El brillo de la verdad

Cine

El cineasta Andrés Clariond contrasta las relaciones poliamorosas con la tradicional exigencia de que la otra persona se vuelva extensión del yo, de nuestro propio cuerpo y territorio.

Paulina Gaitán en 'Territorio'. (Prime Video)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Un hombre construye una cuna. Esta imagen ofrece la visión idílica de un mundo antiguo; el de una cultura que imaginaba que para que un matrimonio fuese feliz era necesario un bebé. El gran acierto de Territorio, de Andrés Clariond (disponible en Amazon Prime Video) estriba en que a golpe de imágenes construye un discurso que transita del antiguo mundo de la monogamia hasta la idílica sociedad poliamorosa que propone el Occidente de hoy.

Manuel es carpintero y capataz en una fábrica. No parece desear otra cosa que un hijo que corone su felicidad de tarjeta postal. Todo va bien hasta que se entera de que no podrá tener hijos pues es infértil. Aquí, él y Lupe, su esposa, comienzan a plantearse posibilidades que desembocan en eso que hoy llaman “una familia alternativa”. Y es que, ante los costos de la inseminación artificial, el matrimonio debe buscar un candidato que haga niños al modo tradicional. Lupe quiere a un hombre inteligente, pero Manuel le ha echado el ojo a un obrero grande, blanco y entrón. Es Rubén y con él ha surgido una amistad en la que atisbamos cierta, discreta, tensión homosexual. Durante una secuencia, Rubén le está enseñando a manejar a Manuel y por un instante ellos tienen que tocarse las manos. En otro momento, ya cuando viven todos juntos, Manuel mira, entre curioso y sobresaltado, el enorme bulto que, debajo de las sábanas, luce Rubén por las mañanas.

Todo esto pareciese querer dirigir el discurso de la película hacia una suerte de apología del desapego afectivo. Después de todo, a Lupe el amigo de su esposo le resulta también bastante atractivo y el comportamiento de él comienza a volverse extrañamente ambiguo. Manuel, el capataz de la fábrica empieza a interesarse en el brillo de la ciudad y lo que era felicidad de dos parece abierto a ir más allá de eso que llaman “familia tradicional”. La cosa parece tan simple como esto: Manuel debe dar el salto más allá de sus prejuicios y atreverse a reconocer que hay muchos modos de tener hijos y criarlos. Sin embargo, no debemos olvidar que, en la habitación del fondo de esta casa hay una cuna que él construyó con sus propias manos.

Cierta crítica ha señalado que lo que detona el clímax en Territorio es la “masculinidad tóxica”. Puede que, en efecto, ninguno de los protagonistas de esta película se atreva a entrar en contacto con las ideas que la cultura occidental está proponiendo y que la vida perfecta que Manuel y Lupe parecieran estar teniendo al inicio de la película no pueda finalmente liberarse de atavismos y volverse una relación de poliamor. Es más, pareciera que Clariond tuvo la oportunidad de que Territorio fuese un manifiesto en contra del modelo dominante de amor y familia, pero en su título Territorio ofrece la clave de lectura. Manuel, como todos los seres humanos, es territorial. ¿Atavismo? Puede que sí, pero dudo que Occidente llegue a ofrecer una educación en que los enamorados (Manuel y Lupe lo son) dejen de desear cierta exclusividad. Nos guste o no, en las sociedades hasta ahora acontecidas, los amados exigen que el otro se vuelva extensión de su yo, de su cuerpo y su territorio. Puede que esté mal, pero es una discusión pertinente que la película de Clariond invita a iniciar. Si el clímax de dolor y deseos homicidas en Territorio es un atavismo de masculinidad tóxica es algo que cada uno de nosotros debe pensar por sí mismo. Más allá de las ideas y los gestos hay algo excepcional que brilla en esta película: la realidad.

Territorio

Andrés Clariond Rangel | México | 2020

AQ

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