El triángulo de la tristeza —disponible en Amazon, nominada al Oscar y ganadora de la Palma de oro en 2022— debe ser comparada con obras semejantes para mostrar lo original de su mensaje.
Comencemos con Parásitos, de Bong Joon Ho. Ambas espetan un irónico discurso contra el sistema económico, pero en El triángulo de la tristeza hay una secuencia en que dos personajes discuten en un barco durante una tormenta: uno de ellos defiende al comunismo, el otro al capitalismo. La secuencia tiene su simbolismo: el yate está por explotar a causa de la granada de unos millonarios que han hecho su fortuna vendiendo estas armas. Es decir, el barco es el mundo y los náufragos somos nosotros.
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Esta charla a mitad de la tormenta aleja a Ruben Östlund del tonito pedagógico. El director parece decir que filosofar en torno a los sistemas económicos no sirve para nada y esto resulta congruente con sus películas anteriores. El artista visual trabaja para poner en escena una realidad aparte y no para juzgar ideologías. De este hecho se desprende el que es probablemente el mensaje más claro e importante en esta y en otras de sus obras: la igualdad es imposible.
Al principio de El triángulo de la tristeza los modelos, que son protagonistas, discuten. Él quiere construir con ella una relación de igual a igual; una relación en que el género no haga diferencias, pero al llegar la tercera parte de la película Östlund muestra que se trata de un ideal imposible. Él y ella son diferentes. Para abonar a esta idea el director sueco tiene la inteligencia de construir, hacia el final de esta magnífica parodia social, una comuna matriarcal. Y es que la diferencia inherente a todos los seres humanos implica que, capitalistas o comunistas, hombres o mujeres, patriarcales o matriarcales, tenemos que vivir con la injusticia, que ella siempre estará entre nosotros, como la serpiente que repta en el paraíso en que estos millonarios han naufragado.
Vale la pena preguntar entonces ¿si la igualdad es imposible, eso significa que el autor propone tolerar la injusticia? De ninguna manera. Si uno estudia con cuidado la obra de Ruben Östlund, creador de algunas de las películas más interesantes del cine contemporáneo, se dará cuenta de que en realidad lo que el autor está diciendo es que la igualdad debe buscarse en la dignidad inherente a todos los seres humanos, no en sus cualidades. Porque es un hecho que no todos sabemos hacer fuego, que no todos podemos cocinar, que no todos podemos vender fertilizantes. Todos somos distintos, dice el autor, pero desde el punto de vista del honor, ahí sí, todos valemos igual.
Leída de este modo, El triángulo de la tristeza demuestra, con extraordinario sentido del humor, que la gente que ha sido humillada no necesariamente es buena. Como los muchachitos africanos que en la película Play atormentan a un inocente rubio. Es decir, no por ser pobre o por pertenecer a la clase trabajadora vas a ser una buena persona. En cambio, en la obra de Östlund hay otros personajes que, me parece, señalan lo que es sin duda una auténtica propuesta moral: el niño sirio que exige respeto en la película The Square del 2017 o el hombre cobarde que en Fuerza mayor finalmente tiene un acto de honor y buena voluntad.
Todos somos iguales en dignidad y distintos en cualidad, parece decir Östlund, por eso la libertad estriba en conseguir una fortaleza que trascienda la belleza, la riqueza y la capacidad para golpear. La libertad es aprender a estimar el honor, la dignidad.
El triángulo de la tristeza
Ruben Östlund | Suecia | 2023
AQ