La exposición Ríos antiguos, ríos entubados, ríos muertos de Tania Candiani (Ciudad de México, 1974), que se presenta en el Centro Roberto Garza Sada de Arte de la Universidad de Monterrey, es una caja musical que retraza el sistema de ríos de la Ciudad de México creando una partitura que dibuja ese mapa hidrográfico.
Esta instalación sonora es una de las veredas de la investigación que Candiani ha realizado sobre los ríos muertos, que evoca el trabajo de artistas como Ariel Guzik, quien con su Cámara Lambdoma invita a escuchar el Cárcamo de Dolores en el Bosque de Chapultepec, o del islandés-danés Olafur Eliasson, quien parece hacer magia. Pero esta pieza va más allá: traduce acústicamente esa vida subterránea, que ha dejado de ser visible, reinventando esas sonoridades en la superficie.
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Tania Candiani es una traductora de sistemas, una artista buscadora de las intersecciones que los conectan. Su obra es el punto de encuentro entre distintos lenguajes donde se entretejen lo fonético, lo metafórico, lo gráfico, lo tecnológico y lo lingüístico. Ahí empieza su reflexión sobre lo que no está: hacer presente lo ausente. La artista utiliza la tecnología para escudriñar el pasado. Sus instalaciones son una travesía conceptual a través del tiempo en los que se entrecruzan, a su vez, el espacio público, la gente en la práctica de sus rituales urbanos y la producción social de patrones culturales.
Al recorrer la instalación el visitante nada a través de un código de representación hidrográfico convertido en un código de producción sonora y recorre plácidamente las corrientes de 24 cajas musicales, invitando a navegar imaginariamente la hidrografía entubada de la ciudad que nos hace añorar una capital antigua erigida sobre un sistema de lagunas alimentado por ríos, muchos de los cuales —a pesar de la necedad por invisibilizarlos al entubarlos— están ahí sonando. Candiani nos enseña a escucharlos otra vez.
Cada uno de los cilindros contiene protuberancias dentro de las cuales funciona la caja de resonancia, cuyo sonido se modifica debido a la ranura dibujada en la superficie y que emula el cauce de un río. El visitante se deja perder en el paisaje acústico, persiguiendo los mecanismos sonoros que invitan a rehabitar la ciudad. Así, de pronto, los ríos Consulado, Piedad, Churubusco, La Viga, Becerra, San Joaquín, De los Remedios, Hondo y San Jerónimo, entre otros, suenan recuperando sus cauces, ramificándose en nuestra memoria, la cual sigue su curso hasta desembocar en el arte.
ÁSS