'Un amor a segunda vista': un engendro hecho de retazos

Cine

La cinta de Hugo Gélin, según Fernando Zamora, resulta inverosímil y poco original.

Fotograma de 'Amor a segunda vista', dirigida por Hugo Gélin. (Studio Canal)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Está nevando en París. Uno de los puentes cercanos a Notre Dame está roto. ¿Ha llegado el Apocalipsis hasta la capital de Francia? No. Raphaël está soñando en un texto que él mismo escribe. 

Raph Ramisse es un adolescente que garabatea cierto libro de superhéroes que en Un amor a segunda vista resulta fundamental. En este inicio, aun antes del rol de créditos, encontramos todos los problemas del filme. 

Dirección: Hugo Gélin ha decidido que Raphaël sea interpretado por un treintón. El resultado es desastroso. Cuando aparece Olivia, la heroína, sucede lo mismo. 

Guion: la película ha sido escrita por al menos ocho guionistas. Desde la idea original de Hugo Gélin hasta los dialoguistas, tan acostumbrados en el cine francés. Ocho personas han resultado incapaces de construir un universo verosímil en que Raphaël realmente se transforme al crecer en un exitoso escritor y, como veremos más adelante, un hombre enamorado que de pronto cae en una distopía, una ruptura en el tiempo que lo devora y lo lleva hasta un futuro en el que nunca conoció a Olivia, su amor adolescente.

 

Ahora bien, lo verosímil es sólo uno de los problemas, y ni siquiera el más grave. Lo peor es que el libro que escribe Raphaël está dotado de poderes mágicos cuyos alcances nunca entendemos del todo. Ni siquiera entendemos nunca qué lo hace tan especial. 

El tercer problema es el que termina por arruinar por completo esta película pretenciosa. Actuaciones: François Civil hace a Raphaël. Todo el tiempo tenemos la sospecha de que el señor está cuidando su pose más que su actuación. 

Puede que el protagonista esté muy deprimido, pero no le creemos nada (independientemente del guion) porque él tampoco se lo cree. En cuanto a Olivia: Joséphine Japy es muy hermosa. Tiene presencia actoral y un magnetismo propio, pero su cara de modelo de cremas no basta ni siquiera para entretenernos cuando han pasado lo diez minutos de rigor.

Ahora, Benjamin Lavernhe hace a Félix, el mejor amigo del protagonista. Éste se salva. De hecho, fue nominado a un César (el Oscar europeo) por “actuación de reparto”. Y la candidatura se la merece porque es el único que hace reír. 

Como se sabe, el actor de reparto en inglés se dice textualmente “actor de soporte”. En efecto, su actuación tendría que apoyar la de los protagónicos. ¿Sucede así? En absoluto. Él se da cuenta de que está actuando una farsa, pero nadie más. 

A veces Lavernhe parece incluso fuera de lugar porque nadie lo sigue histriónicamente. Por último, están los lugares comunes o, en francés, les clichés. Con ocho guionistas, uno se entera de que lo que ha querido hacer Gélin es enmascarar la falta de originalidad de su pensamiento creativo.

Escena a escena uno reconoce ideas tomadas de otras películas. Cuando Harry conoció a Sally es la más socorrida y, claro, la que da apellido a Raphaël Remisse, El día de la marmota, dirigida por Harold Ramis en 1993. Hay incluso un aire en toda la película que recuerda a “la obra” de Eugenio Derbez. Debe ser a causa de que Gélin saltó a la fama en Francia con el remake de No se aceptan devoluciones. Demain tout commence es en realidad una película mediocre, pero uno esperaba que el director despegara con sus propias ideas. El resultado es esta distopía, un engendro hecho de retazos de excelentes películas que no vuela nunca con alas propias.

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