“Tío, dame un cigarrillo” | Un texto póstumo de Walid Daqqa

Literatura

El 7 de abril murió el autor de este relato, un escritor palestino que estuvo preso 38 años en una cárcel israelí; las autoridades de ese país decretaron que mantendrían su cuerpo bajo custodia hasta el fina de su sentencia, en dos o tres años.

Walid Daqqa, 1961-2024. (Especial)
Laberinto
Ciudad de México /

El 7 de abril falleció en la cárcel el escritor palestino Walid Daqqa tras haber pasado 38 años encerrado en prisiones israelíes. Sufría de cáncer de médula ósea. Walid Daqqa nació el 18 de julio de 1961 en Baqa al-Gharbiyye, una localidad palestina situada en una zona conquistada por Israel en 1948. A los veinticuatro años fue detenido y acusado de haber participado en el secuestro y asesinato de un soldado israelí, acusación que siempre negó. La organización humanitaria Amnistía Internacional había denunciado muchas veces las condiciones de detención del poeta y escritor quien fue en las últimas semanas torturado, humillado, privado de visitas familiares y de atención médica. Como lo recuerda la ONG humanitaria, negar a los presos el acceso a atención médica adecuada contraviene las normas internacionales para el tratamiento de las personas detenidas y puede constituir un acto de tortura. Las autoridades israelíes decretaron que mantendrían su cuerpo bajo custodia hasta el final de su sentencia, una política común de mantener cautivos los cadáveres de los mártires palestinos.

Incluso cuando estaba agonizando, las autoridades israelíes continuaron demostrando una crueldad sin límites hacia Walid y su familia, no solo negándole atención médica y nutrición adecuadas, sino también impidiéndole que se despidiera de su esposa, Sanaa, y de su hija de cuatro años, Milad a quien sólo se le permitió verla una vez, en 2022, tras una dura batalla legal. Walid conoció a su mujer mientras ella le hacía una entrevista en la cárcel. Concibieron a su hija Milad desafiando a la autoridad israelí, mediante inseminación artificial tras sacar su esperma de manera clandestina.

La obra de Walid Daqqa comprende ensayos, novelas, obras de teatro, poemas y cartas. En ellas se ven reflejadas sus reflexiones sobre la violencia carcelaria, el destino del pueblo palestino, la colonización, etcétera. En 2018 ganó el Premio Etisalat de literatura infantil árabe en la categoría de adultos jóvenes (patrocinado por los Emiratos Árabes Unidos) por su novela The Oil’s Secret (El secreto del aceite).

He aquí uno de sus relatos escritos desde la prisión:


“Tío, dame un cigarrillo”*

Es de mañana y oigo el tintineo de dos juegos de esposas cuando el guardia de la prisión se acerca a nosotros. Las arroja al suelo, chocan contra el piso de cemento y una sensación de calma se apodera de la habitación. Hay un grillete para atar las manos y otro, con cadenas más largas, para atar las piernas. Ocho pares de esposas de cada tipo, para siete presos.

Me paro con los demás en medio de un pequeño patio, rodeado de celdas de detención y trato de apoyarme contra la pared. Estoy cansado de que me trasladen entre las cárceles desde que iniciamos la huelga de hambre abierta. Reúno fuerzas e intento tomar la mayor cantidad de aire posible para prepararme para un viaje que durará horas dentro de una caja de hierro que con este calor rápidamente se convierte en un horno insoportable.

Una vez que termina de esposarnos, el guardia se dirige al camión de transporte de prisioneros. Y entonces escucho una voz emanando de la celda detrás de mí...

“Tío, dame un cigarrillo". Miro en la oscuridad de la celda pero no veo a nadie y por un momento creo que estoy delirando. Entonces la voz vuelve a salir de la celda, esta vez más fuerte y más desesperada. “¡Tío, tío mío, dame un cigarrillo!” Miro fijamente la celda de nuevo y llamo a la voz.

"¡¿Dónde estás?!"

“¡Estoy aquí, aquí abajo!”

