'Tolkien': tres protagónicos y un ausente

Cine

¿Quién es el culpable de que Tolkien se quede en la mediocridad de una película que hay que ver sólo porque la patética cartelera nacional no ofrece nada mejor?

Nicholas Hoult y Lily Collins protagonizan 'Tolkien'. (Fox Searchlight)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Uno suele imaginar a Tolkien, autor de El señor de los anillos, como en la contraportada de sus libros: con una pipa, mirando fuera de cuadro y lleno de arrugas. Tolkien, la película, cuenta la historia del autor durante los años en que formó lo que terminaría por ser la comunidad de amigos que es la primera protagonista de esta obra.

En tanto biopic, Tolkien ofrece viñetas que permiten relacionar la obra con la vida del escritor. Las actuaciones son adorables; los niños transmiten el amor benévolo que se tienen entre sí personajes tan importantes en la obra de Tolkien como, digamos, Sam y Frodo. La guerra es el segundo protagonista. La Primera Guerra Mundial es el telón sobre el que se proyectan los terrores de este niño que será uno de los escritores más famosos del siglo XX. Hay que decir en este sentido que la película ayuda más en la promoción de la lectura de su obra que los esperpentos animados por computadora que, más que lucir valores fílmicos, lucieron efectos especiales.

Y no es que tenga nada contra las películas de La trilogía del anillo, pero si uno se ha quedado sin leer a Tolkien se ha perdido de un deleite literario y, además, corre el riesgo de suponer que las historias de este autor son una imitación más bien mala de Richard Wagner. Falso. En los tres volúmenes de la obra de Tolkien resuena lo más importante para un escritor: su voz.

El tercer protagonista en esta película de valores contradictorios es justamente esto: el idioma. El inglés se luce tanto que, a la amistad y a la guerra, hay que agregarlo como protagónico. Con estos elementos, la película no sería mala si no tuviera, como las producciones de El señor de los anillos, una necesidad más bien pecuniaria: atraer a las audiencias para sacarles mucho dinero. Es por ello que el protagonista ausente en la película sobre Tolkien es la fe que comenzó en su infancia, creció durante la Primera Guerra Mundial y maduró cuando conoció a C. S. Lewis, autor de otra serie de libros que (aunque con mejor fortuna en el cine que El señor de los anillos) es necesario leer: Las crónicas de Narnia.

La fe en la vida de Tolkien es tan importante como sus amigos de la infancia, como lo fue la Primera Guerra Mundial, de la que se volvió héroe, y como lo fue el idioma inglés, su verdadera patria. Se trata pues de un fallo importante, pues este cuarto figurante en la formación de un autor tan famoso como Tolkien brilla por ausente.

La producción se ha justificado diciendo que las escenas en que quisieron transmitir a la gente dicha fe resultaron artificiosas. Además, dicen, los grupos focales a quienes mostraron la obra concluyeron que lo mejor que podían hacer con la religiosidad de Tolkien era lanzarla fuera de la ventana. Estos hechos hablan de dos gravísimos defectos en una película que no está mal, aunque nunca llega a ser grande. En primer lugar, el que los guionistas no hayan podido transmitir la religiosidad de este hombre no es problema del cristianismo; es problema de los guionistas. Y ellos, los escritores David Gleeson y Stephen Beresford, son los auténticos culpables de que Tolkien se quede en la mediocridad de una película que hay que ver sólo porque la patética cartelera nacional no ofrece nada mejor.

A fin de cuentas, como se ha visto, esta obra fue escrita por gente pagada en grupos focales. Imaginemos a Tolkien preguntando en esta clase de grupos qué debió haber hecho Frodo con el anillo. Seguramente su obra hubiera terminado muy mal.

​ÁSS

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