Tiranicidios

Toscanadas | Nuestros columnistas

“¿Acaso incurre en crimen quien mata a un tirano?”, se preguntaba Cicerón.

'Aod da muerte a Eglón', ilustración de Ford Madox Brown. (Vía Wikimedia Commons)
David Toscana
Ciudad de México /

Hace más de dos mil quinientos años, luego de la revolución para destituir la monarquía en Roma y establecer la república, Publio Valerio Publícola acabó por ocupar el puesto de cónsul. Plutarco nos cuenta que expidió ciertos decretos. Mi edición de Aguilar dice que “quiso proceder solo al establecimiento de sus mejores y más saludables leyes”; mientras que en la de Gredos puede leerse que “utilizó el gobierno único para las más hermosas e importantes de sus medidas políticas”.

Fueran hermosas o saludables, una de sus leyes daba libertad a cualquier ciudadano para asesinar a quien pretendiera usurpar la autoridad suprema, y al autor de la muerte lo declaraba inocente de asesinato si aportaba pruebas que justificaran su acción.

Con tales usos y costumbres, Cicerón escribe: “¿Acaso incurre en crimen quien mata a un tirano, aunque sea su allegado? A decir verdad, al pueblo romano, que considera esta la más hermosa entre las acciones ilustres, le parece que no. Entonces, ¿se impone la utilidad a la honorabilidad? Por el contrario, más bien la honorabilidad se ha atenido a la utilidad”.

Siglos después, Juan de Mariana escribe con latín del Siglo de Oro que “si no hay cosa mejor que la dignidad real cuando está sujeta a leyes, tampoco la hay peor que cuando está libre de todo freno. Mas ¿y si se convierte el rey en tirano y si menospreciando las leyes gobierna sin otra regla que su antojo?”. Él mismo responde que hay que matarlo. Hacia los tiranos “debemos, como si fuesen fieras, dirigir nuestros dardos”. Agrega que: “Es glorioso exterminar en la sociedad humana a estos infames monstruos”.

Quizás entre los asesinos de tiranos el más famoso sea Aod, que mató al muy obeso Eglón. Puede leerse en Jueces 3:21-22 que “Aod… tomó el puñal de su lado derecho, y metióselo por el vientre; de tal manera que la empuñadura entró también tras la hoja, y la grosura encerró la hoja, que él no sacó el puñal de su vientre, y salió el estiércol”.

Juan de Mariana se extiende en el tema. Tiene un capítulo titulado “Si es lícito matar a un tirano con veneno”. Él opina que no deben administrarse pócimas letales en los alimentos o en una copa de vino o agua, pues aunque la víctima lo ignore, sería ella misma, por su propia mano, quien lleve la muerte a su boca, lo cual es contra natura.

Acaso la ventaja del veneno es que suele ofrecer distintas versiones forenses al gusto del cliente. Así, aunque muchos sabemos que a Stalin le dieron raticida, los nostálgicos de la hoz y del martillo prefieren creer que fue convocado por el Señor, toda vez que ya había cumplido cabalmente con su misión en la tierra.

Ceterum censeo Putinum esse delendum.

AQ

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