Trazos, signos, danza

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La tinta salta de un arte a otro y se apodera del escenario en 'Mouvements', ballet inspirado en los dibujos de Henri Michaux.

Escena de 'Henri Michaux: Mouvements', ballet en un acto. (Foto: Sylvie Ann Paré | mariechouinard.com)
Jorge Esquinca
Ciudad de México /

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En su Historia del alfabeto, Alfred Charles Moorhouse lleva a cabo un detallado recorrido por los diversos “auxiliares de la memoria” que en cada civilización dieron origen a los signos de la escritura tal como la conocemos en nuestros días. Va hacia atrás en el tiempo y se pregunta si entre los artistas del paleolítico, además de las hermosas pinturas de las cavernas, habría ya una suerte de invención de tipo escritural que pudiera contener mensajes legibles para una mirada ajena a la de aquel que los trazó. Me llama la atención, en su estudio sobre los jeroglíficos egipcios, la representación de animales para designar a las personas. Por ejemplo, el pictograma de un ganso significa “niño” e incluso “hijo”, y el de una abeja “rey”. De los ideogramas de la escritura china Moorhouse destaca que su riqueza y la complejidad de su lectura se deben a la multiplicidad de signos que contiene —cerca de 40 mil— y a que los caracteres son compuestos y están formados por dos o tres elementos constitutivos. Dibujos que son signos que son sonidos.

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En 1952 Henri Michaux publica Mouvements, un libro que contiene 64 dibujos realizados en tinta china y un poema. Se trata de una de las numerosas incursiones que llevó a cabo en su afán de liberarse de los modos expresivos aprendidos —“pinto para descondicionarme”— y tal vez dar con la composición de un nuevo alfabeto “que hubiese podido servir en otro mundo, en cualquier mundo”. De este modo el trazo del pincel en la mano que lo lleva se realiza al margen de toda convención, como si siguiera el impulso de la sola vibración interior; así, la mancha de tinta se convierte en un signo que resulta, de una manera similar a los caracteres de la escritura china, de una multiplicidad. Estos movimientos, ya plasmados sobre el papel, son apenas el estado provisional de un proceso que podría echarse a andar de nuevo en cualquier momento. “Bloques que danzan”, como expresa Michaux en el poema y que tienen como su motivo detonador a la figura humana. Una figura sacudida y multiforme, erosionada y reinventada, en cuyo espacio interior habita una variedad de criaturas que lo atraviesan a gran velocidad. “Fiesta de manchas”, “gestos de la vida ignorada”, “signos de los diez mil modos de ser”, que el poema nombra luego de haberlos visto surgir, uno tras otro.


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Viernes 20 de octubre. Teatro Degollado. Guadalajara. Compañía de Marie Chouinard. Segunda parte del programa: Henri Michaux: Mouvements. Ballet en un acto. Duración 35 minutos. Al fondo del escenario, una enorme pantalla blanca dividida en dos mitades. Sobre ella, conforme la puesta en escena avanza, se irán proyectando los 64 signos trazados por Michaux. Sobre el escenario, los bailarines —ellas, ellos— vestidos completamente de negro, entran y salen durante toda la obra a una velocidad vertiginosa. La música de Louis Dufort los conduce en una especie de trance, de tribal encantamiento. La coreógrafa ha leído con atención el alfabeto de Michaux y lo que dispuso para los cuerpos de los bailarines fue convertirlos, literalmente, en signos dinámicos. Dibujos que cobran una vida efímera y se entrelazan, se acompañan, se abandonan; vuelven sobre sí mismos, gruñen, componen figuras de una zoología fantástica. Sin cesar, mutando con la proyección de cada nuevo dibujo, sometiendo sus cuerpos a torsiones inclasificables; reptan, saltan, se arraciman... Hacia la mitad del espectáculo, una de las bailarinas, micrófono en mano, rueda por el centro del escenario y con voz casi inhumana va diciendo los versos del poema: “Homme arc-bouté / homme au bond / homme dévalant / homme pour l’opération éclaire…” Los signos siguen apareciendo en las pantallas como si estuvieran siendo trazados en ese momento por la mano de un demiurgo oculto; los bailarines no cesan, avanzan en solitario, en grupos de dos, de tres, todos reunidos en espiral, girando, transformándose en violentas progresiones corporales crean la figura y en un instante la disuelven; cada uno de los elementos encaja con precisión, los 64 dibujos, las luces, la música cada vez más vibrante, llevándolo todo a una suerte de éxtasis.

Cuando salimos es otoño, sopla un viento suave. Caminamos, atravesamos el centro de la ciudad, la luz de las farolas nos convierte en vagas sombras ambulantes.

AQ

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