La adolescente que baila con poca gracia, sombrero y botitas, es propaganda política encubierta. La damisela con grandes senos quirúrgicos, dentro de un minivestido rojo a punto de estallar, viola la seguridad nacional. Los jóvenes que comen elotes y se abofetean cometen actos de espionaje. Lo demuestran el número de vistas de cada video, la voluptuosa damisela (supongo que es mujer), tiene tres millones, esto es un atentado contra la soberanía de una nación. En Estados Unidos el Congreso discute la prohibición de la app de videos TikTok, creen que hace mal uso de la información de los usuarios, y es una puerta abierta al espionaje.
- Te recomendamos “Lord Byron reinventó la mirada sobre la literatura” Laberinto
La información es algo muy delicado, que se debe proteger, el jovencito que baila moviendo su sobrepeso con alegría y poca ropa debe ser material clasificado como prioridad nacional. TikTok está prohibido en países como Somalia, Afganistán, Irán, adalides de los derechos humanos, afirman que la app está plagada de depredadores sexuales. Cada exhibicionista tiene derecho a su propio depredador sexual, pero eso no está contemplado en las garantías individuales.
En Canadá, Austria y otros países europeos, ni los servidores públicos ni los empleados de corporativos pueden tener la app en sus teléfonos. Se pierden de ver cómo alguien vomita en un vaso, hace un coctel o se queda dormido en la mesa, eso distrae de sus actividades profesionales, mientras les roban datos que cambiarán el destino del mundo.
El asunto es que, por un lado, el Congreso alude a la seguridad nacional y los usuarios a su libertad de expresión, de hecho, dicen que la decisión viola la Primera Enmienda de su Constitución. ¿Qué es más importante? ¿La seguridad o la libertad? Difícil cuestión. Nos preocupa la rivalidad de los conceptos: han inventado toda clase de canales para exhibirse, para acabar con la privacidad, ejercer la libertad de expresión y desnudar hasta los más íntimos pensamientos y resulta que eso viola la seguridad. La gente tiene derecho a existir, a poner en el infinito escenario de la virtualidad toda su miseria y su mediocridad, ser felices por unos instantes. No es justo que eso sea prohibido. Es un claro caso de censura.
El video de un joven que vuela como Harry Potter en una escoba y tiene 2.3 billones de vistas y el canal tiene 88.8 millones de suscriptores. Los videos de gatitos suman 788.9 millones y cada gato es diferente, rayados o negros, son elementos clave de esta conspiración. Son ratings que ya quisieran los políticos en campaña. La paranoia sobrevalora nuestros humanos alcances y nuestras aspiraciones, lo que hay detrás de esos videos es el deseo de ser deseado. Ser alguien es ser admirado, el anonimato se impone como un castigo. Dentro de la torpeza de esos videos, de la zafiedad o el oportunismo, hay un grito de auxilio: la satisfacción de los instintos, la morbosa risa. Cada imagen, cada segundo, burla o aplauso, un rostro significó y eso, ahora, es el pináculo del mérito, cuando el mérito ya no existe.
AQ