Talento y disciplina | Por David Toscana

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En asuntos de arte o deportes, la medianía no es dorada.

Detalle de 'Green Violinist', por Marc Chagall, 1912. (Colección Guggenheim)
David Toscana
Ciudad de México /

La antología Elogio del cuento polaco armada por Sergio Pitol y Rodolfo Mendoza comienza con “Memorias de un maestro de Poznan”, de Sienkiewicz. Es sobre un chico de once años que podría aprobar con calificación perfecta en cualquier escuela contemporánea, pero su cerebro no le da para la exigencia de aquellos días del siglo diecinueve. Sufre con el griego, el latín y especialmente con el alemán.

Su maestro nos cuenta: “Yo le ayudaba a preparar las tareas desde las cuatro hasta las ocho de la noche, y después desde las nueve hasta las doce”. El chico se esfuerza hasta el desgaste y obtiene mediocres calificaciones. Luego le da una meningitis y muere. La madre se desmaya cuando llegan de la funeraria a tomar medidas para el féretro.

Sienkiewicz nos da a entender que el muchacho murió por esa penosa combinación de esfuerzo y falta de talento.

A los deportistas triunfadores se les pone como ejemplo. Esfuerzo y disciplina son las palabras de oro, las políticamente correctas, porque así el discurso va para todos, y se elige no hablar de talento. Un maestro de violín sabe que, entre dos alumnos esforzados y disciplinados, uno será concertista y el otro tocará en bodas.

El asunto del talento desvelaba a Dostoyevski. En Niétochka Nezvanova nos muestra un violinista tratando de sacar algo sublime de su instrumento, pero muere afiebrado tras reconocerse como un mediocre luego de escuchar a un virtuoso francés.

En Demonios se habla mucho del talento, de la falta de éste. Un personaje dice: “Yo soy un hombre sin talento, y solo puedo dar mi sangre y nada más, como todo hombre sin talento”. En El idiota leemos: “No hay cosa más enojosa que ser hombre de buena familia, de agradable apariencia, bastante inteligente y de buen carácter y, sin embargo, no tener talento alguno”, aunque reconoce que tener mucho dinero puede mitigar la ausencia de talento.

Chéjov también se ocupa del tema, sobre todo en sus cartas y en los cuentos “El monje negro” y “El talento”. En este último nos relata la historia de un grupo de entusiastas pintores jóvenes que seguramente llegarán a ser unos mediocres. Tiene otro titulado “El drama”. Un dramaturgo mata a una pésima escritora que no para de leerle su obrita en voz alta. El jurado lo declara inocente.

A uno de estos, con aspiración de poeta, Ricardo Palma le llama “más sin jugo que el bagazo”.

Pásternak se preguntaba sobre los escribidores sin arte: “¿Por qué es preciso que en todas partes los que se consideran defensores del pueblo sean escritorzuelos sin talento?”

En asuntos de arte o deportes, la medianía no es dorada.

Ni siquiera en una blanda lectura contemporánea se puede hallar en el cuento de Sienkiewicz un alegato contra el sistema de educación. El sistema es el que es. La disciplina es cruel para quien no está hecho de hierro.

AQ

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