientras vivía nunca se permitió visitar un sueño tuyo (y al margen y después del sueño el despierto susurra que si has leído a André Breton, sabrás que en alguna parte escribe sobre “la conspiración de silencio y de noche que se forma en el sueño en torno al ser querido, mientras el espíritu del durmiente halla enteramente ocupación en cosas insignificantes”), y ¡sube, sube, pero si te estoy diciendo que subas!, dice tu padre, ¿no ves que nos vamos a escacharrar contra el suelo?, es que el dormido está respirando mal, le contestas, yo lo hago lo mejor posible, y él responde por eso te tengo dicho que debía manejar yo el chisme éste, ahora mira, nos vamos a dar en la crisma, y haces un esfuerzo, tiras de la palanca de mano, apretándola contra el pecho hasta causarte dolor, y el planeador por fin se alza un poco, esto está bien, te dices, el viento de la Historia está embistiéndonos por debajo de las alas ( y cuidado, le dice el despierto al soñador, aquí hay trampa, esto quiere ser literatura, esto no es parte del sueño, alguno lo está escribiendo, lo está fabricando, y los sueños escritos, fabricados, lo mismo da si en memorias o en novelas en filmes, o insertados en otros sueños, nadie se los cree, y es más: nadie se cree ni los sueños de veras soñados), y la geografía de la República Mexicana pasa por debajo, borrosa por las nubes y la velocidad, dónde estará la casa ¿y qué casa?, ¿la de Santander?, ¿la de Marmande?, ¿la de Bruselas?, ¿la de Santo Domingo?, ¿las casas de la Ciudad de México?, tal vez ninguna, pues ahora el sueño se va borrando y borra también las casas, los nombres, las voces, los rostros, y el que pronto será enteramente el despierto va braceando hacia arriba, hacia la superficie, y de un puntapié ha empujado enérgicamente hacia abajo a alguno que en su caída va dejando de ser el soñador y va a despertar inevitablemente....

Ciudad de México, l995

ÁSS

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