Todas ellas iban a ser reinas

Toscanadas

"Salieron a trabajar, a la escuela o al cine y jamás volvieron; ellas cantan y gimen".

"Ellas siguen saliendo a la aventura cotidiana de vivir". (Foto: Yazmín Sánchez)
David Toscana
Ciudad de México /

María Luisa Camarillo Chávez, de trece años; Damiana Meraz Rodríguez, de catorce; María Isabel Ávila Tovar, de catorce; Blanca García Cortés, de dieciséis; Graciela Riojas Uresti, de quince; María Concepción Velázquez Rodríguez, de dieciséis; Juana Pacheco Canizales, de dieciséis; María del Rosario Cázares Duque, de quince; María de la Luz Reyna Bernal, de diecisiete; Silvia Rodríguez Fernández, de quince. Son apenas diez nombres que tomé de la prensa de Monterrey de 1971; nombres de muchachas que salieron a trabajar, a la tienda, a pedir empleo, al cine, a la escuela, a casa de la abuela, con otra amiga y no volvieron.

En aquel entonces yo tenía diez años. Recuerdo que miraba largamente las fotografías de las muchachas “extraviadas”, tomaba nota de cómo iban vestidas y me asomaba por la ventana o estaba atento si salía a la calle para “encontrarlas” e informarles cuál era el camino correcto a casa, pues las notas siempre indicaban una dirección o un teléfono. Cuando salió vestía “saco blanco y una falda a rayas” o “vestido de color rosa” o “hot-pants de color azul” o combinaciones tan llamativas como “falda verde floreada, blusa mostaza, suéter amarillo y huaraches de hule negros”. Para cuando aparecían esos avisos en la prensa, siempre bajo el título de “Pesquisa”, ya tenían al menos tres días de haberse ausentado, y algunos se redactaban ya sin fe. “Trabajaba”, decían, “estudiaba”.

En aquellos años no se tomaba un mar de fotografías; por eso las imágenes podían tener dos o más años de antigüedad. Solían ser fotos de estudio que presentaban a las muchachas con las galas de una graduación o primera comunión o fiesta familiar. Todas eran bellas e inspiraban un quijotesco amor. Como casi todos los niños, yo tenía el sueño de salvar a la muchacha en apuros. Pero cincuenta años después, el sueño nunca se materializó. No he salvado a nadie. Ellas siguen saliendo a la aventura cotidiana de vivir, y como María Luisa, Damiana, María Isabel, Blanca, Graciela, María Concepción, Juana, María del Rosario, María de la Luz y Silvia, muchas ya no vuelven.

Todos íbamos a ser caballeros. Todas ellas iban a ser reinas de diez reinos sobre el mar. Lo decían embriagadas y lo tuvieron por verdad, que serían todas reinas y llegarían al mar. Mas ocurrió que no ocurrió. El poema, como el de Ajmátova, se quedó sin héroe, y entonces su voz fue la de Tsvetáyeva: “Nosotras que cantamos con cada nervio la gloria de los dioses, que no nos doblegamos por las noches ni ante la cuna ni ante la rueca; nosotras, que pasamos las veladas estrelladas en el edén; nosotras, amadas hermanas, vamos que volamos al infierno”.

Ellas cantan y gimen, ah, dios de las malas cosas, ojalá te pudras.

SVS | ÁSS

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