Me parece vergonzoso que Temporada de huracanes (disponible en Netflix) haya pasado inadvertida entre quienes se dicen especialistas en cine. Tal vez los críticos, embelesados por los logros de la novela de Fernanda Melchor, desecharon la película de Elisa Miller como algo necesariamente menor. Ya lo ha dicho el lugar común (y siempre mal) “la novela siempre es mejor”. Pero la obra de Miller, aunque sigue a estos mismos personajes, es una obra de arte distinta y justo por ello necesita de su tiempo y su lugar para ser pensada.
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Es cierto que es necesario tomar en cuenta que al centro de ambas versiones hay una historia de amor que incluye a un menor de edad. La directora ha tenido que darle más edad para no escandalizar a los censores, pero la historia funciona y resulta tan original que nos regala una pasión amorosa que no había sido contada. Y es que, si uno presta atención a los detalles, el abrazo erótico entre Brando y Luismi, sólo puede suceder aquí, en esta cárcel de pueblo, suerte de infierno dantesco, en clave tropical. Aquí, el poder de la hechicera que se interpuso entre los amantes ha sido conjurado.
Pero hablemos de La Bruja, que es, sin duda, uno de los personajes más atractivos en esta ficción con tintes de cuento perverso para niños. Lejos de la lectura falsamente feminista que busca ofrecer prestigio a la disidencia sexual, directora y novelista han creado a un ente andrógino que ofrece fiestas para atraer efebos con dinero, droga y sexo fácil. Luego, claro, ella los vende a personajes como este ingeniero que ha prometido a Luismi que va a darle trabajo pero que, luego de haber obtenido su placer, desaparece.
Puede que, vista así, la trama no parezca muy original, pero pensemos que Temporada de huracanes es la primera ficción que regala al público mexicano la visión femenina del muchacho fatal, del chico en apuros, de este mancebo que no tiene futuro, pero que, a su modo, resulta hermoso. Todo aquello que hemos visto hasta el cansancio en el arte producido por varones, se reproduce aquí, por primera vez, desde el otro punto de vista, el de una mujer que se atreve a mirar a un efebo y decir, como en novela dieciochesca: está perdido, sí, pero qué hermoso es.
Hace un par de décadas la feminista Germaine Greer produjo un libro en que trataba de mostrar que la cultura machista (incluyendo en ella a la homosexualidad masculina) se había apropiado de los efebos. En un libro relativamente fallido Greer buscó exponer que el efebo siempre ha sido objeto de placer, cuando menos visual, para las mujeres de todas las edades. La historia de amor que poco a poco va surgiendo entre drogas y falta de futuro, sitiados por toda clase de violencias contra mujeres y niños tiene todo el efecto que el libro de Greer no consiguió. Nos introduce en los ojos femeninos de quien mira a estos chicos con el asombro con el que, en su momento Flaubert consiguió retratar a una mujer que su sociedad despreció: La Bovary. Y no es poco, Brando y Luismi se dan por fin un abrazo cándido y erótico que conjura de una vez y para siempre, como en cuento antiguo, el hechizo de una bruja que es, también como antaño, un pervertido sexual. Así, amándose más allá de sus prejuicios, Brando y Luismi pueden encontrar, a su modo, la felicidad. Porque los horrores de una cárcel en La Matosa no debe ser muy distinto al huracán que sufren Francesca y Paolo de Rimini en el círculo infernal de su pasión. Teniéndose a ellos, nos dice Miller, el infierno no puede ser tan atroz.
Temporada de huracanes
Elisa Miller | México | 2023