Encorvado, miro por la rendija en la parte inferior de la puerta por la que los presos reciben su comida y les atan las manos antes de salir de la celda, y veo a un niño que no tiene más de doce años. Un niño pidiendo un cigarrillo.

No sabía cómo responderle. ¿Debería darle un cigarrillo, me pregunté, o debería educarlo sobre los peligros de fumar como lo hacen los adultos con los niños fuera de prisión? Adultos, adultos…y luego me llama la atención que me incluya en esta categoría. Por el hecho de que me llamó “tío”. ¿Ya soy tan mayor?

De repente me aterrorizó que se dirigieran a mí de esa manera. Fue la primera vez durante mis 26 años de encarcelamiento que alguien de una edad tan distinta me hablaba. En las cárceles estamos acostumbrados a no dirigirnos de esta manera, con honores sociales que marcan nuestra edad. Independientemente de cuáles sean nuestras diferencias de edad, todos nos dirigimos a otros como “mi hermano” o “camarada” y, más recientemente, “luchador”.

Sentí empatía con el niño por su ansia de un cigarrillo. El anhelo no es por la oleada de nicotina sino por lo que connota el cigarrillo. Asustado, solamente un niño en el duro mundo de la prisión, quería convertirse rápidamente en un hombre. Mientras tanto, ahora deseo retroceder en el tiempo para poder volver a ser un niño, al menos un hombre joven, como era cuando entré en prisión hace más de un cuarto de siglo.

Ambos teníamos miedo. Yo tenía miedo por el tiempo que había pasado y él tenía miedo por lo que aún no había pasado. Yo tenía miedo del pasado y él tenía miedo del futuro. Yo tenía miedo de haber vivido una vida que se había consumido en prisión, y él tenía miedo de lo que el cigarrillo que ahora tenía entre sus labios no pudiera consumir. El cigarrillo se volvió otra cosa después de haber sido exhalado y también lo hizo él, ahora de puntillas, pareciendo mayor que su edad. El resplandor de las brasas se convirtió en una linterna en su mano, ahuyentando la oscuridad de la celda, disipando su miedo y soledad.

No fumaba, sino que intentaba disipar la imagen de niño que tan indiscutiblemente se aferraba a él. En el mundo de la prisión, frente a la crueldad de sus guardias, la infancia es una carga. Sabiendo que se enfrentaría a años de prisión, buscaba deshacerse de su vulnerabilidad e inocencia, que claramente ya no le servía de nada, ya que no supuso ninguna diferencia para el juez que lo había condenado a cuatro años de encierro.

El guardia regresó a buscarnos, recogió el octavo par de esposas del suelo de cemento y le gritó al niño que metiera las manos por la ranura de la puerta. Entonces el niño las empujó, todavía con el cigarrillo entre los dedos. El guardia le gritó que dejara caer el cigarrillo y luego murmuró para sí mismo en hebreo, lamentándose de ver a un niño fumando. Sin embargo, procedió a esposarlo, permaneciendo impasible ante la visión de aquellas pequeñas manos atadas. Sin embargo, debido a que las muñecas del niño eran demasiado pequeñas, luchó varias veces para afirmar las esposas y finalmente decidió usarlas para encadenar las piernas del niño.

Cuando lo sacaron de la celda para llevarlo hacia el transporte, lo miré e imaginé que era mi propio hijo, tal como el que el destino no quiso traer al mundo. Quería abrazarlo con todas las fuerzas de mi ser y cuando estos sentimientos paternales surgieron en mí, sentí un deseo abrumador de llorar. Pero oculté mis sentimientos. No quería destruir la imagen del hombre en el que ahora él quería convertirse. Me acerqué para estrecharle la mano como camarada y rival, preguntándole

¿Cómo estás, luchador?”


*Traducido del árabe al inglés por Dalia Taha y al español por Laila Porras.

Según la ONG Save The Children, cada año, entre 500 y 700 niños palestinos son arrestados y recluidos en prisiones israelíes.

AQ

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