Tema y novela | Por David Toscana

Toscanadas | Nuestros columnistas

No es fácil acometer esas obras que son de verdadera creación: se crea el mundo, la narración, los personajes, las situaciones, el tiempo y el lenguaje.

Ismail Kadaré, escritor albanés. (Archivo)
David Toscana
Ciudad de México /

Hay temas que parecen grandiosos, y temas que son ordinarios. De ambos pueden salir buenas y malas novelas, pero prefiero las buenas grandiosas que las buenas ordinarias, aunque sean igual de buenas. Prefiero las que me llevan a descubrir mundos, que las que me hacen repasar lo conocido.

Algo que admiro del recién muerto Ismaíl Kadaré, es que daba con grandes temas casi inenarrables, pero él tenía la capacidad de montarles una novela. Piense algún escritor que alguien le dice: “¿Por qué no escribes la historia de un militar al que le piden que vaya a recuperar los cadáveres de sus compatriotas muertos durante la Segunda Guerra Mundial?” La idea suena fantástica, ¿pero cómo convertirla en novela? Más de un novelista habría roto la pluma en su impotencia. Alguno con poco talento escribiría una sucesión de escenas grotescas de sacar cadáveres y describir esqueletos.

“Amigo novelista”, dice otro, “en Estambul tenían un nicho donde exhibían las cabezas cercenadas de ciertos personajes”. Muy interesante dato. ¿Pero cómo convertirlo en una novela? ¿Cómo convertirlo en obra maestra? Eso apenas Kadaré lo supo.

Digamos que en el Imperio Otomano existía una oficina pública a la que debían acudir los ciudadanos a contar sus sueños. Hace falta mucha malicia kafkiana y kadareana para descubrir la novela, porque las novelas no se escriben sobre oficinas públicas.

Así hace Kadaré con El cerco, El expediente H, Abril quebrado y otras de sus obras, sobre todo en las que va más allá de su propia experiencia.

Saramago también tenía este don. Una epidemia de ceguera, por ejemplo, otro evangelio, un elefante, Ricardo Reis, la flotante península Ibérica, los registros de nombres, las intermitencias de la muerte…

No es fácil acometer esas obras que son de verdadera creación: se crea el mundo, la narración, los personajes, las situaciones, el tiempo y el lenguaje. Cuando la cabeza no da para tallar diamantes, hacemos figuritas de barro: volteamos alrededor y contamos el último crimen, o alguna infidelidad o algún pasaje histórico “verdadero” o una personal ruptura amorosa o un más personal estado de ánimo o un tutti frutti inspirado en todas las series de narcos que hemos visto. Y debe de estar bien contar lo ordinario de manera ordinaria a lectores ordinarios, pasando primero, claro está, por editores ordinarios. “Esta novela nos muestra la realidad mexicana”, aplaudirá un crítico.

Para la supuesta realidad me basta la realidad supuesta.

Tengo un ejemplar en inglés de El palacio de los sueños. En la página legal, el editor apunta: “Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son obra de la imaginación del autor o se emplean ficticiamente”.

Gracias por el aviso.

AQ

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