Sabrá dios qué conjuros realiza Fernanda Melchor para hechizarnos. Pero ahí nos tiene, pegados a sus páginas, a sus interminables párrafos que devoramos mientras ellos hacen lo mismo con nosotros (extraña sinergia-complicidad) en una espiral cada vez más y más profunda donde la desolación, lo sórdido, lo oscuro y la desesperanza nos ahogan, nos enfrentan y, pese a todo, nos conquistan en una especie de adicción.
Temporada de huracanes (Literatura Random House, 2017) es el espejo incómodo de esos pedazos de México, o de Latinoamérica, cada vez más grandes e ignorados por nuestra apatía, que en sus silencios nos gritan la derrota del porvenir de miles de almas cansadas y vencidas, sin importar si su cuerpo tiene la (sin) vida de una adolescencia, ya desvencijada cuando apenas iniciaba su vuelo, o la de una ancianidad que, como monte viejo en tiempos de tormentas, se desgaja resignada.
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En sus páginas hay derrota, impotencia, venganza y la automutilación del alma desesperada por arrancarse algo, lo que sea: el miedo, la ira, el odio, los lazos con esa maldita tierra y su gente o a la vida misma.
Sí, es una historia fuerte, inmisericorde —donde el futuro no es más que cenizas de esa autodestrucción y de la congoja— y por eso es real, creíble: un espejo roto cuyos cristales se incrustan para herir.
Así la Bruja Vieja, la Bruja Joven, Munra, Chabela, Norma, Maurilio, Brando, Yesenia… nos muestran sus propios abismos. Nos gritan que son víctimas, desgarradas por el destino y por todos los demás, sin oportunidad de escapatoria y en esa espiral del destino, que clona fatalidades de generación en generación, se vuelven verdugos y lejos de huir de sus infiernos, comparten sus llamas.
Fernanda Melchor escribe con maestría, crea personajes profundos, que duelen, atemorizan, y que uno —como lector clemente— quisiera ayudar, pero también —como lector sádico— ver como hieren y son heridos. Hay mujeres muy fuertes pero al mismo tiempo rotas, un machismo sádico que esconde al niño débil y desolado, perdido en este ingrato mundo que le tocó vivir; hay adicciones y sexo que revolotea no en el placer sino en el vacío de saberse ya vencido.
En Temporada de huracanes, Fernanda Melchor eleva al lenguaje a nivel de personaje; su manejo, su importancia, la cadencia y profundidad que otorga a lo narrado y a los demás personajes es absoluto, de tintes magistrales, por la autenticidad de ser del terruño y del habla coloquial, no impostado, hueco o artificial.
Y hay muerte, cruel y desgarradora, irrenunciable, imparable, eterna, como existe no en las historias de ficción, sino en la realidad misma, contundente, de cientos y cientos de comunidades de nuestro país.
Sí, muchos muertos que, pese a todo, merecen deshacerse de esa infinita carga de dolores y penumbras para así, tener esa buena luz que los acoja y reconforte.
Y Fernanda Melchor se las otorga.
ÁSS