Salud, mi estimado Fiódor

Toscanadas

En su ciclo de relecturas rusas, David Toscana se sumergió en Humillados y ofendidos, "de papá Dostoyevski".

Dostoyevski, uno de los más grandes escritores de la literatura universal. (Milenio Digital)
David Toscana
Madrid /

Dado que me decreté un año ruso, con frecuencia seguiré hablando en estas líneas de literatura rusa. Esta semana me tocó Humillados y ofendidos, de papá Dostoyevski. Antes de releerla, miré los subrayados que había hecho anteriormente. Me sorprendió notar que estos se presentaban con distintas tintas, lo cual me hace suponer que ya habría leído la novela al menos dos veces.

Un subrayado en el capítulo XIII de la primera parte, dice: “Las mujeres, por ejemplo, sienten a veces la necesidad de hacerse las víctimas y que las compadezcan, aunque no existan tales agravios ni desgracias”. No tengo idea de por qué lo subrayé.

Me interesa, sobre todo, el personaje principal, que es escritor y tiene aspectos autobiográficos de Dostoyevski. Llega el momento en que confiesa a su familia adoptiva que ha publicado una novela, y decide leerla para ellos. “Les leí mi novela de un tirón. Empezamos inmediatamente después del té, y permanecimos sentados hasta las dos de la madrugada”. Tal cosa parece increíble hoy día, pero esto pertenece a la vida del autor, que leyó durante seis horas seguidas su novela Pobres gentes a su amigo Grigórovich, quien impresionado por la obra, se lanzó con el manuscrito para leérselo sin interrupción al editor Nekrasov. Así, Grigórovich debe tener una especie de récord mundial.

La familia adoptiva no goza de muchas luces, pero eso no evita que tengan una opinión. “El padre asume un aire extraordinariamente solemne, de crítico”. Y la madre no tiene aprecio por lo que escucha: “¿Vale la pena imprimir un libro así, y, sobre todo, dar dinero por él?”. Sin embargo, todos acaban seducidos por la narración y “tenían los ojos arrasados en lágrimas”. El juicio que al final hace el padre resume muy bien uno de los efectos más importantes de la buena literatura a través de los siglos: “Por esta historia se ve que hasta el hombre más caído y humilde sigue siendo un hombre y merece el nombre de hermano nuestro”.

Al principio, cuando los parientes vieron el libro, se sintieron un tanto atemorizados y se pusieron a la defensiva; pero cuando lo escucharon leer, el alma se les engrandeció. No salían de su asombro y el entusiasmo les llevó a decir al autor que “pueden hacerle agregado en una embajada extranjera; pueden también mandarle a Italia para perfeccionarle en el arte, o asignarle una pensión en metálico”. La hija agregó: “Que le den una condecoración”.

Mas luego se pasa de las buenas intenciones al pesimismo con tres sentencias: “El talento no es dinero en mano”, “Musa siempre vivió en la buhardilla, muerta de hambre”, y “La gloria imperecedera… pero con eso no se come”.

Salud, mi estimado Fiódor, hoy me beberé una dosis de vodka en tu honor.

ÁSS

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