Susto sin pretensión

Hombre de celuloide

Está por terminar noviembre y continúa en cartelera Inquilinos. Buena noticia para su director Chava Cartas, quien comenzó su carrera como fotógrafo y creció trabajando para Fernando Sariñana en Corazón Films

Cuenta la historia de una pareja que se muda a un departamento inmundo en una vecindad avejentada (Foto. Natalis Cinema)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Está por terminar noviembre y continúa en cartelera Inquilinos. Buena noticia para su director Chava Cartas, quien comenzó su carrera como fotógrafo y creció trabajando para Fernando Sariñana en Corazón Films. Cartas comenzó a dirigir profesionalmente en Amor, sexo y otras perversiones con tan buen resultado que escribió y dirigió un fragmento en la segunda parte.

Inquilinos cuenta la historia de una pareja que se muda a un departamento inmundo en una vecindad avejentada. Comienzan los sustos y en términos generales todo funciona bien en el género de “la casa embrujada”. Danny Perea tiene la belleza necesaria para ser la heroína frágil y necesitada de un marido que, por culpa del trabajo, siempre está ausente. El marido es Erick Elías, galán siempre listo para hacer el amor y proteger a su amada a pesar de lo que, intuimos, terminará por suceder. A decir verdad, Inquilinos no es gran cine si por ello entendemos ese que, con inspiración soviética, pretende siempre dar la nota en el Festival de Cannes. La única función de esta película es entretener. Y cumple su cometido. Como valor agregado, los guionistas Juan Carlos Garzón y Angélica Gudiño exploran el truculento mundo de la santería en México, un asunto interesante porque a las tradiciones africanas se mezclan las prehispánicas. Además, a diferencia del típico protagonista de cine de sustos, el personaje de Perea es religioso. Reza el rosario y se da tiempo para visitar la parroquia del barrio. Justamente por ser tan católica, hay en ella una culpa que jugará su parte llegado el momento. En tanto fotógrafo, Chava Cartas utiliza el mundo de la santería para retratar imágenes de cristos, santos y vírgenes de ojos sangrantes, iglesias macabras y sacerdotes que parecen salidos de la pesadilla de un adorador de la Santa Muerte. Uno de estos sacerdotes, de hecho, trata de tranquilizar a nuestra heroína diciendo que la santería es una forma de adorar a Dios tan válida como cualquier otra, algo difícil de imaginar en una ciudad como Guadalajara, urbe que, en la visión de Inquilinos, siempre es gris.


El cine nacional ha explorado con demasiado ahínco la comedia romántica y al cine de miedo le ha tenido terror. Antes de que los estímulos fiscales democratizaran el acceso al mundo del cine, los interesados en el arte nacional deseaban ver engendros de ficheras o sublimes imitaciones de Tarkovski. Gracias a que hoy se filma tanto, los amantes del cine pueden explorar otra clase de géneros. Recientemente se ha estrenado una fallida película de ciencia ficción e Inquilinos da vigor a un cine que en México solía ser bastante malo. Porque si bien hubo películas que, como ésta, cumplieron su función de entretener, lejos ha quedado el tiempo en que la crítica destrozaba obras como Veneno para las hadas de 1984. Tanto cine mexicano ha conseguido quitar las pretensiones a una crítica cinematográfica que se escandalizaba con Hasta el viento tiene miedo de 1968 y más con el remake realmente horrible que tuvo lugar en 2007. Chava Cartas se ha dado cuenta de que el género de casa de los sustos no necesita de otra cosa que buenas historias y buenos actores. Si está bien fotografiada (como es el caso), qué mejor. Películas como Inquilinos ofrecen al público lo que prometen y nada más. No es poco si tenemos en cuenta que durante mucho tiempo a toda la industria del cine nacional (incluida la crítica) le faltó presupuesto, difusión, y sobre todo le sobró muchísima pretensión.



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