Poeta central del siglo XX, Elizabeth Bishop padeció como pocas los caprichos de la Fortuna. Es celebrada como una de las mejores poetas que ha dado Estados Unidos —recibió, entre otros, el Premio Pulitzer y el National Book Award—, pero su vida es un tapiz bordado con hilos de trauma y resiliencia.
En su biografía Elizabeth Bishop: Un milagro para el desayuno —recientemente publicada en español por la editorial Vaso Roto—, Megan Marshall ofrece un retrato estremecedor de la autora de Una fría primavera. Con gran destreza, la escritora estadunidense entrelaza sus memorias personales con el relato biográfico de Bishop, una configuración que le permite acercarse a la médula de Bishop como creadora, pero también como mentora.
En 1976, Marshall —acreedora, también, de un Pulitzer por una biografía sobre la periodista y activista Margaret Fuller— fue alumna de Bishop en Harvard. Esta experiencia aporta una profundidad excepcional al libro, en el que resulta fundamental la correspondencia de la poeta, en especial las cartas que le escribió a su psiquiatra en 1947. En ellas se revelan detalles hasta hace poco desconocidos sobre la dolorosa infancia de Bishop, incluidos los abusos sexuales que padeció, la muerte de su padre cuando tenía ocho meses y la reclusión, cuando ella recién había cumplido cinco años, de su madre en una institución para enfermos mentales, hechos que marcaron el pulso inestable de su niñez. Tuvo que cambiar de familia —fue acogida por sus tíos Maud y George Shepherdson, quien a la postre se convertiría en su abusador—, lo que influyó notablemente en su poesía. Marshall lo describe de esta manera: “Bishop creció esencialmente como una huérfana sin padre y con su madre internada en un psiquiátrico. Su poema ‘Un arte’ [‘No es difícil dominar el arte de perder;/ tantas cosas se empeñan en perderse/ que su pérdida no es ningún desastre’] refleja todas las pérdidas que experimentó en su vida, incluida la muerte de su padre y la inestabilidad mental de su madre”.
“Quizá mucha gente nunca ha conocido de primera mano a verdaderos sádicos”, le escribió Bishop a su psiquiatra refiriéndose a su tío George, agregando enseguida: “Pensé que [los hombres] eran egoístas y desconsiderados y te hacían daño si les dabas la oportunidad”.
“Hay cartas que Elizabeth Bishop intercambió con sus amantes”, cuenta Marshall. “Cuando salieron a la luz, revelaron mucho sobre su dolorosa infancia y sus primeros deseos sexuales”.
La adultez de Bishop no fue menos turbulenta: estuvo marcada por su lucha contra el alcoholismo, la depresión, los estigmas y las tormentas amorosas. La biografía de Marshall retrata su conflictiva relación con la arquitecta brasileña Lota de Macedo Soares, con quien Bishop vivió largos años en Brasil, y con Alice Methfessel, quien la admiraba profundamente y era varias décadas más joven. Su relación con Alice comenzó a mediados de los 70 y duró cinco años, hasta que las separó el incurable alcoholismo de Bishop; sin embargo, se siguieron queriendo y volvieron a estar juntas hasta el final, y es a Alice a quien está dedicado “Un arte”. Bishop la nombró su heredera y en una de sus cartas le escribió: “Por favor, quiéreme y trata de perdonarme. Te he querido —y te quiero ahora— más que a nada en el mundo”.
En su libro, en el que le da un lugar importante a la amistad de Bishop con Robert Lowell, quien la ayudó decididamente en varias ocasiones, Marshall tenía un objetivo más grande que narrar la vida privada de Bishop: desmitificarla ante sus lectores: “El título mismo, Un milagro para el desayuno, se refiere a uno de los primeros poemas de Bishop, una sextina. El libro está estructurado de manera similar, reflejando el enfoque meticuloso de Bishop hacia la poesía”. Esa poesía a la que Marshall hace referencia tiene un poder casi desconcertante para incrustarse en la imaginación del lector como si se tratara de un sueño. A veces, incluso, de una pesadilla. El océano y su pasión por los viajes son otros dos elementos con gran peso en su obra. Marshall describe así estas conexiones: “Le encantaba viajar en barco y se sentía realmente atraída por ciudades portuarias como Cayo Hueso y por la pesca. Sus experiencias en Brasil y su amor por la pintura también son aspectos notables de su vida creativa”.
La complejidad de Bishop
La historia personal de Marshall, desde haber sido alumna de Bishop hasta escribir su biografía años después, le confiere al texto un matiz especial y, en muchos sentidos, de gran valía literaria. Sus reflexiones sobre la relación con la poeta y lo que aprendió de ella parecen sinceras cuando dice: “No me llevaba bien con ella en la clase. Pensé que estaba enojada conmigo, pero eso se resolvió. Escribir mis secciones autobiográficas me permitió dar un paso atrás y no juzgarla, sino simpatizar con sus luchas”. Esa narrativa dual que va y viene del registro personal al recuento biográfico ofrece a los lectores una perspectiva honesta a la complejidad de Bishop.
La biografía ha sido bien recibida, algo que Marshall atribuye a su habilidad para capturar la personalidad de la poeta y a los hallazgos sobre su vida que nunca antes habían sido publicados. “Las personas que no la conocían se sintieron emocionadas de aprender sobre ella y su poesía”, apunta.
Un aspecto notable de la edición de Vaso Roto es la labor de traducción, tan meticulosa como consciente gracias al trabajo de Laura de la Parra Fernández —y de Jeannette L. Clariond, de quien son las traducciones de los poemas citados por Marshall. Esta las elogia por haber sido capaz de sostener la sutil interacción entre la poesía y la prosa. “El español era un idioma muy significativo para Bishop”, sostiene Marshall. “Lo estudió en los años 30 y 40, y viajó a México, donde conoció a Pablo Neruda y se hizo muy amiga de él. También tradujo algunos poemas de Octavio Paz”.
“El libro trata, en última instancia, de cómo las palabras ordenadas en una página pueden proporcionar cierto orden a la propia vida, y pueden apaciguar e incluso redimir la tragedia”. El libro habla de una mujer para la cual: “La poesía había sido su refugio, su vía de escape”. El único camino que encontró y quiso recorrer hacia lo que más anhelaba: la libertad.
AQ