Turnbull/ Rocha: canje de energías

Arte

En su nueva sede en la la San Miguel Chapultepec, Le Laboratoire recibe la colaboración de dos amigos que se reencuentran en los contrastes.

La obra de Roberto Turnbull y Manuel Rocha coexiste en la galería Le Laboratoire. (Galería Le Laboratoire)
Sylvia Navarrete
Ciudad de México /

Hace 14 años, el joven galerista francés Julien Cuisset abrió Le Laboratoire en un simpático departamentito de la Condesa, para acoger a outsiders con talento pero sin promotor adecuado. Se acaba de mudar a la San Miguel Chapultepec, punto neurálgico del sector cultural, al ambicioso hub creativo 56 (General León #56) remozado por los arquitectos del grupo C Cúbica que organizan cada mes de octubre el evento internacional Design Week. Hasta finales de marzo Cuisset reúne allí al pintor Roberto Turnbull (1959) y al artista sonoro Manuel Rocha Iturbide (1963) en una “sinestesia lúdica” que, más que faena, causa tientas que el dúo de amigos se lanza como ejercicio de diversión mutua.

Con Turnbull se entra a una espléndida cacofonía. Él califica su lenguaje de “geometría inexacta”. En sus lienzos recientes incuban grandes pulsaciones orgánicas de irresistible colorido sobre retículas minimalistas. Se arrebujan al azar formas ovoides blandas en fosforescencias de amarillos, naranjas, rosas y verdes, que compiten con escurrimientos, grafitis, esténciles de señalética y letras recortadas en plantillas. La composición acusa tal sentido de las proporciones que sofistica los juegos espaciales, las abruptas transiciones y las perspectivas turbulentas. Una inquieta premura, un auténtico remolino animan a todo el conjunto. En la aparente rigidez de la estructura subyacente a la efusión ornamental, él no distingue partitura de solfeo sino que, a diestra y siniestra, apunta con el dedo a un acrílico “teotihuacano” (Radial), a otro de “ciencia-ficción” (Cóctel), a un tercero que esconde una oda al pimiento morrón (Sol verde).

En su pintura explosiva, sólo lo inútil es necesario. Lo corroboro en cada una de sus obras pictóricas o gráficas: Turnbull no conoce la moderación, sin embargo ningún artista en México domina sus recursos ⎯barrocos, neoexpresionistas, gestuales y cromáticos⎯ con semejante cachondez y maestría. Turnbull intensifica el ritmo que presta vida a los elementos con sólo agruparlos o distanciarlos, como en la música.

Por su parte, Manuel Rocha Iturbide, músico y compositor, ya había coqueteado con la plástica, pero sintió que esta exposición le planteaba un reto. Aquí muestra pinturas y esculturas que dan uso a su manía coleccionista de herramientas para oficios, como esa vieja Caja del carpintero adquirida en un mercado de pulgas. Lo suyo es cierta acritud, una aspereza de los materiales que tiene el efecto de incrementar su dislocación. Su pieza más lograda, Contrapuente, es una alta columna de martinetes imbricados que denota su gusto por desarmar las máquinas de piano. De hecho, su primera retroalimentación con Turnbull ocurrió en 2016, cuando ambos improvisaron en Le Laboratoire unas radiografías de un instrumento vaciado de su mecanismo, a base de frottage con carbón y golpage con baquetas.

Ahora bien, en la presente exposición quien no asistió en vivo a alguna sesión de activación sonora de la instalación de 8 piedras de tezontle titulada Relieves pétreos por Rocha, se perdió el eslabón performático de esta colaboración. Estas rocas son un avatar de la excelente pieza Terra Nullius que en noviembre pasado Rocha estrenó en Boca, consistente en unas lajas minerales que simbolizaban territorios de mapas coloniales y que fungían como tambores de percusión. De cualquier manera, y así lo admiten ambos artistas, tocar las piedras de Rocha le permitió a Turnbull “perder el miedo al ridículo”, y atreverse a elaborar una pintura objetual de trebejos pegados sobre triplay incitó a Rocha a “perder el miedo a hacer un cuadro”.

Uno trasciende con el ejercicio libérrimo de la pintura, con los colores y las técnicas diferentes que experimenta en cada cuadro, con los materiales que recicla, con la versatilidad y el humor. El otro, Manuel Rocha Iturbide, se ve detenido por una vacilación que le impone cierta cautela, si bien atina a evocar metafóricamente la vibración del sonido en objetos cuyo ensamblaje geométrico conecta con las deformaciones dúctiles del lenguaje de Turnbull, así sea bajo el modo de contrapunto.

AQ

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