El sueño de un recuerdo, el recuerdo de un sueño

Laberinto, 20 años

El inconsciente emprende un viaje hacia los primeros años familiares.

De la exposición 'Mentiras. Paisajes tentativos'. (Foto: Juan Rafael Coronel Rivera)
Valerie Miles
Ciudad de México /

Mi primer recuerdo es un sueño. Un sueño recurrente que precede a todo lo que puedo recordar en la vida de vigilia. Un sueño ancestral de algún lugar más allá de la memoria, del rizoma crepitante de la memoria inconsciente. (Hacia los antiguos poetas vamos, Artemidoro, al mundo líquido, cálido y resbaladizo. Cierra los ojos, susurras. Pero no tengo ojos, respondo. Cierra los ojos, susurras). Y todo lo que existe, todo lo que puedo recordar, todo está provisto de sentido. Como las ostras que observan el sol a través del agua, creyendo que es el aire más transparente. Imagen, emblema, glifo, piedra.

Soñamos antes de nacer. La memoria da comienzo en el útero. Este sueño surgió mucho antes del proto-lenguaje que me inventé de niña. “Me siento leve”, le decía a mi madre, sujetándome la barriga cuando sentía náuseas. (Siempre no es lo que digo sino otra cosa, Artemidoro. Siempre otra cosa). Es un viento leve, leve, y un cielo de aspecto leve, Ahab se inclina sobre la borda de su barco y derrama una lágrima salada y solitaria.

¿Podemos recordar algo que surge de las eternidades gemelas de la oscuridad, a proa y a popa? Comienza como un conjunto de formas que con el tiempo se viste de carne que no es carne, de luz que no es luz; los colores de un sueño no son creados por la luz sino la memoria de luz. El sueño naciente es sombra, formas. Recuerdo la primera vez que vi el Lichtspiel Opus 2 de Walter Ruttman, qué asombrosa anagnórisis. Pero al cabo mi sueño adopta una narrativa: al principio solo mis padres son reales. Yo soy una presencia incorpórea; flotante. Subimos una escalerilla de tablones para embarcar en un buque y zas, ¡me deslizo entre los tablones! Madre grita. Despierto antes de caer al agua. Imágenes envueltas en un tiempo puro y sin ataduras. Contradictio in adjecto. Me hago a un lado y giro.

El sueño recurrente duró varios años. Como una visitación esporádica, un diseño primordial que se arrastra y cambia de forma con el tiempo. Las imágenes se perfilaban, los detalles se transformaron con cada nueva variación, y finalmente se fijaron en un periodo: los años sesenta. Ahora mis padres están vestidos como en una de las primeras fotografías familiares. Mi padre, joven y guapo, de ojos verdes, con traje y corbata. Los labios de mi madre de un rosa pálido, el pelo negro azabache recogido como en colmena, mechones dispuestos como pétalos. Subimos la escalerilla para embarcar. ¿He vestido a estas presencias oníricas como a muñecos de papel copiando una foto? Formas de luz/ no luz, memoria/ no memoria, matizadas a posteriori como el colorete de las fotos antiguas.

Una y otra vez subimos, caigo y despierto antes de llegar al agua. Hasta que un día la variación trae a mi nueva hermana. Sigo siendo una forma flotante (¿cómo puedo precipitarme si floto? ¿Estaba en brazos de mi madre?) Mi hermana es real, como mis padres. Existe plenamente y puedo verla, un pequeño bulto blanco en brazos de mi madre. Sigo detrás, etérea, sólo una conciencia que atestigua.

El buque se vuelve más alto, más blanco, se alza ya como un transatlántico. El pasamanos de cabo, antes endeble, es más firme, los espacios entre los tablones se agrandan mientras subo, como gargantas abiertas. Miro el agua azul que resplandece debajo. Percibo una creciente sensación de tiempo, y de fuerzas como la gravedad, la masa, mis pies pisan ahora con vigor la escalerilla. Mi madre lleva un sombrero pillbox. La superficie del agua se estremece cuando pasa la brisa, y se describe en una geometría de formas como de pajarillos retozando. Como de pececillos saltando, que llaman mi atención como un señuelo. Los tablones se balancean como columpios de un parque infantil.

Vuelvo a caer. Vuelvo a caer. Siempre caigo. Pero esta vez entro al agua. Al zambullirme, ¡me veo de pronto desde abajo! Soy real. Me veo en una estela de burbujas blancas que descienden. El impacto se convierte en plenitud. En lugar de ahogarme, respiro bajo el agua. Observo el sol bajo el agua, creyendo que es el aire más transparente. Quiero quedarme aquí para siempre. Y solo de mala gana salgo a la superficie, para volver con mi familia.

Todo lo que veo es el amplio cielo azul y el buque es ya un diminuto punto en el horizonte. Sola en la anchura del agua, estoy cabalmente en paz, y me deslizo de nuevo hacia las profundidades abisales del mar. (Abre los ojos, susurras. No tengo ojos, digo. Siempre otra cosa, Artemidoro. ¿Has leído a Lucrecio sobre los sueños? Te pregunto: “Creemos ver el Sol y luz del día en medio de la noche tenebrosa”). Durante toda la infancia me atrajeron las alturas. Y no tenía miedo a la muerte. De hecho, a veces me sentía misteriosamente atraída por ella. Mi primer recuerdo es un sueño, una constelación, un emblema: agua, barco, escalera, caída, sueños, pájaro, pez. Cirlot dice: “De las aguas y del inconsciente universal surge todo lo viviente como la de la madre”.

Valerie Miles


Editora, escritora, traductora. Directora de la revista 'Granta en español', es
autora de 'Mil bosques en una bellota'.

AQ

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