Los tiempos de incertidumbre son tiempos del arte. Inauguraron el Teatro Varsovia, sede de La Infinita Compañía, y espacio multidisciplinario.
Hablemos de danza contemporánea. Raúl Tamez, coreógrafo, bailarín y uno de los fundadores de La Infinita Compañía, me preguntó públicamente mi opinión.
La danza contemporánea por inicio tiene un nombre equivocado, apelar a una temporalidad dice nada. Esta danza es primigenia, es un regreso al origen de la danza, a la decisión humana de hacer del cuerpo una herramienta de expresión estética y emocional. Está más cerca de las celebraciones dionisiacas de hace 2 mil 500 años, eso la hace intemporal, más que “contemporánea”. Es telúrica, a diferencia del ballet clásico, que educa y somete al cuerpo en una disciplina que desemboca en un estilo artificial, en la danza la disciplina lleva el cuerpo a un lenguaje ritual, dramático, su artificio está en el expresionismo orgánico. Las dos requieren de una sólida base técnica y dominio de un lenguaje. El ballet clásico es leer poesías en verso, y la danza es poesía en prosa.
En esta época de artistas que no hacen arte, hay bailarines que no bailan, que carecen de control de su cuerpo, y que sin formación se declaran “bailarines de danza contemporánea”. La libertad de no usar zapatillas de ballet se distorsionó y literalmente cualquiera, se hace el intenso y bailan arrastrándose por el piso coreografías politizadas en lugares comunes y de pésima realización. Al igual que el arte contemporáneo VIP, creen que si la coreografía tiene consignas sociopolíticas, es arte, y suben al escenario su torpeza sobre actuada.
Las coreografías de esta inauguración: 20:21 merece el premio Guillermo Arriaga que le otorgaron. Creada e interpretada por Luis Galaviz, Luis Ortega y Yansi Méndez, es emocional y controlada, con momentos realmente audaces, las percusiones con los pies, la unión de los tres en un solo cuerpo, por ejemplo. Los efectos de audio y la pieza musical, eran una obra paralela, era claro que los cuerpos de los bailarines dialogaban con lo que escuchaban.
La coreografía de Raúl Tamez: Heaven, un solo de danza es un monólogo, el cuerpo habla consigo mismo, el espectador escucha y mira. Demandante y delicada, la desinhibición del cuerpo es la manifestación de movimientos, en un autoconocimiento del artista que logra decir todo lo que desea y siente. La musicalización con una pieza de John Psathas, nos lleva a esa lectura de la prosa libre, amorosa.
La “madrina de inauguración” fue Astrid Hadad con una penosa falta de coordinación y manejo de sus trastos y disfraces, apenas podía moverse y hablar. Se supone que explota el kitsch y el ridículo, pero es diferente caer en él con un show obsoleto. Perdida en medio del escenario, con su piñatesco vestuario interpretó su “gran éxito”, que es muy “chistoso”. La cursilería contracultural y neo feminista tienen un show a su medida.
Teatro Varsovia, la boca negra del escenario se llena de espectáculos y danza, primordiales para dar otro sentido a las horas de la existencia.
AQ