Las relaciones humanas ya no son humanas, se automatizaron, cambiaron la excepcionalidad por la inmediatez. Los largos trayectos entre la soledad y la satisfacción se acortaron vertiginosamente, un mundo excitante y novedoso estaba al alcance de un clic. Diez años después, la promesa es decepción. Tinder cumple diez años, y con ella muchas apps de encuentros.
En una investigación del New York Times midieron el nivel de satisfacción, que es lo determinante en la sociedad de consumo, y los números hablan más claro que el amor. El 37 por ciento afirma que hay personas que los siguen buscando, aun cuando ellos ya dijeron no estar interesados; el 35 por ciento han recibido imágenes sexualmente explícitas sin haberlas solicitado. El 57 por ciento dice que la experiencia no fue “muy positiva”.
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La sensación general es de agotamiento y muchos de ellos están en tratamiento porque la adicción a estar buscando les ha causado daño psicológico. ¿Qué esperaban? Si podemos elegir una persona como si estuviéramos comprando en el supermercado online, y además generando falsas expectativas, la decepción y la frustración están aseguradas. El asunto es que la adicción al progreso, la obsesión de considerarlo axiomático, creer el slogan de venta de la tecnología y de las apps que es “brindamos soluciones” y que esas soluciones son las adecuadas para nuestras vidas.
La existencia, la realidad misma, es una gran incógnita que debemos resolver, pero definitivamente no son las apps las que tienen la respuesta. Han tomado el lugar de las religiones, que también ofrecen todas las respuestas, pero han sido menos efectivas, la gente confunde la fe con la adicción, y buscan todos los días, durante horas, esperando el milagro del match deseado, y no llega.
La decepción se apodera de la psique colectiva, y los únicos felices son los accionistas de las apps que ganan más dinero. Las encuestas están realizadas en usuarios de entre los 18 y 54 años, y el 80 por ciento dice estar “exhausto” y sin pareja. Creo que está pasando lo mismo que con los turistas cuando viajan, en lugar de observar los lugares en donde están, de sentir la atmósfera, están tomando fotos con sus teléfonos y posteándolas en sus redes. Las personas han dejado de ver la gente real, que los rodea, por ver a los que ofrece la app, en consecuencia, en diez años solo el 12 por ciento tiene una pareja formal.
Millones consideran que el mundo real es el mundo virtual, la supuesta “conexión” es una desconexión con la verdadera existencia, estamos más aislados, y con un concepto erróneo de las relaciones humanas. Lo más revelador es analizar que la felicidad, o lo que pensamos qué es, no puede estar al alcance de una app, y que el agotamiento psicológico va más lejos de Tinder o lo que sea, es una anagnórisis: hemos construido un mundo tecnológico incapaz de darnos paz y serenidad. La felicidad está en otra parte.
AQ