Más que una retrospectiva, Todo lo otro. Germán Venegas es una travesía alrededor de quince series, integradas por más de 350 piezas, que abarcan el desarrollo de este artista poblano desde 1995 hasta el presente. A través de este recorrido, se experimenta la vitalidad.
Venegas (1959) ha practicado distintas técnicas, que van del dibujo a la escultura, pasando por la talla en madera y la pintura, para explorar la hibridación. Le interesa la historia del arte, tanto como el budismo y las mitologías mesoamericanas; así, sus series son una especie de charlas con la tradición, como en sus Desnudos eróticos (2005), en los cuales hace un guiño posmoderno a Velázquez; o en El violín y la flauta, inspirada en El desollamiento de Marsias de Tiziano, una serie producida entre 2004 y 2008, que transforma lo que se podría entender como obsesión en un mantra pictórico.
Esta hibridación también se observa en su oficio. Su pintura posee una fuerza escultórica que más que jugar con texturas y profundidades ha absorbido la gravedad del volumen. En sus cuadros, Venegas explota la vitalidad del escultor. Trazos y manchas que nos conectan con el oficio en su ejercicio más que en el proceso. En sus piezas de gran formato está visible el hacer. La obra de Venegas es testosterona pura. Tal vez por eso el montaje resulta un tanto aplastante. Pese a que el área de exhibición rebasa los 1200 metros cuadrados, la sensación es asfixiante. Ante la abundancia es difícil penetrar a las piezas independientemente. La forma se desborda, embelesa y oculta el tema. Sucede lo contrario con sus esculturas que, al ser rodeadas, irradian una fuerza volumétrica tan poderosa —como en La forma es vacío y el vacío solo forma (2000-2002)— que se expande hacia sus dibujos, donde dicho volumen se transforma en expresión. Si bien la línea hipnotiza, la saturación museográfica distrae. Quizá esa es la apuesta del curador: saturar. Sin embargo, es evidente que este trabajo exige silencio, como la serie Monos (2006-2015) lo confirma.
Los dibujos y las esculturas se gozarían más sin tanta competencia. Las piezas no deberían pisarse los talones, sino apoyarse en los vacíos para resaltar y conquistar al espectador. A lo mejor es plan con maña y la curaduría propone regresar una y otra vez hasta desenmarañar las dualidades que persiguen al artista, hasta traspasar la superficie para penetrar a un plano pictórico que nos aleje de la tierra y nos guíe a las profundidades de la mente de Germán Venegas.